un podcast entre amigos

abril 28, 2023 § Deja un comentario

a la contra

May 12, 2024 § Deja un comentario

Para que Dios sea todo, tiene que ser también su propio contrario.

G. Büchner, La muerte de Danton, III, 1

no te harás imágenes

May 11, 2024 § Deja un comentario

Las imágenes —los símbolos— nos permiten incoporar lo que debemos tener en cuenta. Así sabemos que vamos a morir, pongamos por caso. Pero este saber lo llevaríamos tatuado en la piel si pudiéramos tomarnos en serio que nacemos con una especie de bomba de relojería en nuestro interior. O también: sabemos que lo que nos supera en verdad es la realidad de un Dios en falta. Sin embargo, esta realidad el homo religiosus suele incorporarla como si Dios fuese un ente espectral. Es verdad que modernamente ya no podemos ver cuanto aparece como representación de lo que, de algún modo, se encuentra más allá. El mundo hace tiempo que dejo de mostrarse significativamente.

Sin embargo, ¿acaso la secularización del mundo no comenzó con la prohibición de hacerse una imagen de Dios? ¿Es que esta prohibición no afecta, precisamente, a la posibilidad de la incorporación? Israel, ese pueblo de postrados, nunca fue muy partidario de las devociones que arraigan únicamente en los recovecos del alma. En su lugar, la obediencia al mandato que se desprende, precisamente, de un Dios que no admite imágenes. El resto, ya se verá. Para Israel, lo serio con respecto a Dios siempre fue el mientras tanto.

la metafísica y los idiotas

May 10, 2024 § Deja un comentario

El desprestigio de la metafísica nos vuelve, sencillamente, más idiotas. Por no decir que nos condena a la idiotez. Y no porque el estudio de la metafísica suponga un más que notable ejercicio mental, sino porque difícilmente iremos más allá de twitter donde no nos enfrentemos a la pregunta de la metafísica: de qué hablamos cuando hablamos de lo que es.

Evidentemente, la respuesta más espontánea —lo que podemos ver y tocar— no basta. Al menos, porque lo que podemos ver y tocar está atravesado de una enorme ambigüedad. Si no nos lo parece, es porque la opinión —ese lugar común—, al disolver la ambigüedad antes de tiempo, tan solo la disuelve en apariencia. Y esto implica un permanecer reos de lo impersonal: de los que se dice, se hace… ¿Es el dinero bancario, pongamos por caso, un logro social o, por el contrario, el instrumento más sofisticado de la dominación de unos —pocos— sobre otros? Los economistas liberales se quedarán con la primera opción —es un logro social—, eliminando la alternativa sin titubear. En cambio, los de izquierdas tampoco dudarán a la hora afirmar lo segundo —y de ahí la tentación de comenzar desde cero. ¿La IA es consciente o simplemente procede como una máquina de coser, ciertamente más compleja? No hay modo de enfrentarse seriamente a estos interrogantes sin abordar la cuestión principal de la metafísica.

Sin embargo, el problema es que la metafísica no resuelve las preguntas que se plantea. Más bien, nos sitúa ante la paradoja que sostiene cuanto hay. De hecho, nos permite comprender porque la ambigüedad es irreparable. No hay luz sin oscuridad. SI todo fuese luz, sencillamente no habría luz.

Ahora bien, si el amor de una madre aparece, por un lado, como amor hacia el hijo y, por otro, como amor al vínculo con el hijo, entonces la cuestión no es de qué se trata en el fondo, sino qué pesa más en cada caso. Y aquí no valen los principios generales, sino el discernimiento o, por decirlo a la clásica, la prudencia del sabio, esa habilidad para ver la justa medida de los diferentes componentes de una mezcla, una habilidad que en modo alguno puede transmitirse por medio de instrucciones o algoritmos.

De ahí que Platón dijera que si no nos gobiernan los sabios, no hay nada que hacer, salvo trampear. Y los sabios —de hecho, los que persiguen la sabiduría— no es que estén muy interesados en gobernar, más allá de gobernarse a sí mismos. Pues saben perfectamente que de los idiotas, literalmente aquellos que no tienen otro interés que el propio, solo cabe esperar idioteces… a menos que los idiotas reconozcan la autoridad del sabio. Pero esto es, precisamente, lo que no pueden hacer en tanto que idiotas. Es así inevitable que la vida en común se consolide en torno a la violencia, sea o no amable, en definitiva alrededor del poder de la espada o el de la retórica más hueca. Esto es, o sangre o humo.

Ernst

May 10, 2024 § Deja un comentario

Al escolar de hoy no se le arroja un rayo, no recibe el día como regalo de Dios, ni tampoco siente que se le amenace desde arriba con ninguna peste, hambre o guerra… y menos como camino de penitencia.

Ernst Bloch

la religión, la fe y la nada

May 9, 2024 § 1 comentario

El creyente avant la lettre, como también el filósofo, viven en un estado de suspensión… salvo durante el tiempo del despiste —pues tampoco es que podamos soportar demasiada realidad. ¿Por qué? Aquí casi es obligado ponerse estupendamente especulativos. En principio: nada es lo que parece. Ahora bien, podemos entender esto último desde dos ópticas: la común y la de la reflexión. Según la primera, las apariencias ocultan el verdadero aspecto. Así, decimos, pongamos por caso, de hecho es más simpático de lo que parece. En cambio, desde la segunda, tras las apariencias no se esconde un aspecto más auténtico. De hecho, no se esconde ningún aspecto.

Es cierto que nuestras primeras impresiones no siempre dan en el clavo. El error de perspectiva es, sin duda, una posibilidad. Sin embargo, mientras nos limitemos a corregirlo a través de una observación más ajustada, aún estaremos lejos de llegar al tuétano del asunto. Y es que el tuétano del asunto es que no hay nada que descubrir tras el velo de las apariencias. En realidad, cuando corregimos nuestras primeras impresiones lo único que hacemos es sustituir una apariencia por otra más estable.

Para entender lo anterior, la escisión que constituye la subjetividad nos viene como anillo al dedo. Pues son escisiones paralelas. Es verdad que a menudo podemos mostrarnos como quienes no somos. Es verdad que podemos parecer unos bordes y no serlo en realidad. O al revés. Pero por poco que rasquemos nos daremos cuenta de que incluso nuestro carácter es, al fin y al cabo, una máscara. Pues el yo nunca termina de coincidir con los rasgos con los que se identifica. De hecho, esta falta de coincidencia —este continuo diferir de sí— es lo que hace posible, precisamente, la identificación. La conciencia de sí es, precisamente, de sí. Este de sí, desde nuestra psicología particular hasta el propio cuerpo, permanece, en cierto modo, frente al yo. Es por eso que los simios no tienen cuerpo: son cuerpo. De ahí que nunca lleguen a ser un problema para sí mismos. Ningún simio tiene que resolverse, decirse a sí mismos quiénes son.

Ahora bien, y por lo que acabamos de decir, el yo en cuanto tal o en sí no es aún nadie, sino una permanente negación de sí en favor, precisamente, de su apariencia. Para ser alguien debe negarse a sí mismo en la dirección de lo otro de sí, de lo que no es. Sin embargo, ese otro de sí —y precisamente como otro— es, a su vez, la negación el yo como tal. El yo aparece como apariencia de sí. Y no puede darse de otro modo. Pero se trata de un apariencia que es continuamente como apariencia y, por tanto, como lo que no es. Arrancarle la máscara al yo es matarlo. Pero mantenerla pegada a la piel supone su falsificación. La verdad del yo es un estar siempre en falso.

Pues bien, la religión, podríamos decir, equivale a permanecer en la perspectiva común: Dios sería, por tanto, lo que hay que descubrir tras el cortinaje de las apariencias. Como si fuese un desvelar. Así, religiosamente se nos dice, por ejemplo, que más allá de cuanto nos traemos entre manos hay un poder superior que es luz, fondo nutricio o amor. En este sentido, y según nuestro paralelismo, Dios se correspondería con el aspecto auténtico de quien se nos mostró, en un primer momento, con unos rasgos muy distintos. Como si los cielos o las profundidades fuesen otra dimensión a la que, sin embargo, podemos acceder, aunque siempre hasta cierto punto, a través de una serie de vasos comunicantes… lo cual no quita que a menudo tengamos la impresión de que estos vasos están embozados.

