superstición

mayo 30, 2023 § Deja un comentario

El agua bendita es un resto —dice el moderno— de las antiguas supersticiones. Vale. Pero hablar de superstición supone hablar de una falsa creencia. Y diría que aquí, como modernos, nos equivocamos. Pues la primitiva convicción en el poder del agua nunca fue, estrictamente hablando, una creencia: fue una obviedad. Basta con imaginar que vemos las cosas por primera vez. ¿Acaso no nos asombraría la capacidad del agua para resucitar lo muerto? ¿Es que no nos parecería elemental? No hay naturaleza para quien vive inmerso en ella. Tan solo para quienes han logrado distanciarse. Así, podríamos decir que la sentencia ilustrada, casi en el sentido judicial del término, tiene que ver antes con nosotros —con nuestra incapacidad para ver lo mismo— que con la verdad. Y si la verdad, antes que adecuación, es acontecimiento —lo que en verdad tiene lugar o se re-vela—, entonces es posible, por no decir altamente probable, que los primitivos estuvieran más cerca que nosotros. De hecho, la filosofía, en tanto que búsqueda de la verdad, no habría sido posible si antes no la hubiéramos perdido.

breve historia del mundo

mayo 29, 2023 § Deja un comentario

Al comienzo, el hombre experimenta con asombro el poder vivificador del agua: el cuerpo vuelve a la vida, las plantas nacen del fondo de la tierra. Con el tiempo, solo ciertas aguas son milagrosas. Lourdes. Finalmente, tenemos una explicación: el agua deviene combustible. Hölderlin dejó escrito aquello de para qué poetas en tiempos de miseria. Aunque quizá solo en tiempos de miseria el poeta pueda levantar acta del aliento que perdimos al hacernos mayores.

(Y aquí el gurú añadirá: ¡podemos recuperarlo!… si hacéis de que os digo. En cambio, el optimismo cristianismo acaso sea más lúcido: vamos a esperar el día D. Aun cuando esto se halle cerca de decir per la nostra banda, no hi ha res a fer.)

hacer cristianos

mayo 28, 2023 § 1 comentario

La crítica más frecuente a lo que escribo es que “esta teología no hace cristianos”. Sin embargo, mi intención nunca fue “hacer cristianos”. En realidad, quienes “hacen cristianos” son los testigos de Dios (y de hecho, a ellos me remito donde digo lo que digo… y no porque digan lo mismo). No tengo otro propósito que el de dotar de una cierta legitimidad epistemólogica —la expresión es de Alexis Bueno— a las fórmulas de la fe. Mi convicción es que el cristianismo no es una chorrada. Me atrevería a decir que la mayoría de quienes plantean esta crítica se dedica a una pastoral devocional que, aunque su motivo sea un Jesús que se presenta como modelo del compromiso solidario, apunta a un dios-común. Esto es, a un Dios que no necesita hacerse cuerpo para alcanzar entidad. Pero, según el cristianismo, Dios tiene cuerpo (y si necesitó tenerlo es porque quiso, porque es esta voluntad). Es posible que esta pastoral consiga devotos, pero no sé si cristianos.

En cualquier caso, diría que una cosa no quita la otra. No hay comienzos que sean químicamente puros. El problema, me atrevería a decir, es quedarse en los comienzos. Pues los motivos por los que comenzamos no terminan de coincidir con lo que sostienen, de haberla, nuestra fidelidad. La cruz nunca fue una anécdota que deja las cosas de Dios como estaban. El Dios que se revela en el Gólgota no es el que se imaginó Jesús. Entre otras razones, porque no creo que Jesús dijera de sí mismo que era el cuerpo de Dios (o que el Padre no es aún nadie sin el Hijo). Otro asunto es que se trate de mantener el rebaño en el redil… sea como sea. Pero este ya es, como decía, otro asunto. A quien tengo en mente cuando escribo es, sobre todo, a aquellos que abandonan, precisamente, porque no encuentran la munición necesaria para enfrentarse a un mundo que no quiere saber nada de Dios. La secta es el resultado de las pastorales que no cogen el toro por lo cuernos. Aun cuando estén formadas por buena gente.

No obstante, lo que más me llama la atención es que no se discuta. Ni siquiera fraternalmente. ¿Hablamos, en el fondo, de la arrogancia? ¿Cuándo dejó de importarnos la verdad? ¿Es que nos basta la capillita? Y lo digo con cariño —pues les debo mucho a mis antiguos pastores—, aun cuando pueda no parecerlo. Al fin y al cabo, solo Dios sabe. Por así decirlo.

regar un árbol seco (y 2)

mayo 27, 2023 § 1 comentario

En Grecia y Egipto creían que un árbol seco representaba el poder de lo divino. ¿Cómo entenderlo? ¿Quizá porque en el árbol seco se concentraba el poder indomable de la muerte? Ciertamente, estamos muy lejos de vivirlo así. Sobre todo porque la muerte, aun cuando siga provocando nuestro temblor de piernas, ha pasado a ser una desconexión. Así, morimos como mueren las máquinas: simplemente, dejamos de funcionar. Como decía Epicuro, la muerte, como tal, no nos concierne (y por eso, de lo que se trata a lo sumo es de liberarse del temor a morir) . En cualquier caso, este dato antropológico nos permite entender mejor la primera escena de Sacrificio de Tarkowski. Pues ¿acaso el gesto cristiano par excellence no consiste en regar el árbol seco de Dios? Y este gesto ¿no revela lo que el cristianismo entiende como poder de Dios? ¿Es que el Dios cristiano no fue un Dios que quiso ponerse en manos del hombre precisamente para llegar a ser el que es? ¿No hay mayor poder en el Dios que renunció a su omnipotencia para llegar a ser alguien —en el Dios que es esta renuncia— que en aquel que no es más que la máxima expresión de la voluntad de poder? La emancipación del hombre con respecto a lo divino ¿acaso no es el envés de un Dios que no es aún-nadie sin la adhesión de su criatura?

seut

mayo 26, 2023 § Deja un comentario

otra breve introducción

mayo 26, 2023 § 2 comentarios

Decimos “lo nuestro es amor”. O “esto es justo”. O “soy libre”. O “hay Dios”. Pero ¿es tal y como lo decimos? Aquí estamos presuponiendo que cabe una respuesta. Y que cabe una respuesta porque la verdad de lo que decimos —la adecuación de lo dicho— se decide en relación con los hechos. Pero no hay algo así como hechos que correspondan a nuestras grandes palabras. Más bien, es el decir —pues decir es juzgar, de qué lado se decanta la balanza— lo que determina qué va a considerarse como hecho. De este modo, al declarar que tal o cual decisión es justa lo que en el fondo decimos es: vamos a hacer como si lo fuera (y no se hable más).

Este es el origen —o uno de ellos— de la institución. Pues la institución es un andamiaje: podemos vivir como si hubiese lo indiscutible —como si hubiera un hogar. Así, nos amamos o somos libres o hay Dios… siempre que no hagamos tema del asunto. Pero lo cierto es que podemos seguir hablando (o discutiendo) a propósito de lo que hemos fijado sobre arenas movedizas. La mariposa que clavamos en el corcho sigue batiendo sus alas. La pregunta se limita a desclavarla. Y donde nos preguntamos sobre nuestras grandes palabras, no vuelve a crecer la hierba, como decía Hegel. Y es que todo es mezcla.

Cuanto nos traemos entre manos no es algo que sea químicamente puro. La plata va con la ganga. El no es más que con el es más que (y viceversa). En el amor de una madre no todo es amor. En la libertad común, hay mucho —o bastante— de prisión. Al fin y al cabo, nunca terminamos de saber de lo que estamos hablando. Y aquí, obviamente, no basta con dar una definición. Esta permanece más allá de lo sensible, en el territorio de lo formal. Damos por sentado que lo justo es darle a cada uno lo que se merece. Pero lo que queda en el aire es, precisamente, qué se merece cada uno. Y esto último siempre se concreta sobre la marcha, esto es, según el parecer (y por eso mismo, de momento o hasta cierto punto).

Sin embargo y dicho sea de paso, la cuestión es cómo es posible la definición, teniendo en cuenta que partimos de la ambigüedad. Y es obvio que aquí la respuesta no puede ser por generalización.

la dimisión del alumno

mayo 25, 2023 § 2 comentarios

Es posible que la educación se esté yendo a pique. Muchos alumnos ya son incapaces de seguir un curso normal de bachillerato. Y esto al margen de que al final aprueben casi por decreto (o sin el casi). Y quien dice por decreto dice por política (y no solo por la parlamentaria, sino también por la escolar: las escuelas o las universidades no sobrevivirían si decidieran dejar fuera a un cuarenta por ciento de sus matriculados).

