¿quieres decir?
septiembre 4, 2024 § Deja un comentario
Dios no es el ente supremo. En sí mismo, Dios —en trinitario, el Padre— no posee entidad. O mejor dicho, Dios no posee otra entidad que la del crucificado con el que se identifica. De hecho, si nos tomamos en serio esto de la Trinidad, el Padre, por sí solo, todavía no es Dios. ¿Cómo entender, por tanto, el amor del Padre si, al margen de esta identificación, aún no es nadie?
Evidentemente, no como si en los cielos hubiera un abuelo espectral que se interesa por nuestra suerte, sino como sacrificio. En clave teológica, esto equivale a decir que el en sí de Dios es el acto por el que se niega a sí mismo en favor de lo otro de sí. Ahora bien, comprender esto último supone admitir que, con anterioridad a dicho acto, no hay ningún en sí mismo como tampoco lo otro de sí. Y esto solo puede expresarse o bien en clave especulativa, tal y como lo acabamos de hacer; o bien, por medio del mito. Sin embargo, con el mito de los orígenes, comenzamos mal cuando lo leemos como si no nos estuviera diciendo que lo que narra es, sencillamente, imposible. Pues, al fin y al cabo, lo imposible es la raíz de lo posible. El fundamento del mundo no puede pertenecer al mundo.
Otro asunto, sin embargo, es qué devoción —qué piedad— se corresponde a esta revelación. Y, cristianamente, no diría que haya otra que la que pasa por volver, una y otra vez, a las historias que hay detrás de las fórmulas de la fe. Hasta que calen en los huesos.
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