La fe en cambio parte de la revelación —y la revelación no es un desvelar, sino un volver a velar… tras el aparente desvelamiento. Y lo que se le revela al creyente avant la lettre —e ignora el homo religiosus— es que Dios no es nadie sin su cuerpo —y un cuerpo con los huesos quebrados. En este sentido, el creyente sabe, aun cuando solo tras llorar sangre, que es responsable de Dios. Literalmente: el que debe responder. En cierto modo, podríamos decir que el creyente es el espejo de Dios. Ahora bien, ¿qué le dice la imagen de Dios a Dios? Soy el que soy: tu decepción, aquel que, por eso mismo, tiene que negarte… para que llegues a ser el que eres. En cambio, ¿qué se dice Dios a sí mismo al mirarse al espejo: yo no soy ese que soy . Es decir, soy no siendo el que soy. El único modo que tiene Dios de salir de la trampa narcisista es que deje de importarle, por decirlo así, ser alguien. Esto es, aceptando la humillación de no ser nadie. Traducción: queriendo ser el que no es. Y esto es Dios. De ahí que Dios, bíblicamente, no sea un dios.

¿Qué tienen en común, sin embargo, la fe y la religión? Como decíamos al principio, nada es lo que parece. Y tanto una como la otra parten de ahí. Pero la religión se conforma con poco. Esto es, con las apariencias, aunque estas sean aparentemente más sofisticadas que aquellas que envuelven al homo economicus. Algo parecido podríamos decir del contraste entre un ensayo de Anagrama y el Parménides de Platón. La religión se queda, por decirlo así, a medio camino. No llega al Gólgota.

dichos

May 8, 2024 § Deja un comentario

El amor es dar lo que no se tiene, según Lacan. Paralelamente, se dice que no podemos perder lo que nunca tuvimos —aunque sí, podríamos añadir, lo que te prestaron. Sin embargo, acaso solo quepa perder lo que en modo alguno tuvimos. En esto consiste, de hecho, la existencia: en haber sido arrancados de lo que nunca poseímos.

el sacapuntas platónico

May 7, 2024 § Deja un comentario

Es curioso. Al ver una película romántica, las chicas suelen decirse a sí mismas: es así como debe ser; o también: esto sí que es amor. Sin embargo, cuando al salir del cine y cesa, por tanto, el estado de suspensión de la incredulidad saben que no puede ser así, por poca experiencia que hayan acumulado. En Pretty Woman, Edward Lewis nunca huele mal. Por eso, resulta cuando menos curioso, como decía, que deba ser lo que no puede ser. De ahí que del debe ser al debería medie un paso. El amor verdadero deviene, tarde o temprano, una ficción.

Sin embargo, ¿qué hay tras el debería? ¿Por qué, precisamente, debería? ¿Debería tener lugar lo imposible? Más aún: ¿por qué no puede ser? ¿Quizá porque lo perfecto o ideal no puede concretarse sin dejar de ser, precisamente, perfecto o sin tara? Más aún: ¿podríamos soportar un amor sin tara? ¿Sería amor?

Ya nos lo dijo Platón —y posteriormente Hegel: lo real, en su carácter absolutamente otro, es no siendo nada en particular. Traducción: descendiendo. O también: apareciendo como lo que desaparece en su llegar a ser. Esto es lo que hay: la trascendencia como negación de sí. Y por eso hay mundo. O caes en la cuenta de ello, o no. Tertium non datur.

presencias reales

May 6, 2024 § Deja un comentario

La muerte confiere realidad a lo vivido. Basta que con que muera tu padre, tu esposa, tu hijo, el amigo… para que los desaparecidos se conviertan en una presencia real. Tan solo el fantasma vive. Pues la revelación siempre apunta a un haber sido. Nunca al presente. En el presente, prevalece la necesidad, el trato, la distracción. De hecho, la presencia real siempre fue intocable. Quiero decir, sagrada.

notas sobre el saber y lo verdadero

May 5, 2024 § Deja un comentario

La cuestión: ¿QUÉ PODEMOS SABER?

PARTE I

  1. ¿Qué entendemos por saber? Un estar en lo cierto. Ahora bien, el estar lo cierto no significa:
    a) simplemente decir la verdad. Uno puede decir la verdad sin saber que está diciendo la verdad. Un loro puede decir algo verdadero —por ejemplo, que la nieve es blanca— pero no saberlo. No hay saber sin consciencia de un estar diciendo la verdad o, mejor dicho, en lo cierto. El saber es un saber que se sabe.
    b) dar por cierto. Un dar por cierto es un dar por descontado. Al dar por cierto algo no nos interrogamos sobre su verdad. De hecho, la damos por supuesta. Y la damos por supuesta, precisamente, como algo obvio y que, por eso mismo, no ponemos en cuestión. Cuanto consideramos obvio es, así, lo que obviamos. La reflexión —el pensar— comienza donde nos atrevemos a interrogarnos sobre lo obvio.

    NB 1: Al interrogarnos sobre lo obvio nos adentramos en el territorio de lo insensato —de lo que difícilmente admitirá el sentido común… pues el sentido común reposa sobre lo que se considera obvio. Esto es así no solo en lo que respecta a la filosofía. Las teorías científicas, sin ir más lejos, tienen muy poco de sentido común. ¿El gato está vivo y muerto antes de que abramos la tapa —esto es, antes de que haya algo que ver y, por extensión, mundo? ¿El espacio es algo así como un chicle? ¿No es un contenedor? El tiempo ¿es relativo?

    NB 2: De lo anterior se desprende que difícilmente podremos incorporar —literalmente, hacer cuerpo, interiorizar— los resultados del pensar radical, aquel que apunta a lo que las apariencias ocultan, en definitiva, a lo real. El pensar tan solo obedece a los dictados de la razón. Pero el cuerpo —la sensibilidad— tiene otros dictados. Seguiremos viendo gatos…que estarán vivos o muertos, pero nunca vivos y muertos, tal y como sugiere el experimento mental de Erwin Schrödinger. El espacio nos seguirá pareciendo un contenedor… aun cuando sepamos que en realidad no lo es. Así, podemos decir que el espacio no es un contenedor. Pero siempre se nos mostrará o aparecerá como un contenedor lleno de cosas.
    NB 3: De ahí que medie una distancia entre lo que nos parece que es y lo que es. A lo que es más allá o por debajo de las apariencias llegamos a través de la razón… si es que llegamos. Pues podríamos decir que lo que es también aparece de algún modo, el modo que se ajusta, precisamente, a las exigencias de la razón. Pero de esto nos ocuparemos más adelante.
  2. Si el saber es un estar en lo cierto y no simplemente un dar por cierto, entonces la certeza —la imposibilidad absoluta de dudar— es el sello, la marca del saber. Si cabe la duda, por muy insensata que sea, no hay saber, sino en cualquier caso creencia, suposición, conjetura… aun cuando, espontáneamente, la podamos dar por cierta. El escepticismo defiende que no podemos ir más allá de la creencia. Esto es, que no hay propiamente saber. Para el escéptico, nunca podremos asegurar hasta el final la verdad de lo que decimos acerca de cuanto nos rodea. A lo sumo, un dar por cierto. Es decir, un como si fuera cierto.
  3. Ahora bien, ¿sobre qué es posible dudar —o no dudar? Sobre la verdad de lo que decimos acerca de lo que sucede. La noción de verdad que aquí se presupone es la que se entiende como correspondencia o adecuación entre la representación mental o el significado de lo que decimos acerca de lo que hay y, precisamente, lo que hay. Así supongamos que decimos que hay un tanque en el platanar. Al decirlo, siempre y cuando entendamos lo que se dice, espontáneamente nos hacemos una idea —una representación mental— de cómo sería la escena si nuestra afirmación fuese verdadera. Por tanto, una vez lleguemos a comprobar que, efectivamente, hay un tanque en el platanar, podremos decir que es verdad que hay un tanque en el platanar. Hasta aquí nada que nos sorprenda.
  4. La noción de verdad como correspondencia o adecuación exige, por consiguiente, la mediación de un criterio, por lo común, el ver y el tocar. Y es que de manera espontánea recurrimos a la sensibilidad para garantizar la verdad de nuestras afirmaciones. Sin embargo, y entrando ya en el territorio de la reflexión radical, ¿acaso no sería posible que estuviéramos bajo los efectos de una alucinación? Quien ha experimentado con el LSD, por ejemplo, no duda de que lo que ve, toca, oye… esté ahí. La sensación es que lo visto es incluso más real que lo que ve habitualmente. De hecho, si permaneciésemos dentro de la alucinación y recordásemos nuestra vida anterior, probablemente llegaríamos a la conclusión de que la verdadera realidad es la que muestra la alucinación y no la que creemos recordar, cada vez más vagamente. En consecuencia, la sensibilidad no puede servirnos como criterio de certeza. Ni siquiera puede asegurar que lo que sucede, si es que hay algo que suceda, sea tal y como lo vemos.