Siempre ha habido, como suele decirse, malos estudiantes. Pero es que en estos momentos pasan a ser mayoría. Como en todas partes, la clase media va desapareciendo… si es que no ha desaparecido ya. Es verdad que para muchos una escuela elitista es algo así como la bicha. Y que por eso mismo creen que la pregunta es cómo ayudar a aquellos que les cuesta. El propósito es, sin duda, loable. Pero yerra en el diagnóstico. Sigue habiendo, ciertamente, alumnos a los que cuesta y quieren aprender. Pero la mayoría de los que arrastran suspensos no es porque les cueste: es porque pasan. Así tal cual. Y pasan porque su mundo —un mundo tremendamente absorbente, por no decir tóxico— está fuera. Ya no digo de la escuela, sino también de la familia. Su vida está en tiktok, por decirlo de algún modo. Y tiktok hace mucho ruido. Hablamos de la adicción. Su mente es alimentada día tras día por la estupidez. Y quien se alimenta de estupidez se vuelve, obviamente, estúpido. La escuela —lo que en ella se cuece o se cocía— deviene una especie de mosca cojonera, una interferencia, un rumor de fondo. Una buena parte del alumnado está formada por chicos y chicas mentalmente empobrecidos. Muy empobrecidos. Así, cada vez resulta más frecuente que te pregunten por el significado de palabras como inherente o sintomático. El problema es que esto no lo viven como un motivo de preocupación (y acaso lo que sea peor: tampoco muchos de sus padres). Muchos son incapaces de resumir correctamente un artículo de prensa. Y digo incapaces.

Algunos —de entre ellos, bastantes padres helicóptero— aún van diciendo que los alumnos pasan porque no los motivamos lo suficiente. Pero no todos los tiros van por ahí. Pues no hay modo de motivar a quien carece de un mínimo de sustancia —a quien solo le motivan los vídeos de el Rubius. Como siempre, motiva quien sabe de lo que habla y lo comunica con pasión. Pero no hay profe que pueda motivar a aquellos cuya mente ha sido previamente ahuecada.

La pregunta, por tanto, no es qué debemos hacer para que no se queden atrás aquellos a los que les cuesta y quieren aprender, sino cómo debe posicionarse la escuela ante la dimisión del alumno. Bajar niveles —¿aún más?— sería un suicidio social. Me atrevería a decir que de lo que se trata es de dar clases de nivel para quienes quieren aprender —que haberlos, haylos— y para el resto dónde vemos un tres vemos un cinco. Aquí no deberíamos rasgarnos las vestiduras. Basta con cambiar de chip. Pues para quienes quieren aprender, dejando a un lado las excepciones, un cinco es miseria (y por lo común, suelen ir más allá o bastante más allá). Aunque iría bien que a algunos de los que pasan, aunque sean unos pocos, les quedara el curso. Pues unas dosis de temor ayuda. Al menos, para conservar un cierto clima. No sea que el cambio climático acabe convirtiendo en un desierto lo que antes era tierra más o menos fértil. Con todo, tampoco tengo claro —ni de lejos— que esto sea una solución.

En cualquier caso, lo más probable es que las pedagogías que ahora se llevan, en principio pensadas para que nadie se quede atrás, acaben generando más desigualdad. Y es que cuando las cosas se ponen serias, quien no ha aprendido a leer se queda, sencillamente, fuera.

una breve introducción a la filosofía a propósito de una voz

mayo 24, 2023 § 2 comentarios

Escuchar momentos antes de morir la voz de tu hija y que esa voz te parezca un acontecimiento (y de paso preguntarte cómo pudiste vivir de espaldas al milagro). O bien escucharla y decirte a ti mismo que la sensación de milagro es algo que solo tiene que ver contigo. Esa voz o es más que o no es más que. No diría que quepa alternativa… al menos que entremos en las paradójicas aguas de la dialéctica y digamos que no es más que porque es más que. Y después alguien dirá que no importa interrogarse acerca de en qué consiste que algo sea en verdad, al margen de lo que nos parece que es (y ello a pesar de que no acabemos de hallar una respuesta satisfactoria).

tótems

mayo 20, 2023 § 1 comentario

A los conquistadores les bastaba —y les basta— con quemar los tótems de los vencidos para desmoralizarlos —para disolver su alma. Hoy nos parece que los conquistadores pudieron hacerlo porque los vencidos fueron primero víctimas de una superstición. Pero quizá sea suficiente con imaginar que de repente fuese arrasado nuestro mundo: que despareciesen Notre Dame, la estatua de la libertad, el Vaticano, todas las pinturas del Louvre o el Prado, la música de Bach, las obras de Shakespeare, todos los ejemplares de la Biblia… O más aún, que ya no quedase ningún hombre bueno. Ninguno. ¿Acaso no caeríamos en la misma desesperación?

sodoma

mayo 19, 2023 § Deja un comentario

¿Cómo nos quedamos, cristianamente, cuando sale a la luz el barro sucio de aquellos a quienes admiramos por su integridad y entrega —por su aparente santidad? ¿Acaso no comenzamos a sospechar, al constatar que son muchos, que toda manzana está podrida? ¿No murió Jean Daniélou en la cama de una prostituta? Jean Vanier, ¿no se aprovechó de sus devotas con la excusa de una pseudomística erótica? ¿O no fue una excusa? Ciertamente, el terriorio del sexo es pantanoso. La seducción, de por sí, es asimétrica. Incluso donde la seducción es mútua. El problema, sin embargo, no es la fragilidad —pues ¿quién habrá que esté por encima?—, sino que está se apoye en las estructuras de poder. El problema es el abuso. Y más si quienes lo cometen, antes se han llenado la boca exhortándonos a llevar una vida sin tara… como si la tara no fuera con ellos.

Sea como sea, la mierda está muy extendida. No solo en la Iglesia, sino en cualquier institución. Podríamos hablar, por ejemplo, de la familia. Si se publicasen día tras día los casos de pederastia entre familiares ¿podríamos evitar la impresión de que la familia es un campo de minas? Como es habitual, la trampa consiste en no contar toda la historia —en dirigir el foco únicamente a una institución. ¿Es que hemos olvidado que no hay nadie que sea justo (Sal 14)? Sin embargo, en la Iglesia no solo hay toxicidad. También dentro de las familias hay buenos padres. O cuando menos, podemos confiar en que así sea. Y ello aun cuando no todo es trigo limpio en quien se nos muestra de una pieza. La pregunta, por consiguiente, no es quién tendrá un corazón puro, sino si, a pesar de nuestra podredumbre, aún cabe un gesto de bondad donde no es posible ninguna bondad. Diría que aún no nos hemos tomado en serio aquello de que solo Dios sabe hasta qué punto permanecemos fieles a su voluntad. Aun cuando de ello no se deduzca, obviamente, que, en el ámbito de lo político, no deba tirarse ninguna piedra.

de chamanes y científicos

mayo 18, 2023 § 1 comentario

El libro de Jeremy Narby sobre la inteligencia de la naturaleza —El misterio último— es muy interesante. La idea de fondo es simple (y no es la primera vez que alguien la defiende): la ciencia nos permite entender cómo funciona el mundo, pero no comprender que formemos parte de él. Al menos, porque comprender supone abrazar lo que se entiende. Es decir, interiorizarlo. De hecho, la imparcialidad solo es posible donde nos hallamos fuera, situados en la distancia de un dios omnisciente: midiendo, calculando, certificando. La dualidad sujeto-objeto es el presupuesto inevitable de la actividad científica. Y aquí, a pesar de Hegel, no hay reconciliación que valga.

En este sentido, el chamán lo tiene más fácil. Como animista, para él todo habla —todo emite su música. Basta con tener los oídos —la ayahuasca— para escucharla. Hay otras inteligencias a parte de la racional. No es que el chamán crea o suponga que todo tiene un alma: lo vive a flor de piel. Ciertamente, en el mundo del chamán, hay violencia. Pero no Mal. El chamán nunca tendrá que elegir entre la impiedad de Atenas o la piedad de Jerusalén. Esta no es su disyuntiva. Nunca se le ocurrirá decir, por ejemplo, que somos rehenes del pobre. En una tribu, no hay clases, aun cuando haya jerarquía. O todos, o nadie. Para que haya Mal, antes tuvimos que abandonar la selva. Y la abandonamos para crear ciudades. O mejor dicho, estados.

