Bonhoeffer
diciembre 21, 2024 § 2 comentarios
Ante Dios, nos hallamos sin Dios. De acuerdo. Y de acuerdo porque es así. Sin embargo, podríamos añadir, como quien juega, una nota al pie: y enfrentados a Dios. La respuesta del hombre —su fiat— niega el silencio de Dios, su en sí. Pues ese silencio es, sencillamente, aniquilador… donde el hombre no responde con su arrojo.
De ahí que el crucificado sea, cristianamente, la Palabra de Dios, aquella que rompe su enmudecimiento. No hay otra. Es verdad que el todo nos habla de Dios. Pero no porque apunte a un demiurgo espectral, sino, precisamente, a su paso atrás.
…dices que la respuesta del hombre en realidad es como una afirmación propia, un rechazo al silencio y la aniquilación sino hay respuesta. ¿implica que la relación entre el hombre y Dios es una cuestión de voluntad y acción humana?
…se entiende mejor ahora la importancia que tiene el crucificado en la relación con Dios. Es como si la Palabra de Dios fuera una invitación a romper el silencio y conectar con lo divino. ¿tendría algo que ver la idea de que la vulnerabilidad y el sufrimiento pueden llevar a una mayor conexión con Dios?
Claro, y al final la idea de «todo» como la ausencia o el vacío que deja Dios al «retroceder». ¿entonces, la presencia de Dios se siente más en lo que falta o en lo que no se entiende, que en lo que se puede ver o comprender directamente?
La idea es que la relación con Dios es una respuesta, un fiat al silencio elocuente de Dios, el cual encuentra su eco en aquellos que claman por Dios. De hecho, y cristianamente hablando, no hay otra presencia de Dios —otro presente— que el de su cuerpo. Sin cuerpo, Dios-en-sí —trinitariamente, el Padre— «aún no es nadie». Y por eso mismo, en sí, Dios es su «clamar por un cuerpo» (su voluntad). En este sentido, podríamos decir que, en sí, Dios es un «fantasma».