una de Kant (y 5)

marzo 26, 2024 § Deja un comentario

Todos aspiramos a la felicidad. Sin embargo, y teniendo en cuenta que esta no es enteramente indisociable de la satisfacción, el cumplimiento del deber moral —el hacer lo debido con el único interés de hacerlo— no parece que haga muy buenas migas con la dicha personal. De hecho, se trata de una constatación. Pues de hecho, el cumplimiento del deber por puro sentido del deber implica, en muchas ocasiones, sufrimiento. Y no solo el nuestro. El rigor moral tiene como horizonte la felicidad, pero no la garantiza. De ahí que Kant se refiera a Dios como el postulado de la razón práctica: tiene que haber un Dios que asegure que la integridad moral tendrá un final feliz, por así decirlo.

Ahora bien, quizá convenga subrayar que no estamos ante una necesidad psicológica, sino ante la creencia que inevitablemente va con el mandato de la razón práctica. Sería contradictorio —y la razón no puede aceptar la contradicción— creer que somos los que están sujetos a un mandato que hace inviable la felicidad. Y lo sería porque la felicidad es, en gran medida, la realización de nuestra naturaleza —y esta es, ciertamente, racional. Así, el postulado de la razón práctica de hecho añadiría la esperanza de que Dios finalmente hiciese posible también la satisfacción. Aunque no solo. Pues también Dios tendría que hacer posible la disolución de la ambigüedad en la que nos movemos, aquella por la que no terminamos de saber hasta qué punto nuestro único interés es el de hacer lo debido por hacer lo debido.

Ahora bien, llegados a este punto, resulta difícil evitar la sensación de que esto está muy cerca de la creencia cristiana en la transfiguración de la carne —o en terminología kantiana, del sujeto empírico. Sin embargo, Kant no lo hubiera negado. Pues su más íntima intención siempre fue la de demostrar la racionalidad del cristianismo. Otro asunto es que Kant lo haya demostrado. Pues el Dios de Kant no termina de casar con aquel que aún no es nadie sin su cuerpo. Pero este, como decía, es otro asunto.

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