Así, cabe aventurar que solo con el surgimiento del poder estatal surge el Mal, es decir, la posibilidad del exterminio. En el mundo de los chamanes, la violencia es natural, esto es, raramente desproporcionada…, lo cual no implica que no deba evitarse. En absoluto es secundario que Egipto fuese la bestia negra de Israel. Como tampoco lo es que Israel se alejara de Yavhé —todavía más— durante el período monárquico. Quizá el error del profetismo fuese creer que era posible un Estado justo… si hacíamos los deberes. Pero no es posible reunir a las doce tribus, salvo en la festividad. Aunque puede que el mensaje subliminal de los profetas fuese que había que volver a cuidar cabras. Sea como sea, no hay nada enteramente Otro —ninguna alteridad en falta— para el chamán. Lo divino, como quien dice, está por todas partes, penetrando cuanto es.

Leyendo el libro de Jeremy no puedes evitar la impresión de que las espiritualidades transconfesionales de hoy en día viven, precisamente, de la nostalgia del mundo del chamán —del anhelo de recuperar la vida que perdimos al dar un paso al frente. Su éxito reposa en el brillo de un mundo en el que se respiraba la comunión. El presupuesto de dichas espiritualidades es que fuimos separados de ese mundo, pero no arrancados de raíz. De ahí su carácter compensatorio. Sobre todo, si tenemos en cuenta, por parafrasear a Rudolf Bultmann, que no cabe ser animista donde continuamente manipulamos objetos. O existimos como separados, o como arrancados —o panenteísmo, o el Espíritu como huella. A pesar de los sincretismos, tertium non datur. Aunque sea simplificando, hablamos de la línea que divide la espiritualidad oriental de la que nace de la fe bíblica. El problema, sin embargo, es que no podemos elegir entre prejuicios que se han hecho cuerpo. Pero, por eso mismo, me atrevería a decir que el animismo (y sus variantes) constituyen la única instancia crítica de la tradición bíblica. Si los chamanes están en lo cierto, entonces no hay trascendencia, sino en cualquier caso, dimensiones. Y aquí no vale decir que la Biblia ya contempla el Edén. Pues lo contempla como lo que dejamos atrás definitivamente… y no parece que todos lo dejáramos atrás. Yavhé sería tan solo el dios de la civilización —de la obra de Caín. Y esto está cerca de decir que, al fin y al cabo, es una divinidad a medida de la civilización. Quizá no sea casual que, durante la vida paradisíaca y a la hora de referirse a Dios, el autor del Génesis emplease en término Elohim —un plural— y no Yavhé.

Sin embargo, es posible que nunca haya habido el mundo del chamán, esto es, el mundo que imaginamos como el mundo del chamán. Por tanto, el animismo como instancia crítica carecería de correlato objetivo. La creencia en el mundo del chamán respondería, más bien, a la tendencia tan moderna de negar que haya una genuina trascendencia, la cual no debe confundirse con la existencia de otro plano. Pues aun cuando hubiese otro plano, aún no habríamos cruzado, de cruzarla, la puerta que nos separa de Dios-en-verdad. De hecho, con respecto a Dios-en-verdad no hay ninguna puerta que podamos cruzar. En la modernidad, el mundo del chamán funciona, efectivamente, como una variante del mito del buen salvaje, provocando la ilusión de que es posible regresar (y aquí regresar sería superar la fe monoteísta). Pero, a menos que tomemos la decisión de Thoreau, no tenemos el billete de vuelta. Y diría que, de tomarla, ni siquiera. Pues ya no somos los que fuimos… si es que alguna vez lo fuimos.

En realidad, podríamos sospechar que estos mitos no cuentan toda la historia. Nada hay que no ofrezca dos caras. Tan solo basta con que leamos a Marvin Harris para caer en la cuenta de que en la vida de los cazadores-recolectores no todo fue idilio. ¿Acaso no fue natural que en esos grupos se devorasen a los hijos de más? ¿Que ellos lo vivieran con naturalidad, aunque fuese una naturalidad fuertemente ritualizada, significa que deberíamos poder volver a vivirlo así? La vida del hijo ¿es o no es sagrada? En la naturaleza los osos no son siempre ositos. Ni los hombres, hermanos. Ni siquiera donde lo fueron de sangre. En cualquier caso, los estados solo le dieron otra magnitud a lo que venía de fábrica.

dime de lo que hablas

mayo 15, 2023 § 1 comentario

En las canchas cristianas, suele hablarse de la importancia de la experiencia: no basta con recitar el credo; hay que experimentarlo. De acuerdo. Pero ¿qué significa aquí experimentar? Por lo común —y esto sería un resto del viejo pietismo—, se trata de experimentar algo así como una relación personal con Dios. Ciertamente, la sombra de Agustín es alargada. Pero quizá no sea lo mismo experimentar íntimamente a Dios en un mundo que da a Dios por descontado que en otro donde Dios —el Dios que preferimos imaginar— se ha convertido en una hipótesis que el creyente mantiene por su cuenta y riesgo (aunque sea con el apoyo de la bona gent que suele haber en las comunidades cristianas). Y no es lo mismo porque el punto de partida —el presupuesto desde el que se decide lo que cabe entender por experiencia— ya no es el vivir a flor de piel el encontrarse bajo un poder que nos sobrepasa. Por no hablar del misterio. De ahí que el riesgo de la experiencia termine reduciéndose a emoción… afectando, de paso, a la verdad de Dios al sentirlo como una variante del amigo invisible de la infancia. El problema de basar la fe principalmente en el factor emocional es que la experiencia no es de Dios, sino de uno mismo en tanto que necesitado de un amparo espectral.

En los evangelios, la experiencia de Dios posee una doble faz, por así decirlo. En primer lugar, es la que tiene Jesús de Nazaret en Getsemaní (y no da la impresión de que en Getsemaní Jesús sientiese mariposas en el estómago). Y en segundo, la que conduce, como extensión de la primera, a reconocer al crucificado como Hijo (y aquí acaso tendríamos que hablar antes de la experiencia de Dios, en el sentido subjetivo de la preposición). Es verdad que algunos teólogos sostienen que tras el tercer día quedó confirmada la experiencia de Dios del Jesús de Galilea. Pero de ser esto exactamente así, los sucesos de la Pascua nada nos hubieran revelado acerca de Dios. Esto es, no nos hubieran revelado al crucificado como el quién de Dios. A lo sumo, a Jesús como el último profeta (con permiso del Islam). El Jesús de Galilea invocaba a Dios como Padre. Sin embargo, la cruz nos revela, precisamente, que el Padre aún no era Dios. Y no lo era porque, desde el principio, no quiso serlo sin la adhesión del Hijo del Hombre. La fe cristiana es una fe en el Padre solo a través del Hijo. No, una fe en el Padre y además en el Hijo… como vete a saber qué. Para Jesús, Dios fue el Padre. Para un cristiano Dios es la unión entre el Padre y el Hijo. Y no diría que se trate estrictamente de lo mismo. El Padre no se hace presente sin el Hijo. Y lo que no se hace de algún modo presente aún no es. (Y aquí alguien podría objetar que el Padre se hizo presente, antes de la Encarnación, como Creador. Pero comprender la Creación significa comprender, precisamente, que esta consiste en el retroceso del Padre hacia el futuro del Hijo del Hombre. Pero este ya es otro asunto.)

