ética
enero 6, 2024 § 1 comentario
Escribe Bonhoeffer en la primera página de su Ética:
“Es una exigencia enorme la que debe plantearse a todo aquel que quiere abordar eI problema de una ética cristiana: Ia exigencia de renunciar desde el principio, como no adecuadas, a las dos cuestiones que en general le conducen a tratar de los problemas éticos: «¿cómo me vaya hacer bueno?» y «¿cómo hago yo el bien?». En lugar de estas cuestiones debe plantearse otra, infinitamente diferente de las dos mencionadas, y que consiste en preguntarse por la voluntad de Dios.”
De algún modo, es así. Sin embargo, la pregunta por la voluntad de Dios presupone un sujeto que ha asumido hasta el tuétano que se encuentra expuesto a Dios, a su insobornable trascendencia,… y este, hoy en día, no es el caso de la mayoría —ni siquiera de la mayoría de los que pasan por creyentes. Pues creer en los tiempos actuales significa, por lo común, creer que se cree. El sujeto soberano —el sujeto de la Modernidad—, a lo sumo, tendrá una perspectiva religiosa —como si en la otra dimensión hubiera un dios que maneja los hilos—, pero no le temblarán las piernas, por decirlo a la manera de Kierkegaard, ante la desproporción del misterio de Dios. Así, creerá que hay Dios… pero vivirá como si no dependiera de su juicio. De ahí que la pregunta por la voluntad de Dios quizá no sea aquella que, cristianamente, debamos plantearnos en primer lugar. Y digo que acaso no debamos porque, en el fondo, no podemos ya planteárnosla… sin hacer de Dios —y hacerlo por nuestra cuenta y riesgo— un ente supremo. Al fin y al cabo, y como leemos en Mt 25, los justos también se sorprenderán cuando finalicen los tiempos. Y es que acaso solo podamos cumplir con la voluntad de Dios, como Jesús en el Gólgota. Esto es, sin Dios mediante. Tal y como respondió el pueblo de Israel, una vez Moisés entregó las tablas de la Ley, “primero obedeceremos y luego ya veremos”. Traducción: lo primero es responder a la demanda de los excluidos como si no hubiera otra demanda —como si esta hubiera ocupado el lugar de un Dios por venir—; y posteriormente, si se nos concede esta gracia, ya caeremos en la cuenta de que esta es, precisamente, la voluntad de Dios.
Entregarse a un abismo sin condiciones pero lleno de la gratitud a una vida descreida. No hay esperanza más que aquella no buscada. Gracias