equivocarse de padre
junio 4, 2023 § 1 comentario
Desde la óptica bíblica, la alteridad es padre, no madre. La madre es matriz. Y por eso mismo fuente de vida, pero también océano en la que todo se disuelve. En cambio, el padre acentúa la conciencia —la diferenciación con respecto al todo. Por la trascendencia del Yavhé, nos situamos fuera del todo (aunque no en otro mundo de naturaleza espectral). Fuimos arrancados de la selva por la altura de Yavhé. Inicialmente, formamos parte de la madre. El padre, en cambio, corta el cordón umbilical. El rechazo del animismo, de un mundo rebosante de poderes, es un acto paternal.
Ciertamente, la experiencia de la alteridad es, por defecto, la de lo extraño o inasimilable. No es casual que su figura sea la de lo monstruoso, tan fascinante como terrible. La aportación bíblica consistió en hacer del indigente un monstruo. Una vez fuimos expulsados del seno materno, estamos en manos del padre. Y lo que esto significa es que no sabemos lo que queremos, en cualquier caso lo que nos apetece o deseamos, hasta que nuestro padre no nos lo indica —mientras hagamos oídos sordos a su invocación. Una chamán no puede querer, en el sentido fuerte de la expresión, sino en cualquier caso andará con cuidado (y por eso mismo, será capaz de cuidar). Un chamán no tiene padre, solo madre. Para nosotros, en cambio, la madre es siempre una compensación. Y ya no puede ser de otro modo. La cuestión es quién es nuestro padre —a quién le enseñamos nuestro dibujitos. Y equivocarse de padre es fácil. La Biblia, sin embargo, es clara al respecto: el padre —su imperativo, su acusación— se hace presente en aquel que despreciamos a causa de su indigencia o mal olor. Ahora bien, aquí no se trata de enseñar dibujitos, sino de responder —y en definitiva, de levantar al padre.
preguntaría a todos, no sólo a cristianos:
¿qué cambia en nuestra conducta el hecho de que el ser supremo se haya hecho uno de nosotros y haya padecido y muerto por amor?
el texto habla de la alteridad como padre y del indigente como el rostro del padre. Si el ser supremo se ha hecho uno de nosotros y ha padecido y muerto por amor, eso implica que él es el padre por excelencia y que se ha identificado con el indigente. Por lo tanto, nuestra conducta hacia el otro debería reflejar ese amor y esa identificación, y no el desprecio o la indiferencia