el dios bailongo
septiembre 3, 2024 § Deja un comentario
Hay algo que no termina de cuadrar en la figura nietzscheana del superhombre —y ello con independencia de que Nietzsche quizá acierte con su diagnóstico acerca de la superación de lo humano. Y es que ¿acaso el superhombre no se hartará de bailar? ¿Hasta qué punto o momento podrá soportar que nada le importe? Ciertamente, estoy caricaturizando. Pues Nietzsche no dice que el übermench se pase el día de fiesta en fiesta. Pero a veces la caricatura es más reveladora que una foto hiperrealista.
En cualquier caso, que supongamos que, a la larga, el superhombre tendrá que volver a distinguir entre el Bien y el Mal —entre lo que debe preservarse y lo que no— para sobrevivir psíquicamente presupone un marco mental aún humano —o incluso demasiado humano. Y los tiros de Nietzsche no van por ahí. Al fin y al cabo, se trata de abrazar la desesperación que provoca el carácter monstruoso de una facticidad que no admiten redención. Puede que Nietzsche comprendiera mejor que muchos cristianos de hoy en día qué significa estar ante un Dios. También lo comprendió Job en su momento. Y a costa de un enorme sufrimiento.
Sin embargo, la diferencia entre Nietzsche e Israel pasa por la respuesta a la pregunta acerca de lo que se desprende de la revelación. En el caso de Nietzsche, que no nos importe bailar sobre un pira de cadáveres, en definitiva, que no valga ningún remordimiento. Se trata de asumir hasta la efervescencia dionisiaca que, desde la óptica de la eternidad, tanto da acariciar que asfixiar. En cambio, en el caso de Israel, lo que se deriva es la Ley, el deber de responder a la demanda del hambriento. Pues la obediencia a Ley se revela como el único modo de resistir al exceso aniquilador de Dios.
Que Israel creyera que la Ley se imponía frente a Dios en nombre de Dios sugiere, cuando menos, que su experiencia acaso fuese más profunda que la de quien apostó por Dioniso en vez del crucificado.
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