la divinidad y sus paradojas
noviembre 10, 2024 § Deja un comentario
Si Dios fuese un ente, aunque de otra dimensión, entonces tendría que sufrir el paso del tiempo y, por tanto, la degeneración. Pues nada de cuanto existe puede hallarse al margen de la temporalidad. Nada es que no aparezca o se haga presente. Pero la consecuencia de este hacerse presente es, precisamente, el presente. La manifestación de lo absolutamente otro —del haber en cuanto tal— va con la pérdida de su carácter absoluto (y por eso mismo queda ab-suelto, más allá del juicio). La eternidad de Dios es la eternidad de su continua negación de sí en la dirección de lo otro de sí, la humanidad. La temporalidad es el efecto del paso atrás de Dios —de su des-aparición o vaciamiento de sí.
Ciertamente, el sentimiento de hallarnos en manos de un poder que nos supera por entero es el sentimiento básico del homo religiosus. Y dado que llevamos impresa la fecha de caducidad desde que nacemos, la sensación de enfrentarnos, por contraste, a lo eterno es inevitable. Como acaso también lo sea imaginarlo como alguien. Pero solo el cristianismo se atrevió a ir más lejos, al proclamar al que murió como un apestado de Dios —aunque abandonándose a Dios— como el quién de Dios. No hay, cristianamente hablando, otra imagen. Y quizá por eso mismo, el cristianismo aún esté por estrenar —es un decir. Pues ¿acaso aún muchos cristianos no se dirigen a Dios como si Dios fuese alguien sin su cuerpo? Dios, en cuanto tal, es real. Pero, por eso mismo, no existe… en cuanto tal. Dios existe como el cuerpo de Dios o no existe como Dios.
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