la cruz y la nada

agosto 6, 2019 § Deja un comentario

Sin resurrección, la cruz es la roca del nihilismo. El verdugo se lleva el premio. Los ciegos ven, los sordos oyen, los muertos se levantan… De acuerdo. El reino parece cerca. Pero luego viene la cruz. La cruz es, sencillamente, el fracaso de la bondad como poder. Tan solo en nuestras fantasías cabe un superhéroe que triunfe como heraldo del bien. De ahí que, como dijera Pablo, si Cristo no hubiera resucitado, la fe sería una estupidez (1Co 15, 14). Podríamos decir que el cristianismo ofrece un absurdo como respuesta a una existencia absurda. Ciertamente, un clavo saca a otro clavo. Pero el absurdo como solución tan solo añade más absurdo. Al fin y al cabo, es como si el cristianismo nos dijera que o hay círculos cuadrados o no hay redención (lo cual, obviamente, equivale a decir que no hay redención). De ahí que el creyente no tenga más remedio que agarrarse al eppur si muove. Esto es, lo imposible, por inconcebible que sea, tuvo lugar. La fe, por tanto, no se sostiene sobre la buenas obras —los milagros— del hombre de Dios, sino sobre el acontecimiento de la resurrección (aun cuando por medio de la resurrección, esas obras quedaran reivindicadas como obras de Dios). Y este es el problema —un problema ya presente en los mismos textos evangélicos—: que cuesta creer en la resurrección como dato. Es verdad que los teólogos suelen decir que solo con los ojos de la fe podemos dar testimonio de la resurrección. Sin embargo, la fe no puede servir como presupuesto del acontecimiento que la hace posible. No parece que Pedro o Maria Magdalena creyeran antes de que se les apareciese el resucitado. De hecho, los discípulos salieron por patas (¡cómo no!). Es verdad que la resurrección no es propiamente un dato. Pero tampoco una mera interpretación del significado de la cruz. Nadie da la vida por un significado. El cristianismo difícilmente podrá evitar su deriva hacia Oriente —o lo que es lo mismo, su extinción— mientras no sepa qué hacer con la resurrección. Y aquí no sirve traducir el símbolo. Pues los primeros cristianos no quisieron simplemente decirnos, por medio de un lenguaje cargado de metáforas, que la causa de Jesús seguía en pie o que Jesús sigue vivo en nuestros corazones. Si creyeron que la causa de Jesús seguía en pie o que Jesús seguía vivo en lo más íntimo fue porque en realidad había sido rescatado del sheol por el poder de Dios. No es casual que Nietzsche viera en el cristianismo la raíz de la muerte de Dios. Pues donde somos incapaces de tomarnos en serio la posibilidad de lo imposible, tan solo nos queda un hombre bueno colgado de un madero. Y aquí no parece que haya salvación. Si la cruz es lo único que puede esperar aquel que apuesta por la bondad, entonces quizá sea mejor decantarse por el carpe diem. Aunque le añadamos algunas dosis de compasión.

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