¿una falacia nietzscheana?
mayo 26, 2024 § Deja un comentario
Escribe Nietzsche en El Anticristo:
“El cristianismo tiene en su base la rancune —el rencor— de los enfermos, dirige sus instintos contra los sanos, contra la salud. Todo lo que está bien constituido, todo lo que es altivo, orgulloso, sobre todo la belleza, lastima sus ojos y sus oídos…. El cristianismo fue una victoria, por él pereció una mentalidad más aristocrática. El cristianismo ha sido hasta hoy la más grande desgracia de la humanidad.”
Puede que el dardo de Nietzsche dé en en el centro de la diana… Sin embargo, ¿de qué diana estaríamos hablando? ¿Acaso el argumento de Nietzsche no es un ejemplo de falacia ad hominem? Es posible que haya resentimiento en la condena cristiana del noble. Pero ¿solo resentimiento? La cuestión de fondo —a saber, si somos o no iguales y en qué sentido— ¿acaso no queda enmascarada con el descubrimiento de Nietzsche?
Creo que, a pesar de las apariencias, Nietzsche no cae en la torpeza de la argumentación ad hominem. Y es que su acusación no parte de la sospecha —aquí Nietzsche no se limita al cuchicheo de las porteras—, sino del carácter innegable de la desigualdad. Hay fuertes y hay débiles. Hay sanos y hay enfermos. Únicamente sobre esta base cabe afirmar que la negación de lo innegable tiene que obedecer a motivos perversos. Otro asunto es, como decía, si hay algo más que resentimiento. Pero cualquier decisión al respecto pasa por enfrentarse a la cuestión acerca de la verdad de Dios. Pues, cristianamente, la igualdad entre los hombres solo se revela ante un Dios que anda rozando la nada.
De ahí que quizá no sea casual que la figura que Nietzsche tiene en mente al escribir lo que escribe sea la de héroe trágico de la antigua Grecia, a saber, la de quien permanece en pie ante la desmesura del dios. El héroe —el que realiza, precisamente, lo humano— elige morir derrotado antes que arrodillado. Así, frente al postrarse de Job, el orgullo, el desafío, la negación de Adán. A la experiencia del don, Atenas opuso la del hurto. Pues ningún dios, por defecto, puede estar a favor de los hombres. Al igual que nosotros no podemos estar a favor de las ratas (y menos si acaban siendo una plaga). Y por eso mismo quizá Grecia estuviese más cerca de saber qué significa estar en manos de la divinidad que aquellos que creen experimentar la cercanía de Dios… como quien no quiere la cosa.
Por tanto, no me parece un asunto menor preguntarse si es verdad que ante el Dios que en sí mismo se revela como el aún nadie somos o no el mismo indigente. Y que razón, si la hubiese, podría obligarnos a admitirlo. ¿Es verdad que somos quienes deben responder al llanto de los que no cuentan —al clamor de los incontables? ¿O, por el contrario, aquellos que —y quizá en nombre precisamente de los arrodillados— deben enfrentarse a poder que emana de las alturas? Al fin y al cabo, quien evita la cuestión de la verdad, tarde o temprano, pondrá su verdad al servicio de la satisfacción de sí. Y aquí no haríamos más que confirmar el diagnóstico de Nietzsche. Una vez más.
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