¿y si Nietzsche tuviera algo de razón?
junio 8, 2024 § Deja un comentario
La muerte de Dios supone una profunda alteración del sentido de la temporalidad. Y quien dice muerte de Dios, dice también capitalismo. Dios, en verdad, siempre fue muy rural. Así, para el sujeto moderno no hay otro horizonte que el de su triunfo. Y esto es lo mismo que decir que el de la ilusión. Trabajo y distracción. No hay más. Ni puede haber más para quien se limita a comprar y a vender. Quizá nos quede aún la poesía, ese gesto de nostalgia. Pero el poeta no se vende. Está fuera —es decir, en el afuera.
El mismo Nietzsche escribió que el ateísmo era lo más difícil. Pues lo normal —es decir, lo común— es colocar un falso dios en lugar de Dios. Sin embargo, lo que Nietzsche pasó por alto es que los primeros en enfrentarse a la nada de Dios fueron los hijos de los esclavos de Egipto, aquellos que, según Nietzsche, fueron dignos del mayor desprecio. Ahora bien, lo que sí es cierto es que estuvieron lejos de ponerse en manos de Dioniso, esa divinidad olímpica capaz tanto de bailar sobre una pira de gaseados como sobre una campo de amapolas. En su lugar, la Ley de Dios. Con todo, esto no significa que Israel creyese que tenía que obedecer a un ente de otra dimensión como los siervos de la gleba estuvieron sometidos a su señor. No hay imágenes de Dios. Y no las hay porque Dios en verdad carece de la entidad propia del dios. Israel, tras la dura prueba del exilio, pronto comprendió que solo contra Dios cabe obedecer a Dios. Aquí la obediencia se revela como un acto de resistencia a la eterna posibilidad de la aniquilación, acaso lo más real —y por eso, inmodificable— de la existencia. Quiero decir que lo que quizá Nietzsche no terminase de entender es que la obediencia judía a la Ley fue el modo más sutil de enfrentarse a la desaparición de Dios.
Con todo, es cierto que donde el capitalismo disuelve cualquier sentido de la comunidad, lo que queda es una humanidad idiotizada. Y solo es cuestión de tiempo que una esta sea superada por el bailongo.
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