ninguneo

agosto 22, 2024 § Deja un comentario

A veces pienso que el hecho de que creamos que la existencia tiene un sentido —o que hay un dios interesado por nuestra suerte— hace posible que sigamos considerándonos el centro: como si fuéramos los protagonistas de la película. ¡El mundo nos tiene en cuenta!, nos decimos. Pero basta con sufrirlo como víctima para caer en la cuenta de que no es así. Que Dios en verdad, según Israel, sea el Dios de las víctimas significa, no que haya un dios que intervenga a su favor —de hecho, Israel terminó desplazando la intervención de Dios hacia el final de los tiempos—, sino que Dios en realidad es el Dios que se echa en falta.

En este sentido, el libro de Job, en contraste con los textos proféticos, es desconcertante. No hay aquí promesa. Tan solo, un hallarse expuesto a la desmesura de Yavhé, a la que se le debe, de hecho, tanto la luz como la oscuridad. ¿Al final? Un Job arrodillado… y nada más. Ninguna esperanza en el desembarco de las tropas de Yavhé que ponga las cosas en su sitio. ¿Acaso solo Job supo que significó hallarse expuesto a la verdad de Dios? El fuego ¿no nos liberó, precisamente, de esta exposición? O mejor: ¿no es en nombre de Dios —del Dios que retrocedió para que pudiéramos vivir— que debemos enfrentarnos a la oscuridad de Dios? Si todo es voluntad de poder, ¿no deberíamos admitir que solo Prometeo fue el único dios capaz de amarnos?

Tertium non datur, para quien sabe qué significa ser un dios: o de rodillas o resistencia.

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