la polis y el filósofo
octubre 27, 2024 § Deja un comentario
Vemos lo que vemos desde un determinado marco, un marco cuyos límites están trazados —y no siempre finamente— por una serie de metáforas o imágenes paradigmáticas. Los marcos generan opinión o, si se prefiere, creencias. Los marcos sirven como un mapa del territorio. Así, creemos por ejemplo que hay extraterrestres que nos vigilan. O que una familia sin un padre que mande tarde o temprano terminará descompuesta. O que hay un Dios que cuida de nosotros. El problema es que, una vez instalados en un marco mental, difícilmente salimos de ahí. Ciertamente, los marcos mentales suelen ir acompañados de algún que otro argumento. Pero los argumentos que apoyan un marco mental —de hecho, los pseudoargumentos— no nos sacan del partido. Al contrario: nos permiten jugarlo profesionalmente.
Otro asunto es cuando alguien comienza a interrogarse por la verdad de lo que el marco da por obvio. Esto es, a ponerlo contra las cuerdas. Y no desde los prejuicios de un marco alternativo, sino desde la posición de quien se interroga sobre los presupuestos de cualquier marco. La pregunta desestabilizadora es, al fin y al cabo, de qué hablamos cuando hablamos de… Es decir, la pregunta socrática par excellence. Aquí los argumentos que sostenían las creencias pierden pie. El juego se interrumpe hasta el punto de que va a resultar difícil volver a la cancha. Pues los resultados de la reflexión —la constatación de que nunca acabamos de saber de lo que estamos hablando—, de interiorizarlos, o bien nos convierten en unos cínicos o en unos irónicos. Y ni unos, ni otros casan con lo político. Pues lo político, en tanto que inevitablemente gira alrededor de las creencias compartidas, siempre juzga antes de tiempo. Tiene que hacerlo. De ahí que el filósofo, tarde o temprano, trague cicuta. Y es posible que, tras agotarse su fe en la humanidad, tampoco le parezca un trago tan amargo.
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