el giro
abril 6, 2024 § Deja un comentario
La conversión —el tema espiritual par excellence, y no solo cristiano— puede suceder de dos modos: o bien, como ascenso; o bien, como giro intempestivo. En ambos casos, la conversión implica una modificación de la sensibilidad: uno es de otro modo. Hay cosas que antes te gustaban y ahora no puedes soportarlas. De algún modo, sucede aquí como aquellos ex-combatientes que, al regresar con vida del horror, no pueden soportar nuestra intrascendencia. Han visto el más allá antes de tiempo y, por eso mismo, el mundo deviene una ilusión. Ni siquiera pueden entenderlo como una copia imperfecta de lo real. La vergüenza de volver a ser tal y como eran es el freno que les impide encontrar un lugar en el mundo. Como visionarios, pertenecen a lo absolutamente extraño. Y de ahí que, a ojos de los demás, sean unos inadaptados. Por no decir, desencajados. Monjes.
Según el primer modo de conversión, el horizonte no se mueve. Y de lo que se trata es de acercarse, aunque ese horizonte sea el de una esfera, algo así como un límite asintótico. En cambio, desde la óptica del segundo, la iniciativa es la de lo real: el horizonte viene hacia ti. Ya no es un horizonte, sino el hacha que parte el tronco en dos. Como si lo real fuese alguien y no árbol. Mejor dicho: como alguien —y no como si fuese alguien, pues el como si presupone un haberse distanciado de la experiencia. Conforme al primero aún podemos tomarnos en serio. Difícilmente, donde somos sacudidos hasta el expolio. Aquí solo cabe responder —y encerrarse ya es una respuesta. El primero, parte de la iluminación. Y así vemos claramente cuál es el camino correcto. El segundo, de la revelación —y aquí no hay camino, sino a lo sumo aguardar lo imposible.
Sin embargo, lo imposible puede adquirir dos rostros. El de la nada, en tanto que la nada y el mundo son incompatibles; o el de un nuevo comienzo, algo de por sí inconcebible y que, por consiguiente, solo cabe esperar donde hemos sido testigos de un acto de bondad frente a Satán.
La fe se transforma en onanismo espiritual donde perdemos de vista que nos hallamos en medio de un combate de dimensiones cósmicas. O dicho de otro modo, donde creemos con insultante facilidad que el combate ya ha terminado y que únicamente hay que esperar a que el árbitro pite el final. Es posible que esto sea así —de hecho, es lo que proclama el cristianismo. Pero como aquellos que aún están en el mundo, no podemos creerlo como quien no quiere la cosa. Para nosotros, la última sílaba de la última palabra aún está por pronunciar.
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