teo-lógicas
octubre 26, 2024 § Deja un comentario
Según Eberhard Jüngel, Dios es el misterio del mundo. Y es así. La cuestión, sin embargo, es cómo se entiende este misterio. ¿Dios es el misterio del mundo… y algo más? ¿O simplemente el nombre de ese misterio —de nuestra incapacidad para responder definitivamente a la pregunta por el sentido del mundo?
Supongamos que se tratase de lo primero —que Dios fuese el misterio del mundo y algo más. En ese caso, el algo más convertiría el misterio del mundo en el misterio de Dios. ¿Cómo comprender, entonces, este de Dios? Es sabido que la inclinación religiosa concibe a Dios como el ente misterioso (y además supremo). Ahora bien, el problema de este prejuicio es que el sesgo misterioso de Dios tendría que ver solo con nosotros, es decir, con nuestra dificultad para captarlo por entero… al igual que nosotros somos un misterio para los peces. Pero un dios relativamente divino no sería Dios, sino un dios en apariencia —un ídolo.
Por otro lado, si Dios fuese simplemente el nombre del misterio, podríamos prescindir de dicho nombre. Sobre todo, por las connotaciones que arrastra. Bastaría con hablar del misterio que abraza nuestra existencia.
Ahora bien, referirse al misterio que envuelve cuanto es equivale a referirse al hecho de que no hay respuesta a la pregunta por el sentido del mundo y, en definitiva, por el porqué de tot plegat. Al fin y al cabo, espontáneamente no sabemos qué decir cuando nos preguntamos por qué algo en vez de nada. Evidentemente, la respuesta no puede ser porque Dios creo el mundo, a la manera de un demiurgo espectral o porque estalló la partícula que contenía la materia del Universo. En realidad, si hay algo en vez de nada es porque la nada es no siendo —porque lo arcaico es el acto en el que la nada se niega a sí misma… y por eso mismo, deviene nada en absoluto. No hay la nada con anterioridad a ese acto. El genuino big bang fue siempre metafísico. Dios en sí es eternamente la nada de Dios —y de ahí, el mundo. O mejor, Dios en sí mismo no es nada… literalmente: la negación de sí de la nada —y, en consecuencia, nadie aún. Posiblemente, solo el cristianismo haya comprendido esto último hasta el final. Pues ¿acaso su primera proclamación en lo que respecta a Dios no es que el abandonado de Dios que se abandonó a Dios es, y por eso mismo, el quién de Dios?
Con todo, la pregunta es ¿qué cabe esperar de este Dios? ¿Lo absurdo? Y es que el nombre de Dios carece de sentido si no apunta a un poder capaz de restaurar el mundo y, en definitiva, de resucitar a los muertos. Sin embargo, ¿no es esta esperanza, ciertamente, excesiva? ¿Para quién?
Deja un comentario