Dios quiere…
junio 12, 2022 § 2 comentarios
Un sacerdote le dice a su feligreses: Dios quiere que no hagáis ostentación de vuestra riqueza. Otro, en cambio, que lo que quiere es justicia (y no sacrificios). El segundo, ciertamente, está más cerca de las Escrituras. Pero, en cualquier caso, ¿cómo saben lo que Dios quiere? ¿Acaso tienen línea directa? ¿Cómo distinguir a los falsos profetas… si es que un profeta, por definición, no habla más de la cuenta?
Tratándose de Dios, de la alteridad avant la lettre y, por tanto, de la extrañeza que abraza el mundo, uno podría sospechar, cuando menos, que si lo que quiere Dios nos satisface de entrada —si su voluntad nos permite seguir instalados en el hogar— es que la cosa no va bien. Pues la irrupción de Dios —la aparición del aún nadie— nos saca de quicio. Tiene que hacerlo si es que hablamos de Dios y no del dios a medida de nuestra necesidad de amparo. Al fin y al cabo, la voluntad de Dios se desprende de su inexistencia —de su paso atrás hacia un porvenir imposible, esto es, más allá de los tiempos.
De ahí que el verdadero profeta escuche la voz de Dios en el llanto de los sin Dios, el reflejo especular de la trascendencia de Dios. Y es que los excluidos del mundo —los que no cuentan— son el envés de la exclusión originaria de Dios, aquella por la que fuimos arrojados al mundo. Ante este Dios, el que huele mal a causa de su pobreza se revela como hermano. También, el heraldo del horror. No obstante, ambos se pueden mostrar igualmente como los que compiten por el pan de cada día —como rata, como enemigo. Que aparezca de un modo u otro dependerá, en definitiva, de si nos hallamos expuestos a la alteridad o si, por el contrario, seguimos incurvatus in se, alimentando a la bestia que llevamos dentro. Como si no fuéramos más que chimpancés.