    NB 4: Sin embargo, que nosotros digamos como quien no quiere la cosa que aquel que padece los efectos de, por ejemplo, el LSD sufre una alucinación no deja de basarse en un prejuicio. Esto es, damos por sentado que lo que ve está solo en su mente. Antiguamente las visiones de quienes alucinaban se entendían de otro modo. Pues los antiguos —o también los denominados pueblos primitivos— al dar por sentado que había otro mundo o dimensión, hubieran dado por descontado que dichas visiones eran, efectivamente, visiones de ese otro mundo o dimensión. La sustancia alucinógena simplemente era algo así como la llave de acceso o la puerta que permitía el paso. Cuanto damos por sentado como hecho —en nuestro caso que se trate de una alucinación— siempre se establece desde el presupuesto de una determinada cosmovisión o idea de la totalidad. Aquí la pregunta es si hay presupuestos —y un presupuesto es un prejuicio— más acertados que otros. Esto es, si acaso los antiguos estuvieron equivocados al creer que el visionario había cruzado el límite que nos separa de un más allá. De esta cuestión nos ocuparemos, sin embargo, más adelante, en el último apunte.
  5. Ahora bien, la sensibilidad no es el único criterio. También recurrimos a la razón a la hora de de afirmar la verdad de lo que decimos. Por ejemplo, Newton no llegó a su teoría de la gravedad simplemente abriedo los ojos, sino a través de una compleja, pero bellísima, demostración geométrica. Aunque, ciertamente, tuvo en cuenta los datos de la observación, que la fuerza por la que caen los frutos de sus árboles sea la misma por la que los planetas se mantienen en sus órbitas no es algo que Newton constatase a través del ver y el tocar. Si la razón se nos presenta como el criterio definitivo de verdad es porque los enunciados de la lógica o la matemática, acaso la principal expresión de la racionalidad, siguen siendo válidos incluso bajo los efectos de una alucinación. Es inevitable —en la jerga, necesario a priori, esto es, con anterioridad a la experiencia— que, por ejemplo, A>C, si A>B y B>C, hablemos de árboles o de orcos. No podemos concebir un mundo, sea o no delirante, en el que no rijan los principios de la lógica. No hay un mundo que sea irracional. En cualquier caso, será inverosímil, pero no estrictamente irracional.
  6. No obstante, aún podemos dudar de la fiabilidad de la razón. Y es que, a pesar de que el mundo sea inevitablemente racional, la pura exterioridad puede no ajustarse a los esquemas de la razón. Evidentemente, esta objeción se basa en una distinción problemática, la que media entre el mundo y una pura exterioridad. Aquí el experimento mental de Erwin Schrödinger nos viene como anillo al dedo. Como sabemos, el gato está vivo y muerto antes de que abramos la tapa, esto es, antes de que se precipite un mundo con la observación. Pero que el gato esté vivo y muerto es inconcebible y, por extensión, imposible. Sencillamente, no podemos hacernos una idea —una representación mental— de una contradicción. Sin embargo, según la mecánica cuántica, hay contradicción… antes de que, al abrir la tapa, emerja el mundo (y aquí vamos dejar a un lado lo extraño que resulta decir que el mundo tal y como lo vemos no es independiente de la actividad de quien pretende conocer el mundo). La moraleja es que la razón solo nos permite comprender lo que encaja dentro de sus esquemas, siendo el principal el de no contradicción —no es posible A y No-A. Pero si admitimos el experimento mental de Schrödinger, lo imposible —la contradicción— es anterior a la serie de posibilidades que constituye el mundo tal y como lo vemos. La pura exterioridad —el afuera anterior al mundo— no puede comprenderse racionalmente. Es lo imposible —y aquí subrayamos el es. Sobre esto último, más adelante, cuando nos ocupemos de la segunda acepción de la palabra verdad.

    NB 5: Alguien podría objetar que Schrödinger concluyó lo que concluyó a través, precisamente, de la razón. Y sin duda fue así. Sin embargo, esto no constituye una genuina objeción. Más bien, nos obliga a admitir que el ejercicio radical de la razón conduce a reconocer sus límites. Como si dicho ejercicio nos obligase, en definitiva, a admitir la realidad de lo irracional-imposible. O siendo más precisos, el fondo mismo de cuanto es como un sin sentido.
  7. Llegados a este punto podríamos darle a la razón al escéptico: no cabe estrictamente ningún saber, sino a lo sumo la creencia, el dar por descontado. Sin embargo, no puedo negar que existo mientras dudo. El hecho de poner en duda mi existencia… mientras estoy pensando, más bien la confirma.Pienso, luego existo que decía Descartes. Pensar es pensarme. Y pensarme como lo que confiere unidad al flujo de mis representaciones. Ciertamente, no estoy absolutamente seguro de que el mundo sea tal y como lo veo. O de que el afuera como tal se ajuste a las exigencias de la razón. Pero no puedo dudar de que soy mientras sea consciente de algo, aunque mi representación de ese algo sea incierta o falsa. No sé si tengo el cuerpo que creo tener. Pero que existo como el soporte de mis pensamientos. La pregunta es si, a partir de esta certeza, es posible asegurar un saber acerca del mundo. Pero la respuesta la dejaremos para otro momento.

PARTE II

  1. La distinción que hacíamos a propósito del experimento mental de Schrödinger, a saber, la que se establece entre la pura exterioridad y el mundo —o los mundos posibles— apunta directamente a la segunda acepción del término verdad, aquella que distingue, precisamente, entre lo que acontece y cuanto pasa. Así, lo verdadero sería lo que tiene lugar en lo que pasa o sucede. Es la noción que manejan, por ejemplo, los amantes cuando se preguntan qué hay de verdadero en lo suyo… más allá de tomar unas pizzas juntos —qué hay de permanente o sólido; qué representa o significa que sigan tomando unas pizzas juntos. En este sentido, lo verdadero —lo que en verdad tiene lugar o acontece— remite a lo que, de algún modo, se encuentra por encima o por debajo de lo que simplemente sucede. Aquí la cuestión esde qué modo —aunque también qué significa este por encima o por debajo… si es que hay algo por encima o por debajo.
  2. Sea cual sea la respuesta, no parece que, con respecto a la segunda acepción de la palabra verdad, quepa hablar de adecuación entre nuestras representaciones mentales y los hechos. Pues lo que se revela o acontece en la relación que mantienen, por ejemplo, quienes se aman de verdad no es, estrictamente hablando, algo determinado o en concreto. Nunca vemos —ni veremos— el amor como tal, esto es, comopuro amor, sino más bien como las cosas que les pasan a quienes se aman. Y esas cosas son siempre una mezcla de amor y desamor, aunque los elementos de la mezcla no pesen por igual según sea el momento o la circunstancia. Es decir, el amor que tiene lugar entre quienes se aman es siempre amor hasta cierto punto. Y ello, precisamente, porque se hace presente el amor… en el mejor de los casos. Dicho de otro modo, el amor como tal se da como lo que no puede darse como tal, sino siempre en cierto modo o medida. Es lo que tiene que se haga concreto, palpable, existente. El amor puro no es aún nada en concreto. En realidad, nada es o aparece sin tara.

    NB 6: Quizá lo veamos más claramente con otro ejemplo. Nunca vemos la belleza como tal o absoluta, sino siempre cuerpos más o menos bellos. Sin embargo, si lo real es lo que aparece o se muestra, entonces lo real de los cuerpos bellos en tanto que bellos es la belleza… aunque esta siempre aparezca —y tenga que aparecer— hasta cierto punto o medida, nunca por entero. La belleza realmente real o absoluta —lo que se hace presente en los cuerpo bellos— es por su negación de sí o paso atrás. En general, podríamos decir que lo real aparece —se manifiesta— perdiendo por el camino su carácter absoluto u otro. Y nada es que no se manifieste. Ahora bien, esto no significa, volviendo a nuestro ejemplo, que la belleza absoluta exista antes de su paso atrás. La belleza absoluta es su desaparición en su hacerse presente como cuerpo bello. El carácter absoluto u otro de lo real se da en lo relativo. Esto es, en relación con una determinada sensibilidad o manera de ver. De ahí que digamos que lo real en su carácter absoluto, en cierta manera, trasciende las cosas en las que se manifiesta o hace presente. Y las trasciende retrocediendo hasta la nada en concreto. La desaparición de lo real en sí —de lo real en su carácter otro o absoluto— es la condición del mundo. Esto es, como sabemos, Platón.