Evidentemente, la experiencia de Dios de los primeros cristianos fue también consoladora (o mejor dicho: sobre todo consoladora). Pero únicamente tras la resurrección (y puede que este sea el asunto más espinoso hoy en día). En cualquier caso, lo que vengo a decir es que, cristianamente, la experiencia de Dios es muy física —muy de carne y hueso. Y por eso no deja de resultar desconcertante que muchos sigan dirigiéndose a Dios como si no hubiese habido Encarnación —como si Dios fuese alguien al margen del crucificado. Donde no hay carne de por medio no hay fe. O cuando menos, una fe que merezca el nombre de cristiana. Si nos llenamos tanto la boca con nuestra experiencia de Dios será porque es lo que nos falta. Al menos, por aquello de dime con qué te inflas y te diré de lo que careces. Quienes sobrevivieron a Auschwitz nunca dieron testimonio del horror —ni de lo que pudieron haber visto más allá— en los términos de un haber tenido una experiencia. Más bien, prefirieron guardar silencio (y algunos, obrar en consecuencia). De hecho, quienes han experimentado a Dios, más que hablar de sus intensas emociones, suelen contarnos historias. E historias que inevitablemente comienzan diciendo había una vez un hombre… Como los evangelistas. En realidad, si lo pensamos bien, las emociones de los creyentes ejemplares no interesan a nadie, salvo a sus madres.

del presente indicativo

mayo 14, 2023 § 1 comentario

No vemos lo presente —literalmente, lo dado— en el presente. Esto es, difícilmente caemos en la cuenta de lo que se hace presente en el mientras tanto del día a día. De hecho, caemos en la cuenta de su valor tras su perdida, una vez lo dado deviene un fue. Aunque también, donde el día a día es puesto en suspenso por la aparición. Y aquí podríamos añadir que la aparición y el caer en la cuenta van de la mano… en tanto que lo que aparece en la aparición es, precisamente, lo ordinario como extraordinario: el cuerpo con el que negociamos a diario —y a menudo duramente— como prodigio; la sonrisa de una mujer como gracia; el horror como no absoluto. El milagro es siempre limpio, sin ambivalencia. Como si no fuera de este mundo. En el presente, sin embargo, nos puede la rugosidad, la indicación en falso, la cojera. Al fin y al cabo, es fácil que sigamos siendo esos niños que lanzan al suelo la galleta partida por la mitad.

nietzscheanas 62

mayo 13, 2023 § Deja un comentario

Estrictamente, no hay yo en el übermensch —en el que es capaz de bailar tanto sobre un campo de amapolas como sobre una pira de gaseados. Por defecto, un yo —la conciencia de sí— difiere de sí mismo, es decir, nunca termina de reconocerse en el cuerpo con el que, por otro lado, se identifica. Y el übermensch es su danza, al fin y al cabo, un estado de embriaguez. Quizá podríamos decir, siendo más honestos con Nietzsche, que el übermensch difiere de la nada que abraza y que, como tal, soporta el brillo de cuanto sucede —y difiere precisamente al ponerse a bailar. Porque no hay nada más allá, no hay nada que esperar que no sea el estribillo de la ilusión. Queda el reggaeton.

En cualquier caso, la inquietud socrática pertenece al culpable. Y no hay culpable que no tenga un Padre. De ello, se dio perfecta cuenta Nietzsche: somos quienes nos buscamos sin encontrarnos. Y aquí podríamos añadir que no nos encontramos porque nadie puede obedecer hasta el final al fantasma de su Padre. Hamlet sería la figura moderna de esta irreparable indecisión. Sin embargo, a Nietzsche probablemente se le pasó por alto que el Hijo solo llega a ocupar el lugar del Padre —y por eso mismo, a serle fiel— levantándolo de la muerte (y de ahí que acaso no comprendamos la resurrección mientras la sigamos viendo como el resultado de la intervención de un deus ex machina, y que, por eso mismo, tan solo afectó a un crucificado). Por no decir que a Nietzsche acaso también se le pasara por alto aquello que decían los griegos de los dioses: que envidiaban la mortalidad de los mortales. Y quien dice mortalidad, dice indigencia.

la dispersión

mayo 10, 2023 § 2 comentarios

Bailar sin parar. Así vivimos, por lo común. Esto es, del trabajo al ocio (y entre una cosa y otra, todo es distracción, aunque no siempre agradable). Para muchos, la mejor vida es una vida atareada. En definitiva, se trata de no detenerse. Pues de hacerlo fácilmente caeríamos en la cuenta de que bailamos sobre cráteres. Sin embargo, el espíritu de la búsqueda nace a lomos de una ausencia fundamental (y por eso mismo, irreparable). Y ya sabemos que nos dividimos entre quienes están a favor de la búsqueda y quienes prefieren seguir bailando —entre quienes no pueden evitar mirar de frente (o aquí, bajo sus pies) y quienes esconden la mirada, dirigiéndola hacia cuanto cabe tener. Quizá hubiera estado bien que Nietzsche se hubiese preguntado si acaso Dioniso nunca se cansó de bailar.

el todo

mayo 8, 2023 § 4 comentarios

Según Hegel, no comprendemos en qué consiste que algo sea hasta que no comprendemos que nada hay que no esté conectado con el resto de cosas; que comprender lo particular supone comprender el todo. Así, la pregunta por qué hay algo en vez de nada equivale a preguntarse por el porqué de la totalidad (y es obvio que aquí no nos estamos preguntando por ninguna causa eficiente). Si, de repente, desapareciese una mosca sin que hubiera un porqué, esto es, sin que su desaparación se debiese a la naturaleza de las cosas, el todo se desplomaría como un castillo de naipes. Y esto es así por la sencilla razón de que mosca es en relación con lo que no es mosca —con aquello que la existencia de la mosca niega y, por eso mismo, con aquello que, siendo lo otro de la mosca, tiene que negarla. Y esto equivale a decir que lo que no es mosca tan solo es en relación, precisamente, con la mosca. Nada es en particular cuyo envés no sea lo que no es eso en particular. Y viceversa. La negación se halla inscrita en el seno de la afirmación. De ahí que el No se presente como la continua amenaza del Sí. Ahora bien, y por la misma razón, podemos también decirlo a la inversa: hay en el No una voluntad de Sí —un Espíritu.

Sin embargo, podemos ir más lejos. Pues siguiendo esta misma lógica, si hay el todo, entonces el todo no puede ser aún el todo (y en este punto acaso nos apartemos de Hegel). No hay el todo sin que, en cierto sentido, haya el no-todo. Hay lo que hay. Este es el punto de partida (y decir esto supone decir, frente a Descartes, que el punto de partida con respecto al asunto del saber no es nuestra representación de lo que hay). Pero si hay lo que hay es porque el haber en cuanto tal en sí mismo no es. Traducción: el haber en cuanto tal es no haciéndose presente en cuanto tal. Hablamos efectivamente del tiempo —de la historia. Pues tiempo significa que el haber de las cosas no permanece como haber. En realidad, no puede permanecer… en tanto que hay cosas porque, como decíamos, el haber como tal es no siendo como tal. Y por extensión, si el todo no puede ser aún el todo, entonces el tiempo final es, inevitablemente, el horizonte asíntótico de la historia. Por consiguiente, no hay ahora que no quede infectado por el final de los tiempos. Hegel escribió lo que escribió con una Biblia bajo el brazo. Que hoy no sepamos qué hacer con ella, salvo despreciarla como un cajón de supersticiones, es un síntoma de nuestra indigencia intelectual.

epicúreas (y 2)

mayo 7, 2023 § 1 comentario

Hay dos modos de comprender el tiempo —de posicionarse en el tiempo: el pagano y el bíblico. Desde el primero, el tiempo es desintegración. Cualquier pasado fue mejor (y probablemente de esto nos demos cuenta una vez sea, precisamente, pasado). De ahí el carpe diem (lo cual está lejos de ser algo fácil). En cambio, desde el segundo, lo mejor está siempre por venir (aun cuando ello suponga el fin de los tiempos: del mundo no cabe esperar nada nuevo, a lo sumo una sucesión de novedades). Quizá no sea casual que la sensibilidad pagana sea la propia de los satisfechos.

lo serio y la feria

mayo 6, 2023 § 2 comentarios

Si es cierto que, de no haber resucitado el Mesías, la fe sería una estupidez, entonces ¿cómo es que no nos sacude un cierto temblor?¿Quizá porque hemos sustituido el anuncio de la resurrección por la creencia en la inmortalidad del alma? ¿Quizá porque nos hemos pasado de rosca con la traducción? Pues lo cierto es que la resurrección es, de por sí, increíble. Con todo, puede que la peor causa de nuestra tranquilidad sea que, en el fondo, nos da igual. Aunque nos llenemos la boca con la confesión creyente. De hecho, tenemos suficiente con la paradita, sea o no religiosa, que nos montaron en la feria.

