nihilismo y evangelio

mayo 2, 2023 § 2 comentarios

Nihilismo significa: no esperes nada nuevo —ninguna aparición. Se trata, según Nietzsche, de una marca de nuestros tiempos. Al fin y al cabo, lo que hay es el eterno retorno de lo mismo. Y lo mismo es, en cualquier caso, biología. La voluntad de dominio se muestra, por tanto, como el non plus ultra de la existencia —un non plus ultra que no admite otra apelación que la delirante.

Si creemos que el nihilismo no va con nosotros será porque aún tenemos ilusiones. Pero las ilusiones giran en torno a la novedad, ese trampantojo de lo nuevo. De ahí que el destino de la ilusión sea, precisamente, la desilusión. Podríamos entender la vida común como una variante del juego de la oca: de ilusión en ilusión y tiro porque me toca. La ilusión es el clavo ardiente de los últimos hombres. Por eso, todavía podemos comprendernos, aunque en falso, como quienes manejan los mandos de la torre de control. Y así, nos ahorramos la pregunta por lo que nos puede en verdad —por aquello que nos supera sin remedio. Sin embargo, hay lo que nos puede. Desde la óptica del nihilismo, no ya el Dios, sino la fuerza de lo anónimo —de lo sin fin. No contamos para nada, ni para nadie. Según Nietzsche, tan solo había una manera de superar el nihilismo, a saber, poniéndose a bailar. Sea sobre un campo de amapolas o sobre la pira de los gaseados. Aun cuando Nietzsche nunca creyó que esta fuese una solución para cualquiera.

Ciertamente, el cristianismo anunció lo imposible: la aparición de aquel que murió como apestado de Dios, su resurrección. Y si pudo anunciarlo fue porque lo imposible se presentó como una posibilidad del mundo, a pesar de que en modo alguno pudiera concebirse como una extensión del mundo. En los primeros tiempos del cristianismo —o mejor, primerísimos—, aún era posible esperar la irrupción, la puesta en suspenso de la negación que sostiene el mundo. Esto es, la redención —el milagro. Y era posible porque había Dios —un Dios que se reveló como juez del mundo. En nombre de Dios, los verdugos de Auschwitz no pronunciarán la última palabra.

Ahora bien, esto equivale a decir que la única esperanza para los vencidos es la de los muertos —la de quienes regresan con vida de la muerte por el poder de un Dios que se identificó con un crucificado en su lugar. Y aquí conviene tener en cuenta que quienes habitan en las simas de la historia —quienes soportan sobre sus espaldas el No del mundo— viven como muertos, al no tener ninguna vida por delante. Sencillamente, el mundo ha dejado de ser su posibilidad. Cristianamente, la aparición nunca fue la del fantasma, sino la de quienes condenamos a morir por miserables —la de aquellos que, como transfigurados, vuelven a la vida con su perdón. Tan solo hace falta que ya no quepa creer en el milagro —que la época no admita la legitimidad de lo imposible o, lo que vienen a ser lo mismo, que ya no podamos admitir que nos encontramos sub iudice— para que la esperanza cristiana pase a concebirse como un modo irónico de decir que no hay más que infierno para las víctimas de la historia.

Sin embargo, que pase a concebirse de este modo tampoco implica que solo pueda concebirse de este modo. Pues la pregunta no es si cabe o no el milagro, sino para quiénes el milagro se revela como la más íntima posibilidad de la existencia. Pues, de hecho, la irrupción de lo nuevo nunca fue una posibilidad histórica. Aun cuando hubiese una época en la que el lenguaje que expresa dicha posibilidad —un lenguaje hecho a base de imágenes, por eso mismo, increíbles— fue algo más que el lenguaje de la ficción.

el último mohicano (y 2)

mayo 2, 2023 § 4 comentarios

Para hacernos una idea de lo que pudo suponer la muerte del crucificado como apestado de los hombres y de Dios imaginemos que, de repente, desapareciese el Vaticano, los popes, el cristianismo evangélico…; que nadie más en el mundo, salvo tú, siguiese creyendo en Dios. En ese caso, un acto de fe —el abandonarse a Dios como abandonado de Dios en un mundo sin Dios— sería una desproporción. Por no decir, que andaría rozando el delirio. Ningún testigo para tu fe. Ningún discípulo. En su lugar, la risotada del gentío. Pablo estuvo más cerca de Nietzsche de lo que nos imaginamos. Pues este último comprendió mejor que nadie que donde todo termina en la cruz, la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia. Y de ser así, el último clavo lo clavó Nietzsche.

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