    NB 7: Por eso mismo —porque lo real como tal solo se hace presente relativamente— siempre será posible discutir o poner en duda cualquier representación de lo real.
  3. Para entender mejor de que se trata hemos de partir, por consiguiente, de la noción de realidad. Así, lo real es, por defecto, eso otro que se hace presente —se manifiesta, aparece, revela…— bajo un determinado aspecto. Esto es, de un modo particular. Ahora bien ¿qué es eso otro en cuanto tal —es decir, en cuanto absolutamente otro o en sí mismo? ¿En qué consiste, en definitiva, el carácter otro de lo real, su en sí? Decimos: en el hecho de encontrarse fuera de nuestra mente. De acuerdo. Pero lo que se encuentra fuera de nuestra mente no es lo real en cuanto absolutamente otro, sino las cosas de este mundo. Esto es, aquello con lo que topamos es el modo en que lo real se hace presente. Ahora bien, este hacerse presente de lo real es, por eso mismo, siempre relativo a nuestra manera de ver. Al fin y al cabo, no vemos nada si no es como perspectiva. En general, la perspectiva no solo hace referencia a un punto de vista paerticular, sino también, y quizá principalmente, a nuestros esquemas mentales o perceptivos. Si nuestra mente procesase la información de diferente manera, el mundo sería muy distinto.
    NB 8: Con el siguiente ejemplo puede que lo entendamos mejor. Si vemos el aula es porque hay aula. De lo contrario, no veríamos ningún aula. Pero el aula siempre la vemos desde cierta óptica —y por eso mismo, nuestros dibujos del aula serán inevitablemente diferentes. Ahora bien, si son dibujos del aula es porque hay aula. Sin embargo, nunca veremos el aula como tal o en sí misma, esto es, al margen de su hacerse presente a una determinada sensibilidad o manera de ver. El aula como tal o en sí misma solo puede ser pensada. De ahí que Platón dijera que tan solo la idea es absolutamente real. O mejor dicho, que lo real como absoluto es idea —y aquí por idea no hemos de entender un contenido mental. Pero este es otro asunto.

    NB 9: aquí podríamos objetar, teniendo en cuenta lo dicho en la PARTE I, que el haber del aula es lo que damos por cierto —y que, por consiguiente, cabe la posibilidad de que en verdad no haya el aula que creemos ver. De acuerdo. Sin embargo, aunque la visión del aula sea una ilusión, lo cierto es que el afuera como tal —la exterioridad, el puro haber— no puede ser una ilusión, es decir, el contenido de una alucinación. Nunca vemos el afuera como tal. Siempre vemos, incluso cuando alucinamos, cosas, hechos, mundos. Ahora bien, porque el afuera como tal no admite ninguna representación —y solo podemos dudar de la adecuación de nuestras representaciones del mundo— no cabe poner en duda el afuera. El afuera como tal —lo real en sí— es el presupuesto de cualquier aparecer o fenómeno. Sin embargo, este presupuesto no tiene que ver con la pretensión de conocer el mundo, sino con la realidad de cuanto es. Y es que hay el afuera —la exterioridad, el puro haber—… en tanto que, al menos, estoy absolutamente seguro de que existo mientras pienso, aun cuando no sepa, en un primer momento, si hay o no un mundo que se corresponda, más o menos, con mis representaciones del mundo. La razón es la siguiente: el mientras del estoy seguro de que existo mientras pienso constituye un límite de mi propia existencia. Sencillamente, no puedo afirmar que exista más allá de mi actividad mental. Pues soy el soporte de mi pensamiento. Mi existencia se encuentra limitada, precisamente, por el pensar. Y si esto es así —que lo es—, entonces hay un más allá de mi existencia —no digo otro mundo, sino un puro o simple afuera. Al fin y al cabo, todo límite distingue entre un dentro y un afuera —entre un más acá y un más allá del límite.
  4. Hay, por tanto, una escisión entre el carácter otro o absoluto de lo real y su manifestación sensible como algo en concreto. Ahora bien, tan solo vemos las apariencias, los modos en los que se manifiesta lo real. No vemos —ni vamos a poder ver— lo real en sí, esto es, lo real con anterioridad a su mostrarse —en nuestros términos, lo real en su carácter absolutamente otro. Pues lo real en sí no es nada en concreto. O mejor dicho, es no siendo nada. Literalmente. La aparición de lo real —los diferentes modos de lo real, cuanto podemos ver y tocar— es siempre relativa a nuestros esquemas mentales, las lentes con las que vemos lo que vemos… y que no nos podemos quitar sin quedarnos ciegos. Y es que lo real en su carácter absoluto u otro no puede darse o hacerse presente como tal. De aparecer como tal, no siendo nada en concreto, el mundo llegaría a su final. De ahí que no haya más que apariencia. Tan solo es lo que se muestra como algo en concreto. Y lo que se muestra en lo concreto no es nada, estrictamente hablando, la negación de la nada. Hay mundo porque lo absolutamente real es la negación de sí de lo real absoluto.
  5. Así, no hay más que apariencia porque lo real en su carácter otro o absoluto trasciende el mundo. Ahora bien, lo trasciende, como decíamos, no siendo nada en concreto. Es decir, negándose como nada. Por encima del mundo o más allá hay lo real no siendo nada —lo real negándose a sí mismo como absoluto en su aparecer. De hecho, lo absoluto deviene, precisamente, ab-soluto —y aquí hay que tener presente que originariamente absoluto significa absuelto del juicio o separado— en la negación de sí, esto es, en su tener que desaparecer donde aparece.

    NB 10: En el fondo, estamos distinguiendo entre un puro haber y el haber de las cosas, es decir, el mundo. Hay cosas. Ahora bien, lo que tienen en común las diferentes cosas es que son —que se encuentran ahí. Y precisamente por eso, en principio tiene sentido decir que hay el ahí —el haber como tal, el puro haber, el afuera. Sin embargo, el puro haber no es sin el haber de las cosas. Pues el haber como tal solo se hace presente —y nada es, recordémoslo, que no se haga presente— como haber de las cosas. De hacerse presente como tal, se mostraría como una oscuridad y silencio absolutos. Esto es, como la nada siendo. Y esto, como decíamos, supondría algo así como el fin del mundo. Al menos, porque el mundo es la nada siendo… nada.
  6. Si lo real se hace presente relativamente —esto es, en relación con un modo de ver o sensibilidad—, entonces no puede haber hechos químicamente puros, como quien dice. Toda visión es un ver como. No hay visión de lo que hay que no incluya un cierto saber. Así, ninguno de nosotros pondría en duda que hay, pongamos por caso, dinero. Sin embargo, los aborígenes del Mato Grosso, no pueden ver dinero al ver un billete de cien euros, sino un trozo de papel al que nosotros le damos una importancia que en sí mismo no tiene. Y no pueden verlo porque en su mundo no se utiliza ningún medio de cambio. O al menos, vamos a suponerlo. En cambio, nosotros no vemos primero un trozo de papel, sino que ya de entrada vemos dinero. La interpretación —un cierto saber— va con la visión. Ver es, en cualquier caso, un ver como. ¿Se equivocan los aborígenes? No me atrevería a decirlo. Tampoco nos equivocamos nosotros. En cualquier caso, tanto el aborigen como nosotros veremos, cuando menos, que hay algo ahí. Y el saber que incorpora esta visión de mínimos o elemental es, precisamente, el de que está ahí, en el afuera.

las películas románticas como religión

May 5, 2024 § Deja un comentario

Qué representa —qué significa— lo nuestro, se preguntan quienes comienzan a salir. Y la respuesta la encuentran —o al menos, la encuentran ellas— mirando películas románticas. Así, podrán decir que hay amor cuando su relación se asemeje a lo que ven en las películas —a lo que debe ser el amor. Las películas románticas muestran, por tanto, el paradigma del amor, el modelo con respecto al cual se mide una relación.

Sin embargo, este paradigma es, como sabemos, ficticio. Y lo es porque en los amantes de la ficción no hay tara. Nunca huelen mal. De ahí que la vara de medir sea una ilusión, algo que nos gustaría que fuese pero no es, ni puede ser… tal y como nos imaginamos. Narcótico. Es decir, fuga mundi.

Ahora bien, el amor sin tara no puede darse… porque lo que se da es, precisamente, el amor. Pues nada se hace palpable sin abandonar el territorio de lo inmaculado. Al fin y al cabo, nada es que no se realice o haga presente. O por decirlo de otro modo, la nada se hace presente como negación de sí —como anónima voluntad de no ser nada. Es así que el amor sin tara deviene ciencia ficción en su realización mundana. La realización de lo que debe ser es una desrealización. Y esto, la desrealización, es lo más real. Nada más allá. Pero solo porque lo que hay más allá es el no ser nada.

Por eso mismo, tras la revelación, las historias que ocuparán el lugar de la ficticias serán muy distintas. De carne y hueso. No es casual que Sarabande sea la coda de Secretos de un matrimonio, ambas de Ingmar Bergman. El desencuentro de los amantes es lo que hay que dar por descontado. Ahora bien, la pregunta es si el desencuentro es o no el final. Y la respuesta es que no siempre —esto es, no necesariamente. Sarabande, de hecho, es la historia de una reconciliación. Aunque nada volverá ser como antes. Por suerte. Y eso es todo. Quienes aman siempre tendrán algo de lo que perdonarse.

