de la esencia divina
mayo 16, 2023 § 1 comentario
En las canchas teológicas suele decirse que no podemos conocer la esencia de Dios. Es una tesis que casi se dar por descontada. Pero ¿qué implica que se dé por descontada? Obviamente, que Dios tiene una esencia —un modo de ser o naturaleza. Y, sin duda, nada es que no posea un modo de ser. Si hay Dios, entonces en principio tiene sentido hablar de la esencia de Dios. Ahora bien, al decir que el modo de ser de Dios es incognoscible ¿acaso no estamos diciendo que Dios es algo que desborda nuestra capacidad de comprensión? Y de ser así, ¿no es como si dijeramos que los ácaros del polvo no pueden conocer nuestra esencia? Sin embargo, en este caso, el misterio de Dios sería relativo. Pues dependería de nuestra limitación. Es evidente que no somos dioses, aunque los ácaros del polvo no puedan evitar esta impresión.
El problema de esta manera de entender la realidad de Dios —una manera típicamente religiosa— es que no termina de cuadrar con la dogmática cristológica (y por extensión, con el Dios del monoteísmo de Israel). El cristianismo no dice que Jesús de Nazaret fuese un representante de Dios o alguien que ejemplificó a la perfección la esencia de Dios, sino la esencia misma de Dios. Esto es lo que, en último término, significa que no haya otro Dios que el encarnado. Y porque el crucificado es el modo de ser Dios —su quién—, la realidad de Dios no puede comprenderse en los términos de un algo cuya consistencia, por muy inaccesible que sea, se dé con independencia de aquel que fue ajusticiado en su nombre.
Bíblicamente, el haber de Dios, al margen de la carne, es el de un Dios por venir —y que, según el cristianismo, no se hizo presente hasta el Gólgota. En sí, Dios es un Dios-aún-nadie, un silencio que clama por el fiat del hombre para llegar a ser el que es, por decirlo retóricamente. O siendo más hegelianos, la voluntad de ser que se halla inscrita en el seno de nada como negación de sí (y por la que la nada de Dios retrocede a un pasado absoluto como la condición de posibilidad del mundo y, por extensión, como su última amenaza u oportunidad). De no ir los tiros por ahí, entonces me atrevería a decir que lo más sensato sería darles la razón a las variantes del docetismo o el arrianismo que aún circulan por ahí. Pero esa razón, hoy en día, estaría cerca de mostrarse como una sinrazón.