Dios como alguien

agosto 18, 2023 § Deja un comentario

Muchos creyentes siguen dirigiéndose a un Dios que conciben a la manera de alguien de naturaleza espectral. Y siguen dirigiéndose a este Dios porque, sencillamente, lo sienten así. El sentimiento es el último clavo al que el creyente puede agarrarse, una vez dejó de ser culturalmente evidente que nos hallamos en medio de presencias invisibles. Pero al agarrarse a este clavo olvida, precisamente, que la experiencia de hallarse bajo el poder de un Dios es corporal antes que mental. Lejos queda hoy en día el viejo temor y temblor para quien siente a Dios como una variante del ángel de la guarda de la infancia. Y sin temor y temblor no hay Dios que valga como tal, sino a lo sumo una imagen a medida de nuestra necesidad de consuelo. Ciertamente, no todo es temor y temblor. Al menos, con respecto a Dios de la revelación cristiana. Pero en cualquier caso, el estremecimiento permanece.

El problema de agarrase al clavo del sentir es que, al no haber reflexión de por medio, el creyente fácilmente terminará abandonando su creencia cuando las cosas se pongan cuesta arriba —nunca mejor dicho—, esto es, cuando el horror se imponga como la última palabra del mundo. Es entonces que escucharemos de su boca aquello de cómo Dios puede permitir el sufrimiento de tantos inocentes… como si hubiera descubierto el Mediterráneo. Como si la Biblia nunca nos hubiese hablado de Job. La cruz no dejó las cosas de Dios como estaban. Pues revela, precisamente, que Dios no quiso ser Dios sin la fe del hombre. Pero a veces tengo la impresión de que muchos creyentes apelan a la resurrección, aunque sea malentendiéndola, para volver a dejarlas donde estaban. Como si el resucitado no llevase sobre sí las marcas de la crucifixión.

Por tanto, la reflexión es necesaria para evitar caer en la mala fe, en el sentido sartriano de la expresión. De hecho, los evangelios son teología, aunque en clave narrativa, y no simplemente una historieta sobre un hombre de Dios que acaba, sorprendentemente, bien. Sin embargo, reflexión no significa —o no solo— caer en el territorio de la mera especulación… aun cuando esta, por sí misma, nos sirve para darnos cuenta de que no terminamos de saber de lo que estamos hablando.

Es cierto que a muchos creyentes esto último les da igual. Pero que les de igual ¿acaso no es un síntoma de que lo único que les importa es seguir tan a gusto con su creencia? La reflexión creyente comienza, precisamente, en el Gólgota. Y comienza con un cuestionamiento de Dios… que se sitúa ante un Dios que guarda silencio. Ahora bien, es desde este silencio que al creyente se le da, precisamente, la respuesta, en definitiva, el cumplimiento de la promesa de Dios, su Palabra. Sin embargo, que el crucificado se le revele al creyente como la respuesta de Dios al clamor de Job presupone que Dios —mejor dicho, el Padre— aún no es nadie sin la adhesión del Hijo del Hombre. Y esto es lo que difícilmente podrá soportar quien base su fe en el mero sentimiento de dependencia. Pues espontáneamente no estamos dispuestos a reconocer como Dios a un Dios que quiso depender del hombre que depende de Dios. La reflexión que nace de la cruz es aquella que nos saca del quicio del hogar. Y nadie sale del hogar sin tambalearse.

(De hecho, si se piensa bien, el esfuerzo especulativo va en la misma dirección. Pues si Dios fuese un alguien espectral —si fuera consciente de sí mismo— basta con que nos preguntemos con respecto a qué difiere de sí mismo. Al menos, porque no hay conciencia de sí que no difiera del cuerpo con el que, por otro lado, se identifica (y por eso mismo llega a ser alguien). Ahora bien, esto implica que en sí mismo no es aún nadie. En modo alguno es casual que una de las moralejas del dogma trinitario sea que el Padre no es —y porque quiso no ser alguien— sin el Hijo. Y viceversa. De ahí que cuando nos dirigimos a Dios al margen de la escena del Gólgota —tercer día incluido— estrictamente no nos dirigimos a alguien amb cara i ulls. En realidad, esta cara i ulls es lo que Dios tuvo pendiente hasta el Gólgota. Cristianamente hablando, Dios llega a ser el alguien que quiso ser desde el principio sobre la cima de un calvario. Y por eso mismo lo que deberíamos escuchar como respuesta cuando invocamos al Padre es, más bien, su clamor o demanda; o lo que viene a ser lo mismo, su apuntar hacia quien ocupó su lugar.)

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