sentido de Iglesia, sentido de pertenencia
marzo 17, 2023 § Deja un comentario
El auge de movimientos que acentúan la fibra sensible dentro de la Iglesia —pienso, por ejemplo, en los de Hakuna—, responde, cómo no, a una triple necesidad: la de recuperar, por un lado, el componente emocional, por otro, el sentido de pertenencia y, finalmente, un saber hacia dónde ir. Estas necesidades, obviamente, están conectadas entre sí. La cuestión es cómo logramos satisfacerlas. Pues, donde nos quedamos solo con el factor emocional, inevitablemente llegarán a satisfacerse en falso. Al menos, porque tarde o temprano llega la cruz, aunque esta se presente bajo diferentes aspectos. Y la cruz fácilmente transforma nuestras primeras emociones. Por no decir que las convierte en irrisorias. Sobre todo, si la cruz es la de los otros.
Los inicios son, por defecto, ambivalentes. No hay comienzo que sea químicamente puro (y acaso tampoco ningún final, aunque el grado de impureza no sea el mismo). Y ya sabemos que Dios escribe con renglones torcidos. El problema, por tanto, no es cómo se comienza, sino cómo se acaba. Lejos de mí criticar a los que comienzan porque sus pasos sean endebles. Pues todos fuimos cocineros antes que frailes. En cualquier caso, la crítica apuntaría al horizonte bajo el que se inscribe una praxis centrada en las emociones. Y es que caemos en el narcisismo espiritual, por no decir en la idolatría, donde olvidamos que dicho horizonte no es otro que el del Gólgota —y siendo más estrictos, tras el tercer día—, en definitiva, el de una revelación que se nos ofrece como una verdad inaceptable desde la óptica de nuestra necesidad religiosa.
Por eso, y en el plano de la reflexión, la cruz nos conducirá a la pregunta por la verdad —por lo que en verdad tiene lugar y no simplemente sucede—, una pregunta cuya solución supera, en el sentido hegeliano de la palabra, los términos con los que expresamos nuestra posición inicial. Esto es sencillamente así. Y de ahí que el problema de las sectas sea, precisamente, que nunca pasan por este desfiladero. Una secta está formada por niños. Dificilmente, por quienes han alcanzado una segunda ingenuidad.
Con todo, es igualmente cierto que, dentro de la escena, la pregunta por la verdad siempre se resolverá a la manera de una ciega confianza. Al fin y al cabo, la fidelidad a lo que nos fue dado es un asunto formal, un ser fiel por ser fiel. Ahora bien, hablamos de un asunto formal en nombre de. Pues la fidelidad deviene estéril —por no decir, una prisión— donde no responde a ningún quién. Así no se trata propiamente de ser fiel por ser fiel, sino de un serte fiel por serte fiel. La cuestión, sin embargo, es quién reclama nuestra entrega. Y aquí no vale cualquier quién.