Sustituyamos amor puro por Dios y entonces quizá comprendamos, cuando menos, qué dice el cristianismo. Pues el cristianismo está lejos de ser una religión al uso. Que no haya Dios sin cuerpo —y un cuerpo que cuelga de una cruz— es algo que la típica sensibilidad religiosa no puede admitir sin que le crujan los huesos. Así, no es que el cristianismo repose sobre una ficción, sino que la religión deviene una ficción, precisamente, con el advenimiento del cristianismo. Quizá no sea anecdótico que los primeros cristianos fuesen tachados de ateos. Y aquí no estaría de más tener en mente la sentencia de Nietzsche sobre el ateísmo, a saber, que es lo más difícil. Pues eso.

desprecio y distancia

May 4, 2024 § Deja un comentario

Decía Aristóteles que la melancolía —no la tristeza, ni mucho menos, la depresión o la angustia— es el destino del sabio. El sabio ya no puede ilusionarse. En cualquier caso, tan solo agradecer. Y es que el melancólico inevitablemente anticipa el momento de la pérdida —y lo anticipa a flor de piel. De ahí que, para el sabio, todo se cargue de valor.

Sin embargo, junto con la melancolía, también la soledad. Pues el resto sigue a la suya, despreciando cuanto ignora, comerciando o, simplemente, de distracción en distracción. De ahí que la primera reacción de quien se encuentra a las puertas de la sabiduría sea la de devolver dicho desprecio con aún más desprecio. Pero, con el tiempo y porque la melancolía va ganando peso, ese desprecio se transforma en ternura. El sabio ya no devolverá el golpe. Más bien, lo aceptará. Esto, sencillamente, es así.

Ahora bien, lo que no suele decirse es que con la ternura aumenta también la distancia. Y aumenta hasta alcanzar proporciones bíblicas, aquellas que separan los cielos de la tierra. Se trata de una distancia que solo el sabio puede comprender, aunque con la boca mordiendo el barro, como infranqueable. Y no porque esté lejos, sino porque se encuentra muy cerca. Demasiado. Al fin y al cabo, lo infinito siempre fue, en verdad, infinitesimal.

respondones

May 3, 2024 § Deja un comentario

La actual tendencia a la interioridad, en lo que respecta a los asuntos de la fe, tiene sus riesgos. Pues da a entender que la fe depende de nuestra íntima adhesión a determinados contenidos, y no de nuestra respuesta a la pregunta con la se inicia la vida creyente: ¿y tú quién dices que soy yo? Como si el acto de la fe fuese una especie de yo me lo guiso, yo me lo como. ¿No será que una sociedad de narcisos reclama, precisamente, una fe narcisista, algo así como un oxímoron?

En cualquier caso, lo que no cuenta Mateo, aunque Lucas pueda sugerirlo, es que, tras la confesión de Pedro, probablemente no vino lo que Mateo pone en boca de Jesús, sino una enorme perplejidad o estremecimiento. En este sentido, Lucas fue más perspicaz. Pues dicha perplejidad, más que desmentir, confirma la confesión del apóstol.

Platón dialoga

May 2, 2024 § Deja un comentario

¿Por qué Platón escribió diálogos? Porque, tal y como se nos narra en el Fedro, la transcripción de los contenidos de un pensamiento es, inevitablemente, una traición. Y no porque medie necesariamente el malentendido. No es posible separar de Sócrates el pensamiento de Sócrates. Ciertamente, podemos hacerlo —ahí están los manuales. Pero pagando el precio de que ese pensamiento no nos alcance. Esto es, que quede reducido a lógica o, en el peor de los casos, a ocurrencia.

En la escritura —y más en la de los clásicos—, alguien nos dice algo que exige ser escuchado. La lectura es, en primer lugar, un acto moral, antes que cognitivo. No es lo mismo, por tanto, escuchar por boca de Sócrates, pongamos por caso, que con la filosofía uno aprende a morir que leerlo para ti en las primeras páginas del Fedón. Y no lo es porque lo que viene tras la palabra pronunciada, suponiendo que esta no sea trivial, es el silencio, los puntos de suspensión, el entredicho… en definitiva, ese no saber hasta qué punto es así, tal y como lo decimos. Con el habla que trata acerca de las últimas cosas, algo está teniendo lugar y no solo pasando. De limitarnos a leerlas, fácilmente podemos pasar de largo. La retórica es un intento de salvar la distancia —y Nietzsche sería un buen ejemplo de ello. También el releer —o aún mejor, el leer despacio. O la composición de lugar.

Quizá no fuese casual que hasta Agustín, la lectura fuese siempre pública. Y por eso mismo —porque comienza a leer para sí mismo—, podríamos situar los albores de la Modernidad en Agustín. Pues la Modernidad estará convencida de que lo verdadero se decide en los recovecos de la interioridad, aun cuando Agustín estuviese muy lejos de creerlo.

Al fin y al cabo, no es lo mismo quedarnos en silencio, como quien dice, tras una lectura sobrecogedora, que escucharlo saliendo de la boca del maestro.

de elefantes

May 1, 2024 § Deja un comentario

O bien somos elefantes —y el jinete está a su servicio. O bien somos jinetes que hemos de aprender a llevar el elefante que montamos. Ahora bien, la disyuntiva no puede resolverse simplemente mirando. Aquí tenemos que ponernos a pensar. Pues seremos una cosa u otra dependiendo de si hay —o no— una realidad que trascienda los mundos. Y haberla, la hay. Aunque ande acariciando la nada. Hay mundo porque la alteridad de lo absolutamente real es no siendo —o por decirlo de otro modo, desapareciendo en su aparecer como mundo. Hay misterio. Pero nada que descubrir tras correr el velo —y por eso mismo el misterio es un eterno porvenir. La revelación —el desvelamiento— nos arroja de nuevo al mundo como el más allá del más allá. El elefante no puede llevar las riendas porque no se enfrenta a (la) nada. La reacción nunca fue una respuesta.

Jorge Luis y el Silesius

abril 30, 2024 § Deja un comentario

Decía JL Borges que el poeta descubre un motivo de asombro donde los demás solo ven costumbre. Aquí el poeta anda de la mano del místico. O al revés. No en vano la rosa es sin porqué. Desde una nada de fondo, todo se nos revela como donación o milagro. Esto es, como lo insólito. El más allá —lo absolutamente otro— siempre lo tuvimos a un palmo. Quizá la sospecha de que la redención no está por venir, sino que ya tuvo lugar, aunque nosotros pasáramos de largo, no sea una simple ocurrencia judía.

En cualquier caso, sigue siendo cierto que a las víctimas solo les vale un comenzar de nuevo. Sobre todo, a las del pasado. Entre una cosa y otra —entre ver el mundo desde la óptica de la gracia y la necesidad de un reset de dimensiones cósmicas— anda la sensibilidad bíblica. Pero el muro aguanta.

conjeturas privadas

abril 29, 2024 § Deja un comentario

No, suponer —y actualmente, por nuestra cuenta y riesgo— que hay Dios o algo por el estilo. La fe no reposa sobre una representación mental. Más bien, responde a la pregunta que Jesús dirigió a sus discípulos… como si nos la dirigiera hoy mismo a cada uno de nosotros: y vosotros ¿quién decís que soy yo? (Mt 16, 15-16). Y aquí hay que tener en cuenta que todos, salvo Pedro, se quedan en silencio. Como nos quedaríamos nosotros, probablemente. Sin embargo, es Pedro quien le negará tres veces. Al fin y al cabo, el enviado murió como un apestado de Dios.

victimario

abril 28, 2024 § 1 comentario

El racismo tiene sus motivos. El no soy racista, pero… es la carta de presentación del racista hoy en día. Ciertamente, los despreciados por el color de la piel, las costumbres, su mala conducta… no encajan. Sin embargo, la pregunta es por qué. Y la respuesta no es la que el racista pone encima de la mesa, sus motivos. Pues la evidencia de los motivos oculta lo que en realidad está pasando. De ahí que el racismo sea un ejemplo —otro más— de ideología, en el sentido marxista de la palabra.

Y lo que está pasando es que los despreciados fueron antes víctimas que salvajes. La pobreza es, sencillamente, degradante. El pobre huele mal. Nadie siente rechazo ante el gitano educado, limpio, millonario. Lo que hay por debajo del desprecio racista es, al fin y al cabo, clasismo. Y lo sigue habiendo aun cuando le exijamos al pobre que se presente antes como un pobret… si pretende recibir nuestras migajas solidarias. Sin embargo, lo más probable es que el pobre sea un hijoputa, alguien cargado de escozor… si es que no ha entrado en las simas de la depresión. Basta con imaginar lo que sentiríamos si estuviéramos en la periferia… viendo cómo el mundo pasa de largo. A nadie le importa que tus hijos no tengan el pan de cada día. O simplemente, las mismas oportunidades de los perfumados. Únicamente el pobre que se humilla es aceptado. En el caso de que se resista a ponerse de rodillas —esto es, donde su rencor se exprese altiva, violentamente— lo que le espera es la represión social, el gueto, la reserva india. Y, si las cosas se ponen muy cuesta arriba, el exterminio.

