a vueltas con la encarnación
agosto 2, 2024 § Deja un comentario
Jesús de Nazaret, según el cristianismo, es la encarnación de Dios. ¿Cómo se entiende, por lo común? Pues como si por un lado estuviera Dios y por otro su representación sensible. Esto es, más o menos a la platónica.
Sin embargo, en el cristianismo Dios es uno y trino. Y aquí empieza el galimatías. Pues Jesús de Nazaret no encarna la Trinidad. De ahí que, hilando fino, el cristianismo afirme que Jesús es el Hijo de Dios hecho carne. Pero si se prescinde de que Dios es la historia de Dios, entonces volvemos a las mismas: el Hijo por un lado, esta vez más complejo, y Jesús por otro. Es posible que estemos lejos de comprender el alcance de la proclamación cristiana mientras no admitamos que el Padre aún no es nadie —y de ahí su silencio— sin la fe de un crucificado en nombre de Dios. En definitiva, que Dios es un Dios con cuerpo —que sin él no es más que la idea que nos hacemos de Dios, un ídolo. La Palabra de Dios es un fiat que se dirige a Dios. El lenguaje de la preexistencia acaso no pretenda otra cosa que darnos a entender que esto siempre ha sido así.
Ahora bien, el pistoletazo de salida de la revelación fue la fe del que se abandonó al Padre habiendo sido abandonado por el Padre. Y esto es lo mismo que decir que la creencia religiosa encuentra su culminación en este ciego, aunque no sordo, abandonarse. Sin embargo, ningún abandonado de Dios puede decir que, por eso mismo, se convierte en el cuerpo de Dios. El contenido de la revelación no perteneció a quien la hizo posible. Hay un hiato entre la verdad —el acontecimiento— que el cristianismo pone sobre la mesa y la praxis que constituye su condición de posibilidad, una praxis que en gran medida es religiosa. Sería el ante del ante Dios, sin Dios de Bonhoeffer.
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