la dimisión del alumno
mayo 25, 2023 § 2 comentarios
Es posible que la educación se esté yendo a pique. Muchos alumnos ya son incapaces de seguir un curso normal de bachillerato. Y esto al margen de que al final aprueben casi por decreto (o sin el casi). Y quien dice por decreto dice por política (y no solo por la parlamentaria, sino también por la escolar: las escuelas o las universidades no sobrevivirían si decidieran dejar fuera a un cuarenta por ciento de sus matriculados).
Siempre ha habido, como suele decirse, malos estudiantes. Pero es que en estos momentos pasan a ser mayoría. Como en todas partes, la clase media va desapareciendo… si es que no ha desaparecido ya. Es verdad que para muchos una escuela elitista es algo así como la bicha. Y que por eso mismo creen que la pregunta es cómo ayudar a aquellos que les cuesta. El propósito es, sin duda, loable. Pero yerra en el diagnóstico. Sigue habiendo, ciertamente, alumnos a los que cuesta y quieren aprender. Pero la mayoría de los que arrastran suspensos no es porque les cueste: es porque pasan. Así tal cual. Y pasan porque su mundo —un mundo tremendamente absorbente, por no decir tóxico— está fuera. Ya no digo de la escuela, sino también de la familia. Su vida está en tiktok, por decirlo de algún modo. Y tiktok hace mucho ruido. Hablamos de la adicción. Su mente es alimentada día tras día por la estupidez. Y quien se alimenta de estupidez se vuelve, obviamente, estúpido. La escuela —lo que en ella se cuece o se cocía— deviene una especie de mosca cojonera, una interferencia, un rumor de fondo. Una buena parte del alumnado está formada por chicos y chicas mentalmente empobrecidos. Muy empobrecidos. Así, cada vez resulta más frecuente que te pregunten por el significado de palabras como inherente o sintomático. El problema es que esto no lo viven como un motivo de preocupación (y acaso lo que sea peor: tampoco muchos de sus padres). Muchos son incapaces de resumir correctamente un artículo de prensa. Y digo incapaces.
Algunos —de entre ellos, bastantes padres helicóptero— aún van diciendo que los alumnos pasan porque no los motivamos lo suficiente. Pero no todos los tiros van por ahí. Pues no hay modo de motivar a quien carece de un mínimo de sustancia —a quien solo le motivan los vídeos de el Rubius. Como siempre, motiva quien sabe de lo que habla y lo comunica con pasión. Pero no hay profe que pueda motivar a aquellos cuya mente ha sido previamente ahuecada.
La pregunta, por tanto, no es qué debemos hacer para que no se queden atrás aquellos a los que les cuesta y quieren aprender, sino cómo debe posicionarse la escuela ante la dimisión del alumno. Bajar niveles —¿aún más?— sería un suicidio social. Me atrevería a decir que de lo que se trata es de dar clases de nivel para quienes quieren aprender —que haberlos, haylos— y para el resto dónde vemos un tres vemos un cinco. Aquí no deberíamos rasgarnos las vestiduras. Basta con cambiar de chip. Pues para quienes quieren aprender, dejando a un lado las excepciones, un cinco es miseria (y por lo común, suelen ir más allá o bastante más allá). Aunque iría bien que a algunos de los que pasan, aunque sean unos pocos, les quedara el curso. Pues unas dosis de temor ayuda. Al menos, para conservar un cierto clima. No sea que el cambio climático acabe convirtiendo en un desierto lo que antes era tierra más o menos fértil. Con todo, tampoco tengo claro —ni de lejos— que esto sea una solución.
En cualquier caso, lo más probable es que las pedagogías que ahora se llevan, en principio pensadas para que nadie se quede atrás, acaben generando más desigualdad. Y es que cuando las cosas se ponen serias, quien no ha aprendido a leer se queda, sencillamente, fuera.