El orden siempre fue el asunto principal para quienes necesitamos proteger nuestras pertenencias del asalto de los que están de más, esos residuos. Mientras no salgan de sus madrigueras, todo va bien. Los excrementos, a las cloacas. Como las ratas.

Emil

abril 27, 2024 § Deja un comentario

Cioran hizo del insomnio una categoría moral, algo así como el equivalente a una lucidez extrema. Levinas, en su momento, también estuvo cerca. ¿Qué aprendes al leer El Quijote —o los evangelios? Pues que papá también mea. A la ilusión, incluso la nihilista, le sucede el desengaño —las minúsculas, tras las mayúsculas. Quizá Cioran no experimentase más que alguna que otra noche en vela. Molinos. No hay para tanto. Al fin y al cabo, la expresión grandilocuente es de mal gusto, un exceso, algo literalmente impertinente —y no solo porque la reprobemos. Incluso Dios tuvo que caer para que pudiéramos, cuando menos, saber de qué va su asunto.

curiosidades teológicas

abril 26, 2024 § Deja un comentario

Esto de la fe común es, cuando menos, curioso. Pues el cristiano que proclamase con febril entusiasmo que el crucificado resucitó o que es en verdad el Hijo de Dios ¿acaso no pasaría por iluminado ? ¿Es que la mayoría de quienes van a misa los domingos no lo vería como un extravagante? Como si, al fin y al cabo, se tratase de decirlo pero sin tomárselo demasiado al pie de la letra. Como si las fórmulas del credo fuesen un modo de hablar. Sí, ya sabemos que Jesús fue levantado de entre los muertos. Pero bueno… Lo dicho: curioso. ¿Quizá porque ya no podemos creer sin añadir notas al pie? Y si esto es así, más que creer, ¿no creeremos que creemos?

renegar como Judas

abril 25, 2024 § Deja un comentario

¿Acaso no es cierto que todo Maestro acaba defraudando al discípulo? ¿Es que no llega un momento en que el Maestro —el Padre— deja de ser un espectro y se hace cuerpo? ¿Y no es cierto que no hay cuerpo que no huela mal? El individuo moderno —Hamlet— ya no sabe qué hacer con sus fantasmas, esos arquetipos. Sencillamente, es incapaz de obedecerlos. Tampoco puede abrazarlos. Sobre todo, porque su mandato obliga a ir contra el gozo de la madre. Hamlet no pudo soportarlo. Es lo que tiene la desaparición del Padre —su muerte. La sospecha prevalecerá sobre el asombro.

más cursos de milagros

abril 24, 2024 § Deja un comentario

El milagro es el dato fundacional de la fe. La cuestión es cuál es el verdadero milagro, desde la óptica cristiana. Y la respuesta es que lo milagroso no es el prodigio, sino la bondad —el acto de misericordia, el perdón— que aconteció donde no podría haber ningún atisbo de piedad. En cualquier caso, los prodigios, y para las épocas en las que fueron aceptables, constituyen su anticipación. El milagro avant la lettre es lo que el mundo no puede admitir. Del milagro no se desprende ninguna política. Acaso un sucedáneo —y como tal, fácilmente pervertible. En su lugar, un porvenir increíble por imposible.

De ahí que quien aún no comprende a flor de piel que estar ante Dios es hallarse frente a lo imposible de la existencia —y que, aun así, debe finalmente acontecer en nombre de, precisamente, el milagro— todavía está lejos de creer. Y quien dice creer, dice esperar. En realidad, la imposibilidad de Dios nunca fue eso que aún no sabemos explicar.

Blake

abril 23, 2024 § Deja un comentario

Aquel que dé un beso al gozo mientras este vuela

permanece en una eterna salida de sol.

William Blake

el ángel exterminador

abril 22, 2024 § Deja un comentario

Supongamos que efectivamente los extraterrestres nos estuvieran vigilando… y que al final hubiese una selección de las almas: las buenas pasan; las malas, no. Como si la vida en este mundo fuese algo así como una matriz que termina con un control de calidad. Como el ganadero selecciona a sus cerdos para la crianza. ¿Qué diferencia esto del día del Juicio? Más aún: ¿la aceptación de la finitud humana pasa por admitir la sentencia de Dios —o de los dioses? Los paganos —y también el Israel de los patriarcas— se limitaron a aceptar que vivimos dentro de un plazo. Y gracias.

Sin embargo, que nos hallemos sub iudice no es algo en lo que se cree como quien supone que hay unicornios en Marte. En realidad, se constata, por así decirlo, cuando topamos con la mirada de quien no cuenta para nada ni para nadie. Quizá algún día caiganmos en la cuenta de que el más allá tiene que ver con los que están de más. Aunque tampoco podamos preferirlo.

distancias

abril 21, 2024 § Deja un comentario

La teoría —el ver desde la posición del dios— fue, como sabemos, un invento griego. Hay que tomar la debida distancia si queremos saber de qué va el juego, en definitiva, superar las apariencias. Pero ¿acaso no todo es apariencia? Desde la grada del espectador imparcial, el amor es visto como el apareamiento de los monos. Pero no lo ve así el poeta. En el mundo hay árboles, focas, piedras…. Pero los árboles, las focas, las piedras… desaparecerían si de repente quedásemos reducidos al tamaño de una pulga. Todo sería muy distinto. La respuesta acerca de lo que hay no es, por tanto, independiente del tamaño o la posición. De ahí que el único modo de trascender las apariencias hacia el en sí, si es que hay algo como un en sí, sea reflexionando sobre el puro haber. Esto es, haciendo metafísica.

Sin embargo, el resultado de la reflexión sobre el puro haber nos dejará en el limbo especulativo. Pues el puro haber no es nada al margen de su aparecer como el haber de las cosas. ¿Hablamos de una mera abstracción? Ciertamente, no hay un puro haber como hay árboles, focas o piedras. Pero, si las cosas que vemos no son imaginaciones, entonces hay el ahí —el afuera. El puro haber no es, por consiguiente, nada. Su realidad es la de una negación de la nada. Es no siendo nada. Acto puro.

En cualquier caso, aunque haya ascenso, ningún camino habrá de vuelta: no es posible deducir la caña del pescador del haber en cuanto tal. La multiplicidad de lo concreto no puede comprenderse a partir de una sustancia fundamental. De hecho, la sustancia fundamental nunca fue sustancial. A pesar de Tales.

¿experimentar a Dios?

abril 20, 2024 § Deja un comentario

Si Dios es un Dios por venir —si la fe es, sobre todo, un permanecer a la espera de Dios—, entonces la experiencia de Dios no es, ni siquiera por analogía, la de un estar conectado al fondo nutricio del cosmos. Cristianamente, no se trata de descubrir, sino de mantenerse a la espera, mientras se le da al mazo. La fuerza o el ánimo no proceden de una especie de red bull de naturaleza espiritual, sino del Espíritu de Dios, ese resto. Y si el Espíritu se da como resto es porque, desde la óptica bíblica, el aliento de Dios es inseparable del memorial: recuerda el acto de piedad que tuvo lugar en lo más endurecido de la impiedad.

Al fin y al cabo, que el creyente se encuentre expuesto a Dios es algo muy extraño, si se piensa bien. Y pensarlo bien quiere decir más allá del suponer que hay Dios… o algo así. El estar bajo exposición es el envés de una existencia abierta a lo imposible…. en tanto que el Dios que aguarda el creyente no puede hacerse presente como ente superior. Un ente superior aún formaría parte del todo… como para que pudiéramos admitirlo como Dios. Un ente superior no es más que un ente superior, el cual, y como superior, tan solo nos exigiría un saber lidiar. En Dios, al margen de su hacerse cuerpo, no hay nada que reconocer. A lo sumo, una voluntad de incorporarse al presente para llegar a ser alguien. Sin su cuerpo, Dios aún no es Dios. De ahí que, estrictamente hablando, el creyente no espere a Dios, sino al Mesías —y con él, la irrupción del Reino de Dios, en definitiva, una nueva creación. Como decíamos, un imposible. Pues el mundo no puede admitirlo sin que finalice, precisamente, como mundo.

