el resto
diciembre 1, 2024 § Deja un comentario
Si lo que un cristiano espera no es más que lo que puede imaginar —si no sale de ahí—, entonces lo verdadero de la fe queda en manos de la teología. Pues Dios no admite otra imagen que la de un crucificado en su nombre. Ahora bien, lo verdadero, sin las imágenes que traduciéndolo, lo falsifican, es difícilmente incorporable. Así, recitaremos el credo, pero no habremos caído en la cuenta del carácter excesivo de lo que recitamos. Cristianamente, el único modo de caer en la cuenta es siguiendo el camino que conduce al Gólgota. Esto es, cargando con la cruz. La fe siempre fue una trayectoria —y una trayectoria que comienza, no con las fórmulas de la fe, sino con quienes cargaron con la cruz antes que nosotros.
Algo parecido nos cuenta Platón a través del mito de la caverna. La vida es, ciertamente, un trayecto hacia la revelación. Sin embargo, preferimos permanecer entre sombras. En cristiano: pocos cogeremos el camino de la cruz. Ciertamente, nadie carga con ella por cargarla, sino por cargar con la que muchos llevan sobre sus espaldas desde que nacieron.
Con todo, esto siempre fue así: muchos fueron los llamados, pero pocos, los que respondieron. Apenas hay quien crea. En cualquier caso, la mayoría de los que dicen creer, creen que creen. Una teología cómoda —una que solo esté preocupada por mantener el rebaño en el redil y, por eso mismo, presente como religiosamente obvio lo que está lejos de serlo, centrándose en promover los buenos sentimientos— inevitablemente estará al servicio del fariseísmo, en modo alguno al de aquel que fue condenado por la buena gente. Y es que conviene tener presente que los fariseos fueron, de hecho, los más puros del lugar.
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