epicúreas

mayo 5, 2023 § 2 comentarios

Ayer le dije a mi mujer: me basta con estar contigo, tomando unas cervezas frente a la playa, en un día de sol. Y aquí sería inevitable anhelar, junto a Fausto, que el instante se detuviese. Pues fuera de este instante ¿qué puede haber? ¿Oficio? Estar sometidos al tiempo significa que no podemos esperar nada que no sea la descomposición. Quien no lo tuvo en su momento —quien no supo reconocerlo—, nunca lo tendrá. Así, los amantes se preguntan ¿y ahora qué? Pero no saben qué responder. Para el paganismo la cuestión existencial por antonomasia es cómo hacer frente a la erosión del paso de los días —cómo permanecer conectados a la sensación verdadera. Y acaso esta sería la única cuestión si no hubiera hambrientos que nos sacasen de quicio con su demanda. Esto es, si no nos solicitase su acusación (sobre todo, si esta viene precedida de su perdón). De ahí que todo ángel sea terrible. Sin duda es preferible seguir escuchando el rumor de las olas junto a tu chica. Pero hay que partir de ahí si queremos comprender, cuando menos, de qué va esto de Dios.

el último mohicano (y 2)

mayo 2, 2023 § 4 comentarios

Para hacernos una idea de lo que pudo suponer la muerte del crucificado como apestado de los hombres y de Dios imaginemos que, de repente, desapareciese el Vaticano, los popes, el cristianismo evangélico…; que nadie más en el mundo, salvo tú, siguiese creyendo en Dios. En ese caso, un acto de fe —el abandonarse a Dios como abandonado de Dios en un mundo sin Dios— sería una desproporción. Por no decir, que andaría rozando el delirio. Ningún testigo para tu fe. Ningún discípulo. En su lugar, la risotada del gentío. Pablo estuvo más cerca de Nietzsche de lo que nos imaginamos. Pues este último comprendió mejor que nadie que donde todo termina en la cruz, la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia. Y de ser así, el último clavo lo clavó Nietzsche.

el último mohicano

mayo 1, 2023 § 1 comentario

Todo pasa. Amón es objeto de especialistas. ¿También lo terminará siendo el Dios cristiano? Ciertamente, si por el Dios cristiano entendemos el Dios de la cristiandad. Pero no lo tengo tan claro si hablamos del Dios que se revela en el Gólgota. Pues lo decisivo de la experiencia cristiana de Dios se juega en aquellas situaciones en las que no parece que haya Dios. Así, imaginemos que pertenecemos a una época en el que nadie recordase quién fue Jesús de Nazaret (ni por supuesto el asunto del tres en uno). En esa época seguirán habiendo mujeres y hombres que padezcan el non plus ultra del mundo, la oscuridad y el frío de las fosas comunes. Y mientras haya infiernos —y los habrá mientras haya mundo—, habrá desesperación. El No vence. Todo lo anterior deviene una ilusión, incluyendo la creencia en el poder de una divinidad de nuestra parte.

Pues bien, en esas situaciones, aún cabrá preguntarse, y a pesar de las apariencias, qué significa que haya quién ofrezca el perdón en medio del infierno… y además confíe en que ese perdón no caerá en saco roto, aun cuando nadie pueda imaginarse el cómo. En realidad, la esperanza en el poder del Sí nunca admitió una imagen de la que pudiéramos apropiarnos.

la falacia de las hadas

abril 30, 2023 § 3 comentarios

Puedes creer en hadas porque, ciertamente, necesitas creer en ellas (y aquí los motivos no importan). Pero de ello no se deduce, lógicamente, que las hadas estén solo en tu mente: podría haberlas, al margen de que te vieras secretamente empujado a creer en su existencia. Es verdad que la pregunta acerca de cómo podemos llegar a saber que las hay sigue siendo pertinente. Pues lo que nos parece que es no termina de coincidir con lo que es (y esto con independencia de cuanto quepa decir sobre la noción misma de lo real). Pero, en cualquier caso, si damos por sentado que no puede haberlas es porque el paradigma sobre el que se asienta nuestra visión del mundo, por emplear el término de TS. Khun, no las admite. Y quien dice paradigma dice prejuicio —o si prefierimos ser más sofisticados, presupuestos conceptuales. Con todo, también es cierto que nadie elige el mundo al que pertenece.

indivisible

abril 27, 2023 § 7 comentarios

Hay lo indivisible. Debe haberlo por lógica. Y es que, lógicamente, tiene que haber un final, un algo que no admita división… algo que será, en realidad, el principio. Toda división es un retroceder hacia el origen.

Sin embargo, este algo carece de entidad. No es un algo en concreto, ni puede serlo. Pues una cosa última nunca será una cosa. En tanto que necesariamente se sitúa en una coordenada espacio-temporal, todo es divisible. Hablamos, por tanto, de lo que es sin más —de un puro haber, de un haber sin atributos. Ahora bien, esto equivale a decir que lo indivisible —el origen— no es nada en particular. O que es no siendo nada. Y porque la nada es una y sin contorno, la multiplicidad de lo particular —las cosas que hay— es el resultado de la negación de la nada, una negación que, por decirlo de algún modo, habita en el seno de la nada… y por la que deviene, precisamente, nada. Y es que nada es que no sea en relación con lo otro de sí. Así, comprender la nada supone comprender que la nada y la voluntad de que haya mundo son dos caras de lo mismo. De ahí la idea de una creatio ex nihilo. Y de ahí también que experimentemos la nada, de padecer su silencio y oscuridad sin resquicio, como la desproporción que sostiene el mundo.

bisturí

abril 25, 2023 § 2 comentarios

Una cosa es suponer, incluso sentir, que hay Dios o que Jesús es divino. Y otra confesar que el crucificado es el Señor. En el primer caso, no nos movemos de donde estábamos, salvo superficialmente. En el segundo, nos encontramos en manos de. Y no lograremos situarnos en la posición del dependiente por nuestra cuenta y riesgo. Es cierto que no hay religión sin un sentido de la dependencia. Sin embargo, lo curioso del cristianismo —por no decir, lo desconcertante— es que la dependencia no se da con respecto a lo que entendemos espontáneamente como superior, sino con quienes despreciamos por apestados. Que esto no nos parezca inaceptable acaso tenga que ver con que la dependencia se haya transformado en limosna. O en solidaridad. Puede que el cristianismo muera como muere toda verdad, a saber, una vez se convierte en un lugar común.

creer y caer

abril 24, 2023 § 2 comentarios

Como sucede con la muerte, una cosa es decir que hay Dios —incluso sentirlo— y otra caer en la cuenta de que lo hay (aunque, ciertamente, no como nos lo imaginamos). Y, cristianamente, uno solo cae en la cuenta de que hay Dios ante un resucitado tras el tercer día. De ahí que mientras no se caiga en la cuenta —y tratándose de la resurrección va a resultar complicado— sea necesario, por aquello de dar razón de la esperanza, un discurso que, cuando menos, proporcione una legitimidad epistemológica a la fe cristiana. Y aquí no basta con apelar al sentimiento de que hay Dios. En este sentido, los antiguos padres se dedicaron a la apologética. Hoy parece que no podamos hacerlo sin rubor.

luz y lucidez

abril 23, 2023 § Deja un comentario

La lucidez no viene de la luz, sino de la negación de la luz —de la sospecha antes que de la admiración. Lucifer, como sabemos, fue un ángel caído. Pues quiso hacerse luz. Esto es, no depender de ella, en definitiva, del don. Sin embargo, es posible que Lucifer fuese también un ángel necesario. Al menos porque no hay don en el Edén. La gracia, únicamente para el arrancado. Quizá no sea causal que, en el relato de Job, el que siempre niega estuviera junto a Dios. Y es que la luz solo ilumina donde hay oscuridad.

nietzscheanas 61

abril 22, 2023 § 2 comentarios

Estar por encima del Bien y el Mal significa estar por encima del juicio del Padre: nadie te dice quién eres… y no te importa. Pues no estás sujeto a la necesidad de saberlo —de responder a la pregunta sobre tu cotización. Eres un inocente —una bestia. No tienes vergüenza. Por tanto, tampoco envidia, rencor u odio hacia el superior.

Para el resto, el espectro de Dios. O en su defecto, el espejo. Pues el espejo es, para quien se imagina no depender de nadie, lo que sustituye a la figura paterna. Dime quién es la más bella. Sin embargo, el espejo nunca miente: la más bella siempre será otra. Este fallo es, precisamente, lo que, como mujeres y hombres, no podemos aceptar: queremos decidir por nosotros mismos lo que valemos. Ahora bien, esto no es posible donde la conciencia de sí arraiga en la vergüenza de sí. Una vez Adán le dio la espalda a Dios —una vez se convirtió en un sujeto— quedó sometido al juicio del Padre, sujeto a su dictamen. Ciertamente, el creyó que lo había dejado atrás. Pero solo tenía que haberse preguntado qué ídolo puso en su lugar —sobre qué reposaba su esperanza— para caer en la cuenta de su ilusión.

