cristiandad

julio 24, 2023 § 1 comentario

El sacerdote nunca hizo muy buenas migas con el profeta. Y tuvo desde el principio sus buenas razones: su preocupación no es la verdad —difícilmente llega a inquietarle el libro de Job: él se siente preparado para escribir la coda—, sino el cuidado del rebaño. No sea que se le escapen algunas ovejas. Hablamos de una preocupación eminentemente política. Y sin política el cristianismo habría quedado reducido hace tiempo al sueño —y no hay sueño que no sea delirante— de unos cuantos apasionados. El sacerdote está al servicio de la cristiandad —y acaso este sea el problema hoy en día: que ya no hay cristiandad, sino, en cualquier caso, secta. ¿Su satisfacción? La buena gente, aquella que, con su adulación, le confirma. El profeta es, para el sacerdote, un tocacollons. Tiene que ser así. De ahí que fácilmente termine apedreándolo… si es que no consigue ignorarlo. Aunque, tras su muerte, se vea obligado a reconocer que dio en el clavo. Y ello para seguir alimentando, precisamente, el tinglado. Pues el cristianismo oficial solo puede encontrar su legitimidad en el profeta que tiene que condenar.

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