amor al prójimo

junio 18, 2024 § Deja un comentario

La exhortación cristiana a amar al prójimo como a ti mismo es, si se piensa bien, excesiva. Pues no se trata, simplemente, de promover una buena actitud o, si se prefiere, la bondad. Tampoco se trata de añadir o, mejor dicho, subrayar ciertos preceptos morales: no te vengarás, siempre ofrecerás la otra mejilla, no guardarás rencor… La expresión que emplea Pablo cuando se refiere al prójimo es to heteron, cuya traducción sería, otro, diferente, extraño… , lo que, dicho sea de paso, debería darnos una pista acerca de por dónde van los tiros. Pues como decía, no se trata, únicamente, de la amabilidad. ¿Cómo amar a lo que difiereabsolutamente de nosotros? ¿Acaso podemos entregarnos a los ácaros del polvo?

Por otro lado, en Pablo el prójimo es también un igual. Y es que tras la irrupción de los días finales, ya no hay diferencia entre hombre y mujer, amo y esclavo —una diferencia que, conviene recordarlo, justificaba las relaciones de dominio propias del momento histórico. La pregunta salta de inmediato: ¿cómo el igual puede presentarse, a su vez, como extranjero? ¿De qué manera convergen, si es que lo hacen, igualdad y extrañeza?

La respuesta es, cristianamente hablando, inmediata: en relación con Dios, todos somos el mismo indigente. La radical alteridad de Dios encuentra su eco —su envés— en la extrañeza del semejante. Ahora bien ¿podemos amar al otro en cuanto tal, esto es,quererlo? ¿Qué significa realmenteamarlo? ¿Acaso hay amor que no suponga un sacrificio? Difícil que logremos amarlo tal y como merece ser amado, mientras sigamos sometidos al mundo, es decir, mientras sigamos por aquí. Pues el mundo nos obliga al trato —a la negociación, a compensar los desequilibrios de la relaciones de poder con un contrapoder… Y digo difícil —que no imposible— porque hay momentos en los que algunos respondieron sin letra pequeña de por medio a la demanda que nace del nadie que hay tras las máscaras de la personalidad. Pues amar es responder a dicha demanda: vestir al desnudo, alimentar al hambriento… Lo dicho: sacrificio, desposesión de sí… La desmesura de Dios es la desmesura de su mandato, el que nace de las gargantas de la sed.

De hecho, caemos del caballo, cuando se nos revela que el poder de Dios —el poder de su mandato— es el que se desprende de su impotencia. Y esto es casi imposible de tragar, sobre todo, donde aún seguimos esperando su intervención ex machina. La cuestión es si estamos ante una situación que trascienda el sentirse inclinados a la compasión. Pero para responder a esta cuestión es inevitable adentrarse en el territorio, ciertamente pantanoso, de la metafísica —de la pregunta por el haber.

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