Según Nietzsche, el único modo de liberarse del Padre —de admitir su muerte hasta el final— es bailando: que nada te importe porque nada importa. Dioniso en vez del Crucificado. O mejor dicho: Dioniso porque Dios acabó colgando de una cruz. Pero ningún hombre o mujer puede decidir por sí mismo ponerse a bailar. La superación no es un nuevo horizonte moral. O naces del lado de Dioniso o sigues dependiendo del dictamen de un fantasma.

Sin embargo, cabe otra liberación: la que llevó a cabo Israel —aquella que consiste en posponer el juicio de Dios sine die. Y esto equivale a decir permaneciendo fiel a una vocación (y quien dice vocación dice invocación). Tú no importas: importa alcanzar lo que, sin embargo, jamás alcanzarás. Importa la obra. El centro está fuera de ti. Aquí el Padre no es quien te dice lo que vales —a lo sumo, lo que valdrás—, sino quien te arroja fuera de ti mismo en la dirección de la obra. Del juicio ya hablaremos, dice Yavhé. En nombre de un Dios que anda rozando la nada —un Dios sin presente, que no aparece como dios— esto es lo que hay que hacer: dar de beber al sediento o penetrar en el secreto de las Escrituras. En ambos casos, una tarea imposible (y es por ello que toda obra permanecerá inconclusa). Hay, ciertamente, variantes seculares: escribir el verso que nos obligue a callar —que no admita ninguna glosa—; o lograr la interpretación definitiva de las suites de Bach. Pero, sea como sea, lo cierto es que nadie sabe lo que quiere mientras no sepa cuál es la misión que le ha encomendado su Padre. De ahí que lo decisivo sea saber quién es nuestro verdadero Padre. Pues, de equivocarnos, probablemente vivamos en vano. Como reos de lo impersonal.

Aneto

abril 21, 2023 § Deja un comentario

Una experiencia fundamental no llega a ser, precisamente, fundamental mientras no nos adhiramos a ella. Esto es, hasta que no respondemos con un fiat incondicional a la conmoción que dicha experiencia supone —al hecho de que nos desplace fuera del hogar. Pues, al fin y al cabo, no hay experiencia fundamental que no vaya de la mano de la aparición, de la interrupción de la continuidad del tiempo, aquella que nivela cuanto toca. De no haber fiat, fácilmente nos convertimos en espectadores de nosotros mismos (y por extensión, en reos de lo impersonal, de lo que se dice o se hace). Y de ahí a decirnos que no fue para tanto —o incluso a tachar dicha experiencia de delirio— media un paso.

de las apariciones

abril 20, 2023 § Deja un comentario

En las apariciones, quizá sucediera lo que sucede en algunos sueños, a saber, que tu padre, que ya murió, se te hace presente en la forma de. Durante el sueño hablas, pongamos por caso, con un ciervo. Pero estás convencido de que estás hablando con tu padre. Así, estaríamos ante una variante del síndrome de Capgras.

¿Podríamos decir que las apariciones fueron algo así como un transtorno psicológico? De haberlas habido, esto es, de no ser tan solo relatos que legitimaron la autoridad de los líderes de las primeras comunidades, acaso no podamos decir otra cosa, desde nuestra óptica moderna. Pero durante la Antigüedad, que los muertos se apareciesen fue una posibilidad del mundo. Como lo fue —y lo sigue siendo— el estallido de un volcán o que un estrella se convierta en una enana blanca. Las apariciones son, para nosotros, un delirio —y no pueden dejar de serlo. En cambio, para los testigos de la resurrección fue un dato de la experiencia. Pues no hay visión que no posea, por mínima que sea, una carga teórica —que no incluya un cierto saber. Por consiguiente, puede que, en la base, hubiese un delirio. Pero para aquellos a quienes se les apareció el crucificado no fue tan solo un delirio, sino acaso la condición de la revelación. En este sentido, su transtorno mental, aunque fuese transitorio, sería como la llave que les permitió cruzar la puerta. La locura como únicamente locura es, de hecho, un invento reciente.

presentación Anatomía

abril 18, 2023 § 1 comentario

nietzscheanas 60

abril 16, 2023 § 1 comentario

¿Qué significa nihilismo? Sencillamente, que de la vida no cabe esperer nada nuevo —nada extraordinario, ninguna aparición. En cualquier caso, su farsa: la novedad, la noticia, el oropel. Ahora bien, donde no cabe nada extraordinario —nada que no pueda terminar encajado en el suceder de los días— la existencia deja de hallarse sub iudice. Ya no es posible distinguir, salvo espuriamente, entre lo condenado y lo salvado —entre lo que vale y lo que no. Pero esto equivale a decir que la vida se queda sin lenguaje. En su lugar, la retórica. Tras la muerte de Dios, ya no habrá más voces, sino trazos que remiten a otros trazos. En vez de Agustín, Derrida.

No es casual que Nietzsche escribiera aquello de que no nos libraremos de Dios hasta que no nos libremos de la gramática (y acaso esta sea una de sus sentencias más profundas). Y quien dice Dios, dice el Bien. Juicio y lenguaje van a la par. Decir es juzgar. Al menos, porque necesitamos decirnos que el abrazo de una madre, pongamos por caso, traduce el amor hacia el hijo, lo que, en principio, debería ser. Y necesitamos decírnoslo —tenemos que opinar— porque no podemos soportar la indecisión del mundo. La opinión proporciona una falsa claridad en tanto que no le da ninguna oportunidad a lo que también podría ser dicho. Ciertamente, al opinar sopesamos… dando por sentado que acertamos con la medida. Pero la balanza nunca permanece en equilibrio: lo que en un momento se nos muestra como amor, en otro se nos mostrará como su contrario. En el mundo, todo es indecisión, ambivalencia, oscilación. En el abrazo de una madre también hay amor hacia el vínculo con el hijo, unas dosis de egoísmo que no debieran estar ahí. En cuanto que nos traemos entre manos, no hay plata sin ganga.

Así, nos vemos obligados a juzgar, a picar como mineros. No obstante, la plata que obtendremos es solo brillo —únicamente doxa. Y no es lo mismo el brillo que la luz. En este mundo, el no es siempre el envés del , el polvo que es barrido bajo la alfombra cuando nos decimos que en el abrazo de una madre hay tan solo amor. Pero al igual que cuando creemos estar convencidos que dicho abrazo no es más que amor hacia el vínculo con el hijo (y aquí el polvo sería el más que). Todo decir es un hágase —un así sea, un amén. Sin embargo, nada de lo que decimos que es acaba de ser —nada termina de hacerse. Ciertamente, el lenguaje apunta por defecto a lo absoluto o sin tara. De hecho, este es su prejuicio fundamental. Pero, porque tan solo apunta, el lenguaje se convierte en un fraude cuando nos tomamos demasiado en serio el presente, la cópula, el es del esto es así—cuando nos apropiamos del hágase por el que hubo creación (y aquí conviene tener presente que la nada es el fondo, siempre latente, de lo creado). En definitiva, el lenguaje deviene una estafa cuando juzgamos antes de tiempo.

Puede que no sea secundario que en la Biblia la palabra arraigue en la promesa de Dios. La sospecha sobre el presente fue antes bíblica que nietzscheana. Para Israel, no hay propiamente lo que es. La realidad no subyace a las apariencias. En vez de lo profundo, un porvenir —en vez del es, un será. Una confianza insensata ocupa el lugar del saber: Dios dirá. Mientras tanto, el aún no es. El juicio —la palabra— solo pertenece a Dios. Sin embargo, Dios en-sí es el Dios que guarda (el) silencio. Aun cuando se trate de un silencio elocuente, el que se expresa, precisamente, en el puro haber o ab-soluto. El silencio de Dios abraza el mundo. Babel —la confusión de lenguas, la cháchara— fue el resultado de una apropiación indebida.

