agermanats
diciembre 26, 2024 § Deja un comentario
Decimos: somos hermanos. Pero nos relacionamos como si no lo fuéramos. El prójimo es en verdad una aparición. Sin embargo, nos tratamos como si no fuésemos más que cosas-a-disposición. Pues se impone el aspecto, la serie de rasgos que nos empujan a reaccionar. La amabilidad sería el eco formal del respeto al que nos obliga una genuina alteridad. Durante el tiempo diario, rige el código más elemental: me gusta, no me gusta. ¿El horizonte del mundo? La utilidad, el provecho, la ventaja.
Aquí sigue siendo cierto lo que, en su momento, vieron los griegos, a saber, que vivimos de espaldas a lo que en verdad acontece. En su lugar, permanecemos anclados a las apariencias —a la tergiversación de lo verdadero. Con todo, el corazón de la verdad sigue latiendo por debajo de la cháchara, el rumor, la dispersión. Pues la verdad es lo real. Y lo real, en sí mismo, es inalterable. En cuanto tal, no admite versiones.
Ahora bien, ¿por qué podemos afirmar que, en verdad, somos hermanos? ¿Quizá porque lo verdadero es lo que se nos ofrece, más allá de cualquier perspectiva, donde topamos con el vacío absoluto, esa oscuridad y silencio últimos. De ahí que solo ante Dios —y porque ante Dios estamos sin Dios— podamos encontrarnos bajo el imperativo de la fraternidad. Pues este se deriva de una común orfandad. Y se deriva en nombre de Dios como los que se enfrentan a Dios. Como Jacob en Penu-Ēl. La experiencia del valor y, en definitiva, de lo sagrado comienza donde ya no hay caballo que montar
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