Sin embargo, la fe o apunta a lo imposible o no es fe, sino suposición. Y ello en nombre del milagro de un perdón que tuvo (el) lugar donde no humanamente podía tener lugar. En realidad, únicamente el perdón de lo imperdonable interrumpe la despiadada continuidad de lo histórico, una interrupción que no tienen otro horizonte que el de un reset de dimensiones cósmicas. Increíble, sí. Pues no podemos hacernos una idea del cómo sin falsificar el carácter de la esperanza creyente. Esta no proporciona un saber. Ni siquiera hipotético. Su forma es la del imperativo: el Sí debe triunfar sobre el No —la bondad, sobre la muerte— en nombre de… La fe como acto de confianza nunca fue un dar por descontado.

partir el pan

abril 19, 2024 Comentarios desactivados en partir el pan

El gesto de repartir el pan de cada día —en el fondo, la eucaristía— deviene significativo donde no está nada claro si hoy podremos comer. En caso contrario, no hay más que costumbre. Y la costumbre es erosión. Al final, ni siquiera recuerdas qué era aquello cuyos bordes han sufrido un enorme desgaste. De no tener presente, cuando menos, la posibilidad del hambre, el hecho de bendecir la mesa como quien no quiere la cosa ¿acaso no está cerca de tomar el nombre de Dios en vano?

buen provecho

abril 18, 2024 § Deja un comentario

Quien ve a los demás como cuerpos más o menos aprovechables, tampoco podrá verse a sí mismo como alguien que pueda estar más allá del like o el dislike. Primates. Sin embargo, hay el fantasma, esa figura de la alteridad. Y el fantasma, por suerte para el primate, no se deja ingerir. La ficción resulta más certera, a la hora de dar en el clavo de lo real —o mejor dicho, de nuestro estar expuestos a su desmesura— que un montón de mediciones. Quien mide, domina. Pero lo real, por defecto, es cuanto elude la dominación. Y esto está muy cerca del Dios. Pero también de lo excretable. Al final, los extremos se tocan. O como también se nos dijo, en el principio está el final.

nietzscheanas 63

abril 17, 2024 § Deja un comentario

¿Qué le podríamos decir a Nietzsche? Pues que quizá sí que la moral cristiana —la proclamación de la igualdad entre los hombres— fue provocada por el resentimiento, la envidia del sacerdote hacia la existencia noble. Pero que la pregunta no es si el resentimiento fue el impulso inicial, sino si, a pesar de ello, es o no verdad que somos iguales. Que no hay inicios puros es algo que ya podemos dar por descontado. Einstein podría haber dado con sus ecuaciones en un estado de ebriedad. Sin embargo, no quedan refutadas por ello. De hecho, caeríamos en la falacia ad hominem si terminásemos rechazando la teoría de la relatividad porque hubiéramos descubierto que Einstein fue un alcohólico.

Otro asunto es el de la falsa conciencia, que no podamos incorporar —reconocer como propios— los motivos que, en definitiva, nos impulsan y sostienen. Ahora bien, esto tiene que ver con nosotros, no con el clavo que hay que clavar. La obra de Nietzsche podría perfectamente entenderse como una orgullosa reacción al poder sacerdotal de la época. Y no por eso juzgamos su genealogía como irrelevante.

Con todo, Nietzsche probablemente nos hubiese dicho que no hay manera de contrastar si somos efectivamente iguales. Que nuestra objeción presupone que hay algo así como la verdad. De ahí que la pregunta sea en qué sentido cabe decir que es verdad que no hay diferencia, salvo la aparente, entre el noble y el esclavo. Al fin y al cabo, cómo es posible afirmar como verdadera la escisión de la que se ocupa la metafísica, a saber, la que media entre lo real en cuanto tal y su manifestación sensible. Pero de esta cuestión nos ocuparemos en otro post.

uno y trino

abril 16, 2024 § Deja un comentario

En realidad, Jesús de Nazaret no intimó con Dios en Getsemaní, sino con el Padre. Y es que, según el cristianismo, el Padre aún no es Dios siendo solo Padre. Con todo, puede que aún estemos lejos de admitirlo.

ya me vale

abril 15, 2024 § Deja un comentario

A pesar de la actual apuesta por la experiencia entendida como simple emoción, me atrevería a decir que no podemos prescindir de la pregunta por la verdad de los contenidos de la fe. Y es que no hay futuro para la fe —ni, por consiguiente, para la esperanza—, si esta solo depende de que el creyente la sienta que hay Dios. Al menos, porque los sentimientos van y vienen.

Ahora bien, la pregunta por la verdad de las fórmulas de la fe no apunta a los hechos que podrían validarlas. El kerigma cristiano no encuentra su confirmación en los hechos, ni siquiera en los que están por ver, sino en un acontecimiento. Los hechos se suceden. El acontecimiento, en cambio, supone una interrupción en vertical: el tiempo queda dividido en dos. Y el tiempo solo puede dividirse en dos en relación con la irrupción de lo imposible. La esperanza creyente nunca tuvo por objeto un ideal. Más bien parte del testimonio de aquella bondad que tuvo lugar donde no cabía ningún gesto de bondad. De ahí que la esperanza sea un tiene que suceder en nombre de y no un me gustaría que la fiesta terminase bien. Si la fe es en gran medida obediencia —o si se prefiere fidelidad—, entonces hay que conservar en la memoria la verdad de lo que tuvo lugar o aconteció como interrupción de la continuidad histórica. Pues de lo contrario el sentimiento que prevalecerá es el de aquel que siempre niega… salvo que no salgamos de nuestro zulo. Pero en ese caso permaneceremos en la ilusión. Y quien cree, y no solo cree que cree, está lejos de ser un iluso.

No obstante, la verdad de lo que en verdad tuvo lugar depende de que veamos el mundo como un escenario en el que combaten el Bien y el Mal. De no ser así —y esto es lo más probable hoy en día— no veremos más que una pugna entre fuertes y débiles. Para verlo a la cristiana —o lo que es lo mismo, a la apocalíptica— hay que ocupar la posición de los que no cuentan para nadie. Así, o es verdad que Dios se opone al mundo, o Nietzsche tiene razón. Incluso donde creemos haberlo refutado porque sentimos a Dios en lo más profundo… como el amigo invisible que siempre nos acompaña. Aunque quienes están convencidos de esto último quizá harían bien en tener presente, al menos de vez en cuando, que Jesús de Nazaret intimó con Dios en Getsemaní.

… y se comió unas sardinas con los suyos

abril 14, 2024 § Deja un comentario

En Lc 24, 35-48 hay unos versículos que me llaman la atención. Dicen así: y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: ¿Tenéis ahí algo de comer? ¿Cómo es que no terminaban de creer por la alegría? Ciertamente, aquí podríamos hablar de una alegría desconcertada o zozobrante. Pero ¿cómo es que no creyeron tras haber visto las manos y los pies ? Aquí la conclusión es casi inmediata: no bastan las apariciones. De hecho, hasta da la impresión de que para los evangelistas estas no son más que uno motivo inicial, algo así como un pistoletazo de salida: dichosos los que creen sin haber visto (Jn 20, 29). Como en el episodio de Emaús, la clave reside en, por un lado, comer juntos —(re)partir el pan de cada día: nadie se quedará con hambre— y, por otro, la comprensión de las Escrituras. Las apariciones, por sí solas, no dicen nada. O mejor, pueden decir cualquier cosa.

Ahora bien, esta comprensión de las Escrituras sería imposible sin la historia que hay detrás, la del Jesús que anduvo por Galilea, y que terminó como terminó. No se trata, por tanto, de añadir un nuevo referente al significado de la palabra Mesías. Ese mismo significado queda alterado por el nuevo referente. Como el significado mismo de la palabra Dios.

el todo es (la) verdad

abril 13, 2024 § 1 comentario

La verdad —lo que en verdad tiene lugar— es el todo, decía Hegel. Pues lo que vemos es siempre parcial, una perspectiva. Y por eso, la verdad en relación con lo que vemos —con lo que nos (a)parece— tan solo puede entenderse como adecuación. Y la verdad como adecuación es pobreza intelectual. La mujer, pongamos por caso, es siempre algo más que el cuerpo que nos seduce. Aun cuando ese algo más no sea simplemente un algo más. Este algo más no se da como el dato que nos falta, y que podríamos constatar desde otro punto de vista. La trascendencia está inserta en las cosas mismas. No hablamos, sin embargo, de los cielos. Se trata del todo. El todo esta presente en cuanto es de tal modo que cualquier perspectiva se decanta inevitablemente del lado de la ilusión óptica. El problema es que nunca vamos a ver el todo —nunca aparecerá como tal. Únicamente cabe pensarlo.