De ahí que Nietzsche quizá errara en las fechas. La des-aparición de Dios —en bíblico, su retroceso o paso atrás hacia un futuro imposible— sucedió, no en nuestros tiempos, sino una vez Adán quiso darle la espalda, en definitiva, dejar de ser un animal para ocupar el lugar de Dios. A partir de ese instante, el ídolo, la imagen, la representación sustituirán al otro en cuanto tal —el haber del mundo al puro haber. No hay mundo para el animal. A lo sumo, un estar en el haber. Las bestias no existen: son. La culpa —la enajenación— es el dorso de la existencia. La des-aparición de Dios —su muerte— van con el existir. Pues existir es vivir como arrancados. De algún modo, con el advenimiento de nuestros tiempos lo que perdimos de vista fue el asunto Dios. Sencillamente, ya no interesa. Sin embargo, este pasar del asunto no salió gratis. ¿El precio? Que la cópula deviniese una ficción (y el hablante que carece de ironía, un prestigitador que ignora su truco).

Nihilismo significa, por tanto, que gana lo ordinario, la eterna repetición del gris, de los medios tonos, de la ambivalencia. Si no lo vemos es porque la ilusión —el espejismo, el señuelo— nos impide verlo. Pero, como sabemos, la desilusión es el destino de la ilusión. El único modo de superar el nihilismo —de no quedar sepultado por la nada— es, según Nietzsche, bailando, sea sobre un campo de amapolas o sobre las fosas comunes de la historia. Nihilismo significa, por tanto, que no habrá reparación para las víctimas del pasado. La bendición no triunfará sobre la maldición. El ángel de la historia no vuelve su vista atrás con espanto. A lo sumo, se encoge de hombros.

A Nietzsche no puede negársele la lucidez. Por eso, difícilmente terminaremos de percibir el alcance de la fe bíblica de no tener en cuenta que bebe de esa misma perspicacia. Pues no hubo profeta que no fuese consciente de que una existencia alejada de Dios se asienta sobre la falsedad —ningún profeta que no temiese a Dios y, en consecuencia, la posibilidad de la aniquilación. Es verdad que en el profetismo hay mucha acusación. Así, hay desgracia porque no hacemos lo debido —porque no vivimos como hermanos. Pero, en el fondo, un profeta no podía ignorar que somos incapaces por nuestra cuenta y riesgo de cumplir con la voluntad de Dios. En realidad, lo extraordinario —la aparición que suprime la ambivalencia— bíblicamente siempre se ofrece como un increíble porvenir. Y ello en nombre de una vida dada, precisamente, como excepción —como gracia. Tertium non datur: o bien, nos ponemos a bailar; o bien, esperamos lo que en modo alguno puede reducirse a un ideal en el que quepa creer desde nuestro lado. El resto es trampantojo.

explicación y milagro

abril 14, 2023 § 1 comentario

Imaginemos que llegáramos a explicar la vida —que fuéramos capaces de reproducirla a partir de lo inorgánico. En ese caso, ¿dejaría de ser un milagro? No me atrevería a decirlo. Al menos, porque el milagro —la excepción— no es el hecho extraordinario, sino lo que provoca nuestro asombro o, si se prefiere, perplejidad. Un hecho extraordinario es, por defecto, un hecho aún por explicar. Por contra, el milagro permanece inexplicable. Y no, por falta de recursos, sino porque, como tal, no admite la explicación. Ahora bien, si no la admite es porque el horizonte del asombro es la nada. Bajo su continua amenaza, todo es don. Ahora bien, ningún espectador se expone a la imposible posibilidad de la nada (y digo imposible porque la nada no es una posibilidad del mundo; pues hay mundo porque la nada es no siendo aún). Tan solo se encuentran expuestos a la nada aquellos que forman parte de la escena. Quien se sitúa en el anfiteatro únicamente observará hormigas que dicen enfrentarse a ella.

cultura e inteligibilidad

abril 14, 2023 § 2 comentarios

El otro día, en una entrevista radiofónica, me preguntaron, y a propósito de un fragmento de Anatomía del cristianismo, qué significaba decir que el hombre no puede soportar demasiada realidad . Quien me entrevistaba dio a entender que la frase era confusa, a la vez que expresaba —o eso me pareció— un cierta displicencia. De hecho, se trata de un cita implícita de un verso de Eliot (de sus Four Quartets)… una cita que no pasa desapercibida para los que poseen una mínima cultura (o para aquellos que hayan vivido lo suficiente). El problema de nuestros tiempos —o uno de ellos— es que nos hemos vuelto incapaces de comprender los textos que van más allá de la crónica deportiva o los ecos de sociedad. Esto es, incapaces de comprender a los clásicos (y por extensión a nosotros mismos). El problema, sin embargo, se acentúa cuando nos atrevemos a despreciar lo que no acaba de encajar en el estrecho campo de visión de nuestras orejeras. Es lo que tiene confundir la realidad con el supermarket. O el de creer, como eternos adolescentes, que todo gira a nuestro alrededor —que ya hemos llegado cuando apenas hemos salido del puerto. Quizá sea inevitable. En cualquier caso, leer honestamente supone preguntarle al autor qué has visto tú que nosotros aún no. Pues un autor —y a diferencia de quien únicamente escribe libros— es, en definitiva, aquel que nos autorizará a hablar. Y hoy estamos lejos de aceptarlo.

El síntoma es que Eliot se haya vuelto un autor difícil —y por eso mismo, menospreciable. Ciertamente, lo es. Pero no porque lo que dice sea críptico, aunque en un primer momento nos lo pueda parecer —de hecho, no se lo parecerá a quien sepa ver en sus versos las innumerables citas implícitas que contienen—, sino porque difícilmente admitiremos lo que quiso transmitirnos. Lo dicho: no podemos soportar demasiada realidad. Ningún autor escribe libros para decir obviedades.

Es cierto que los mass media —los tiempos de una entrevista— solo admiten lo que pueda entender cualquiera sin esfuerzo. Pero al igual que es cierto que lo que pueda entender cualquiera sin esfuerzo es, por lo común, irrelevante. Decía Ortega que la claridad es la cortesía del filósofo. Y esto es, de algún modo, así. Sin embargo, podríamos perfectamente añadir que la claridad es la excusa de quienes no tienen nada que decir (y esta es una cita de Bertrand Russell). Entre la cortesía y el no querer excusarse anda la cosa.

nihil obstat

abril 13, 2023 § 3 comentarios

¿Nihilismo? Fácil: ninguna esperanza para las víctimas de la historia. No habrá justicia final. Ni siquiera aunque se ofrezca como el perdón que nos obliga a arrodillarnos. La existencia nunca estuvo imputada. Nihil obstat. Para superar la nada es suficiente con bailar. Si es que no andas de rodillas.

woke

abril 10, 2023 § Deja un comentario

En los EEUU, ser blanco comienza a ser un motivo de vergüenza para la militancia antirracista (y para unos cuantos blancos woke). Así, escribe Robin DiAngelo: la identidad blanca es intrínsecamente racista. Los blancos no existen fuera del sistema de la supremacía blanca. Este es un discurso que pisa fuerte en el país de las oportunidades. Algo parecido podríamos decir del feminismo ultra, el cual está a un paso, si es que no lo ha dado ya, de estigmatizar la condición masculina. De ahí que los hombres maten a su prole, mientras que las mujeres se arrojan de la ventana con sus hijos en brazos. Aquí la casuística, tan importante en el territorio de lo moral, carece de importancia. La condena precede a la acusación. Se es bueno o malo por nacimiento. Como se era judío o ario en la Alemania de antes de ayer.

Hace tiempo que la corrupción original —la massa damnata de Agustín— dejó de ser una evidencia. La aspiración a la pureza siempre engendró monstruos. Y más que los engendrará donde las dependencias que van con el hecho de existir tienden a disolverse en favor de un individuo que se supone dueño de sí. Tarde o temprano, nos preguntaremos cuándo la identidad comenzó a ser un objeto de consumo. Algo tendrá que ver con un padre que pasó a ser un fantasma. En cualquier caso, como dijera Marx, el capitalismo hace que todo lo sólido se disuelva en el aire. Y de esas lluvias probablemente estos lodos.

homo superior (1)

abril 4, 2023 § Deja un comentario

La distopía está, según parece, a la vuelta de la esquina. La manipulación genética de nuestro ADN transformará las diferencias sociales en biológicas. Así, estarán los válidos y los inválidos, por decirlo a la manera de esa profecía hollywoodiense que fue Gattaca. De hecho, ya hay algo de esto. Quien tiene un problema cardiaco en los arrabales de Calcuta muere antes. No, los que están adscritos a la clínica Mayo.

