ignorantia fortasse didicit
septiembre 6, 2022 § Deja un comentario
No hay saber acerca de Dios. Y no porque se trate de una cosa misteriosa. Pues una cosa misteriosa es algo que aún no sabemos qué es. Por eso mismo, de descubrirla, todavía no habríamos descubierto a Dios. Y es que no podemos descubrir lo que, de por sí, permanece como lo que no admite representación.
Hablamos de una alteridad estricta, del absolutamente otro, de lo siempre extraño o extranjero. Y por ende, de nuestro estar expuestos a esta desproporción. Hablamos, en definitiva, de que el existir va con un estar enfrentados a una falta fundamental. Isaías habló del invisible (y aquí la invisibilidad no es circunstancial). Ver a Dios cara a cara —encarar a Dios—no significa, por consiguiente, ver al monstruo, tan fascinante como terrible, sino al Dios que aún no es nadie, un Dios que se reveló como eterna promesa de sí mismo. No hay quien sobreviva a la visión de Dios. Traducción: nadie vive por encima de esta visión.
De ahí que Dios sea irrepresentable. Pues para representar o hacerse una idea de lo que sea hay que estar de algún modo por encima. Representar es poseer o, cuando menos, estar en condiciones de poseer. Y no hay manera de poseer aquel que aún es nadie, aquel cuya entidad sigue pendiente o, por decirlo en cristiano, estuvo pendiente hasta el Gólgota. No es casual que Moisés, el primer profeta de Israel, descienda del Sinaí, no con una descripción de Dios, sino con las tablas de la Ley. Y es que la Ley —el tener que responder a la demanda de los que sobran— se desprende, precisamente, de un Dios que no es aún nadie y que, por eso mismo, encuentra su envés en los nadie de este mundo; en definitiva, de un Dios que, desde el principio, no quiso hacerse presente sin el fiat de Adán. Si Dios es luz, Adán es la oscuridad de Dios. Y no hay luz sin oscuridad. Sencillamente, si todo fuese luz, no habría luz. Dios se hizo presente en el Gólgota —y se hizo presente como el cuerpo del abandonado de Dios que se abandona a Dios—. Así, porque la oscuridad se entregó a la luz donde no cabía ninguna luz —porque el crucificado cargó con el peso de la oscuridad—, hubo luz en medio del infierno. Y quien dice luz, dice esperanza. Aunque se trate de una esperanza sin expectativa.
Al fin y al cabo, que no haya un conocimiento de Dios, ni siquiera incierto, significa que, desde nuestro lado, no podemos decir sin faltar a la verdad que haya un Dios como puedan haber extraterrestres o espíritus del bosque. El sentimiento de estar en manos de no asegura que estemos en manos del dios que imaginamos. Y de ser así —de estar en manos de un ente superior—, entonces todavía no estaríamos en manos de Dios. Al menos, porque estar en sus manos equivale, cristianamente, a estar en manos de su cuerpo, lo cual no es posible donde no nos dejamos abrazar por él. Para saber en qué consiste la fe basta con tener en cuenta cómo murió aquel que fue reconocido como Hijo.