Ahora bien, los resultados de la reflexión nunca fueron incorporables —no es posible hacer cuerpo de cuanto es en verdad más allá de su aparecer en los sensible. No hay imágenes del todo. Y por eso seguimos con la perspectiva como si esta fuera verdadera. Ciertamente, se suele decir que la perspectiva es una parte de la verdad. Pero la verdad del todo no está hecha de partes. El todo no es una estructura —esto sería otra perspectiva—, sino una com-posición, y una composición de contrarios en la que no puede haber victoria sin que se imponga la nada. De nuestra fijación a la perspectiva solo nos salva la ironía. Así, que Sócrates fuese un irónico no debe entenderse —o no solo— como un rasgo del carácter. Por no hablar de la ironía del creyente. De ahí que probablemente aún estemos lejos de comprender qué reveló el cristianismo al proclamar que Dios tenía un cuerpo como el nuestro.

la catequesis que confirma

abril 12, 2024 § Deja un comentario

Que vivimos tiempos de miseria es evidente —y por eso quizá los poetas estén de más, como insinuase Hölderlin. Así, no me deja de llamar la atención que muchos de quienes siguen por la senda cristiana… no terminen de saber de qué va el asunto. Que si del amor a los demás, que si Dios está en todas partes o dentro de mí… Casi nadie se pregunta por la verdad de aquello en lo que cree —y no me refiero, obviamente, a si los hechos pueden confirmar su creencia. Más de uno, ni siquiera por aproximación, es incapaz de recitar el credo. La mayoría supone que hay Dios… como pueda suponerlo cualquier que aún mantenga una mínima sensibilidad religiosa. De hecho, muchos creen que hay Dios como podrían creer en la existencia de unicornios. Con todo, hay una diferencia: detrás de la creencia en Dios hay algo así como un me gustaría que hubiese más bondad.

En cualquier caso, están —estamos— lejos de confesar que el cuerpo del crucificado es el cuerpo de Dios —que Dios tiene cuerpo. Y que esta es la respuesta De Dios —si es que la resurrección de los muertos es el envés de la elevación sobre el Gólgota— al clamor de los hombres. Que por estos pagos hayamos reducido el cristianismo a una práctica de buenos sentimientos ¿no está cerca de tomar el nombre de Dios en vano? Y más si llegamos a hacernos una idea de la desgracia de tantos a través de unos cuantos vídeos de Youtube. El medio siempre fue el mensaje.

kultur

abril 12, 2024 § Deja un comentario

¿Adquirir cultura? Necesario. Para quien quiera formarse, esto es, adquirir una forma, un carácter, en definitiva, valor. Si has leído a Primo Levi, has estado en Auschwitz. Si te has limitado a visitar Auschwitz —y además te has hecho un selfie para colgarlo en tu insta—, no. Lo primero, tiene que ver con la experiencia. Lo segundo, con la sensación. No es lo mismo. Lo que viene tras la experiencia es un silencio elocuente. Lo que sucede al chute de sensaciones, la palabrería. Tenía razón Nietzsche: el último hombre es un tipo muy delgado. En realidad, un anoréxico.

siempre el re-ligare

abril 11, 2024 § Deja un comentario

La religión fue, desde el principio, un intento de recuperar la conexión con una totalidad de la que nos habíamos distanciado. Su horizonte fue, y sigue siendo, el del formar parte. De ahí que pertenezca a su esencia el espíritu de la negociación. La magia sería la perversión de este espíritu, al sustituir la lógica del do ut des por la de la dominación. En cualquier caso, el sentimiento básico de la sensibilidad religiosa es la nostalgia, un intento de regresar al hogar.

Sin embargo, nunca hubo hogar para los desheredados. Quizá sea por eso que su religión —los rituales que la acompañan— no fuese, tras unos inicios a trompicones, estrictamente una religión al uso. Yavhé siempre fue un Dios intratable, esquivo, impertinente. En realidad, nunca se mostró como un dios del lugar. De hecho, como el verdadero Dios que es, Yavhé impugna cualquier presente. Al fin y al cabo, el creyente permanece a la espera de Dios. Aunque, en un primer momento, ignore que no habrá otra presencia de Dios que la su lugar-teniente, el Mesías.

Dios y la eternidad

abril 10, 2024 § 2 comentarios

Creer que hay un Dios esperándonos en el más allá es como suponer que, tras morir, seguiremos viviendo al margen del paso de los días. En ambos casos, damos por sentado que sabemos de lo que hablamos. Pero, en realidad, no podríamos soportarlo de ser verdad. ¿Dopados de dicha sine die? ¿Acaso no nos preguntaríamos si eso es todo? ¿Que yo podría admitir que el todo sea ya el todo —que no hay más ni puede haberlo? ¿Un yo sin inquietud no es algo así como un cerdo satisfecho? Y si no hay yo ¿qué tendrá que ver con nosotros?

Erramos el tiro donde imaginamos la trascendencia, el motivo de la esperanza, como hechos de otra dimensión. Aunque, por otro lado, no podamos evitar imaginarlo así.

comentario de texto

abril 9, 2024 § Deja un comentario

Escribe Víctor Morla en su introducción al libro de Job: quien no se siente interpelado por el libro de Job y retratado en alguno de sus versos es que no ha vivido lo suficiente o no ha sabido vivir. Ahora bien, si esto es así —y diría que lo es—, entonces la experiencia de Dios no parece congeniar con la de quienes tienen suficiente con sentir a Dios en los recovecos del alma como si Dios fuera algo así como el amigo invisible de la infancia. En este sentido, me atrevería a decir que una de las lecciones del libro de Job es que la experiencia de Dios pasa por el grito desgarrado que se dirige a Dios. Por no decir que comienza con este. No se trata solo de la invocación, sino de un lamento que se atreve a cuestionar a Dios hasta casi rozar la maldición. Como si no hubiera Dios. O lo que es peor, como si Dios nos hubiese traicionado. Y paralelamente, ¿acaso no podríamos decir que la intimidad con el Padre de la que hizo gala Jesús de Nazaret encontró su momento de verdad en Getsemaní?

necesidad del pensamiento

abril 8, 2024 § Deja un comentario

¿Es la noción de ser una abstracción, un concepto como el de, pongamos por caso, mesa? ¿Es que vemos cosas y luego nos decimos: lo que tienen en común es que están ahí —que son? Hasta Hume se dio cuenta de que los tiros no van por ahí. Pues si vemos cosas es porque en el ver damos por descontado que están-ahí. Para Hume, sin embargo, la noción de algo-ahí es un constructo mental, el resultado de la integración espontánea de impresiones que pertenecen a distintos registros sensoriales. Y esta es la cuestión que separa la Modernidad de los tiempos antiguos: si el ser —el haber de cuanto hay— es o no primero. De hecho, no es casual que, donde la pregunta por la certeza ocupa el lugar de la que se interroga por la naturaleza del haber como tal, el asunto de Dios se desplace al terreno de las preferencias personales.

supervivencia

abril 7, 2024 § 1 comentario

La verdad sobrevive falsificándose. Y, por eso mismo, sobrevive como verdad.

el giro

abril 6, 2024 § Deja un comentario

La conversión —el tema espiritual par excellence, y no solo cristiano— puede suceder de dos modos: o bien, como ascenso; o bien, como giro intempestivo. En ambos casos, la conversión implica una modificación de la sensibilidad: uno es de otro modo. Hay cosas que antes te gustaban y ahora no puedes soportarlas. De algún modo, sucede aquí como aquellos ex-combatientes que, al regresar con vida del horror, no pueden soportar nuestra intrascendencia. Han visto el más allá antes de tiempo y, por eso mismo, el mundo deviene una ilusión. Ni siquiera pueden entenderlo como una copia imperfecta de lo real. La vergüenza de volver a ser tal y como eran es el freno que les impide encontrar un lugar en el mundo. Como visionarios, pertenecen a lo absolutamente extraño. Y de ahí que, a ojos de los demás, sean unos inadaptados. Por no decir, desencajados. Monjes.

Según el primer modo de conversión, el horizonte no se mueve. Y de lo que se trata es de acercarse, aunque ese horizonte sea el de una esfera, algo así como un límite asintótico. En cambio, desde la óptica del segundo, la iniciativa es la de lo real: el horizonte viene hacia ti. Ya no es un horizonte, sino el hacha que parte el tronco en dos. Como si lo real fuese alguien y no árbol. Mejor dicho: como alguien —y no como si fuese alguien, pues el como si presupone un haberse distanciado de la experiencia. Conforme al primero aún podemos tomarnos en serio. Difícilmente, donde somos sacudidos hasta el expolio. Aquí solo cabe responder —y encerrarse ya es una respuesta. El primero, parte de la iluminación. Y así vemos claramente cuál es el camino correcto. El segundo, de la revelación —y aquí no hay camino, sino a lo sumo aguardar lo imposible.

Sin embargo, lo imposible puede adquirir dos rostros. El de la nada, en tanto que la nada y el mundo son incompatibles; o el de un nuevo comienzo, algo de por sí inconcebible y que, por consiguiente, solo cabe esperar donde hemos sido testigos de un acto de bondad frente a Satán.

La fe se transforma en onanismo espiritual donde perdemos de vista que nos hallamos en medio de un combate de dimensiones cósmicas. O dicho de otro modo, donde creemos con insultante facilidad que el combate ya ha terminado y que únicamente hay que esperar a que el árbitro pite el final. Es posible que esto sea así —de hecho, es lo que proclama el cristianismo. Pero como aquellos que aún están en el mundo, no podemos creerlo como quien no quiere la cosa. Para nosotros, la última sílaba de la última palabra aún está por pronunciar.