Sin embargo, mientras podamos seguir diciéndonos que la naturaleza es la misma la cosa aún no se sale de madre. Se saldrá cuando la superioridad de los válidos sea comparable a la que media entre los hombres y los dioses. Quizá no sea casual que la imagen que nos hacemos del homo superior sea, precisamente, la de un cuerpo bello e impasible, una imagen que, con todo, responde antes a nuestros miedos —a nuestra dificultad para admitir un ente sobresaliente, y más si sale de los nuestros— que a la realidad. Acaso el homo superior vivirá más —y más saludablemente— que quienes se hayan quedado atrás. Acaso su inteligencia sea inconmensurable. Acaso nos vean como monos. Y probablemente, para soportarlo, debamos seguir diciéndonos que los ricos también llorán.

Ahora bien, aun cuando no lloren —o lloren sobre la red del trapecista— lo cierto es que, si continuan siendo existentes, entonces la nada o el nadie-aún seguirá siendo su horizonte. En cambio, de disolverse la cuestión existencial, el homo superior apenas será algo más que un replicante. No deberíamos descartar la posibilidad de que el superhombre nietzscheano fuese, literalmente, un idiota, a pesar de la enormidad de sus talentos. Sea como sea, el hombre siempre fue la posibilidad de ir más allá de sí mismo. De hecho, nosotros somos dioses para Adán. Al menos, en apariencia.

mentir

abril 4, 2023 § Deja un comentario

La caída —la pérdida de la inocencia— encuentra su expresión lingüística en la mentira. Donde cabe el engaño, el signo pierde su arraigo en lo natural. Y este es el principio de nuestra creatividad. El precio, originariamente, refleja lo que vale. Pero, por eso mismo, basta un precio elevado para crear valor. Una sonrisa —un abrazo, un decir te amo…— no tiene por qué referise a aquello a lo que apuntan. El nihilismo viene a continuación. Aunque también podríamos decir que porque nos apartamos de la selva fuimos capaces de falsificar. La libertad fue siempre un desarraigo.

de la aparición y la esperanza

abril 2, 2023 § Deja un comentario

De ordinario, vamos a lo nuestro: una cosa tras otra. Pero en el fondo, aguardamos, aunque sin saberlo, la irrupción de lo extraordinario o nuevo, en definitiva, la aparición. Pues acaso solo frente a la aparición logremos elevarnos por encima de la circunstancia. O, si se prefiere, de lo biológico. Ciertamente, hay quienes creen que las aspiración última es la de regresar al útero materno. Son los partidarios de la fusión. Pero donde manda el sentimiento oceánico desaparece la realidad. Y quien dice realidad, dice alteridad. Sea como sea, lo común es que nos contentemos con los simulacros. La novedad, en el primer caso. El porro o sus variantes, en el segundo. De ahí que, entre simulacros, vivamos pasando de largo.

Puede que algún día caigamos en la cuenta de que existimos como quien permanece a la espera. Y cuando esto suceda la cuestión que deberíamos plantearnos será de qué —o de quién. Aunque también es posible que no haya en verdad nada nuevo —que no quepa ninguna aparición. En ese caso, Nietzsche tendría razón.

Ahora bien, lo que Nietzsche no vio es que, precisamente porque el cielo está vacío de Dios, el otro, incluso el que despreciamos, resplandece con el aura de la divinidad o el milagro. Y por eso mismo, no todo vale por igual. El milagro no necesita de ningún sentido o hacia dónde. Tan solo el ángel de la historia, aquel que volviendo su mirada hacia atrás se interroga con espanto por la vida que pueden esperar los aplastados. Y aquí no parece que la respuesta sea la disolución. Pues, de serlo, no habría diferencia entre el nihilista y quienes, cerrando los ojos, se sienten como ola en el mar.

imusic

abril 1, 2023 § Deja un comentario

Decía Víctor Hugo que la música expresa lo que no cabe poner en palabras y, sin embargo, no puede permanecer en silencio. Por su lado, Platón dejó escrito que cada tipo de música convoca una parte de nosotros mismos, no siempre la mejor. De ahí que, en su República, sostuviese que la formación del carácter dependía también de los cantos que uno escucha. Pues no es lo mismo pasarse el día a ritmo del reggaeton, sobre todo si ya no tienes edad, que quedarse suspendido por erbarm dich.

Nuestra época, no obstante, difícilmente aceptará esta evidencia, si es que llega a aceptarla. Pues cada uno tienes sus gustos, se nos dice. No es posible hoy en día algo así como una crítica del gusto, por no hablar de una crítica del deseo. Basta con darle al like. El único límite son los gustos —las preferencias— de los demás. Así, cualquier valor queda posicionado en el marco de lo gastronómico. Puede que este sea un efecto colateral —uno más— de la desaparición del sentido de lo trascendente, de lo que provoca nuestro asombro, por no hablar de nuestro enmudecimiento más allá de lo gigantesco. Al final, tendremos que darle la razón a Nietzsche cuando se refería a sus contemporáneos como a los últimos hombres, aquellos que, siendo incapaces de enfrentarse a la nada que todo lo soporta, viven resignadamente entre el oficio y la distracción.

Nietzsche y Moisés

marzo 29, 2023 § 1 comentario

Desde la óptica de la eternidad, nada importa (o cuando menos, nada parece importar). Somos polvo y, por eso, nuestro narcisismo es una estúpida ilusión. Al fin y al cabo, desde dicha óptica, todos morimos a la vez. De ahí que quienes entraron en las cámaras de gas murieran al mismo tiempo que sus verdugos. Aun cuando no se lo pareciese, ni se lo pudiera parecer. Sin embargo, porque en el horizonte no hay nada —porque la nada prevalece—, la vida es una excepción o, si se prefiere, un milagro.

Nietzsche de algún modo lo vio. Y su solución fue, como sabemos, la del bailarín. Según su visión —pues Nietzsche no dejó de considerarse a sí mismo como un visionario— , superar el nihilismo pasaría por ser capaz de bailar incluso sobre la pira de cadáveres que deján atrás los genocidios de la historia. Celebrar la vida, en este sentido, consistiría en prescindir del juicio. No hay padre. Y por tanto, ni bien ni mal. Tan solo reacciones —lecturas morales de hechos en sí mismos indiferentes o neutros. Las hormigas rojas no son malas porque devoren a las negras. De hecho, la vida es esto: vida que se fagocita a sí misma. Que nos creamos mejores que las hormigas rojas será porque la creencia se limita a ocultar el rastro del depredador.

Israel, en cambio, lo entendió de otro modo. Pues si la vida es un milagro, entonces no es lo mismo dejarse llevar por la voluntad de poder que convertirse en rehén de los que, estando vivos, no cuentan para nadie (por no hablar de convertirse en rehén de los que murieron injustamente antes de tiempo). De ahí que, para Israel, don y juicio —bendición y Ley— vayan de la mano. Que hoy en día creamos que es posible agradecer la vida sin hallarnos sub iudice es un síntoma de lo lejos que estamos de comprender, en definitiva, un síntoma de nuestro infantilismo.

La pregunta por tanto es quién tiene razón, si Nietzsche o Moisés. Y aquí la respuesta dependerá de a qué razón apelemos. O mejor dicho, desde qué situación se ejerza la disciplina del pensar. Nietzsche se sitúa en la grada —y de ahí que su filosofía sea, en definitiva, un positivismo retóricamente eficaz. Esto es, nada del otro mundo. Desde las alturas, los hombres son, ciertamente, indistinguibles de las hormigas, sean rojas o negras. Es lo que tiene haber ocupado el lugar de un dios. Moisés, sin embargo, permanece en la escena de la larga travesía por el desierto. No es exactamente lo mismo que posicionarse en las gradas. Y no lo es porque lo que hay —el acontecimiento de cuanto es sobre el fondo de un silencio impenetrable— solo se revela en el escenario. Nietzsche, por así decirlo, huye de la nada —de hecho, la sobrevuela. Moisés, en cambio, se enfrenta a ella. Y quizá no sea casual que Israel tuviera la profunda convicción de que la experiencia de Dios implica un enfrentarse a Dios, a su nada —o, mejor dicho, a su aún-nadie. Aunque, como en el caso de Jacob, la contienda termine en tablas (y deba terminar así… para que Dios tenga, al menos, una oportunidad de llegar a ser el que es).

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