qué es, qué debería ser
enero 6, 2025 § Deja un comentario
¿En qué consiste la fe, la esperanza cristiana, el creer auténtico? Esta es una pregunta griega —y, por eso mismo, aún en parte nuestra. Y con ello pretendo decir que fácilmente se responderá, como cualquier interrogación sobre el de qué se trata, en los términos de lo paradigmático o ejemplar. ¿Qué es, pongamos por caso, una madre o la justicia? Lo que debe ser una madre. O la justicia. De estas lluvias, los lodos de la escisión entre el mundo ideal y el que nos ha tocado en suerte.
Ahora bien, el problema es que las respuestas a las preguntas sobre la consistencia o naturaleza de lo que nos traemos entre manos siempre será formal. Esto es, sin entidad. ¿La justicia? Darle a cada uno lo que se merece. Obviamente. Pero lo que se merezca cada uno queda, nunca mejor dicho, en el aire. Pues no puede deducirse de la mera definición de lo justo. De hecho, en el día a día todo es mezcla. En el amor de una madre hay espíritu de sacrificio. Pero también amor al vínculo con el hijo. No es lo mismo. En cuanto posee entidad, no hay luz sin sombras.
Algo parecido podríamos decir de la esperanza creyente. La esperanza pura es de otro mundo. O en judío, del final del mundo. Hablamos de la ciega confianza de un crucificado. Y digo ciega, no porque su esperanza fuese talibán, sino porque en el Gólgota, y con respecto a Dios, no hubo nada que ver —ni escuchar. Durante el tiempo diario, únicamente una esperanza mezclada… con los motivos de la religión. Y es que resulta inevitable que el desesperado aguarde la intervención ex machina de Dios.
Sin embargo, lo dicho hasta ahora también podríamos aplicarlo a la palabra Dios. ¿Qué es —de qué se trata? Aquí toda respuesta será, como decíamos, formal. De ahí que el cristianismo responda a la aristotélica: la única consistencia de Dios es la de su cuerpo. Por eso, la pregunta del cristianismo no será, cristiandad al margen, qué es Dios, sino quién. La pureza divina solo posee entidad donde asume lo impuro, en definitiva, lo que no termina de ser lo que debiera. Dios es inmortal porque abrazó la mortalidad.
Y aquí se produce un giro interesante. Porque, tras la revelación, caemos en la cuenta de que lo que debe ser es que lo que debe ser no pueda ser como tal. Y ello, precisamente, para que pueda darse o hacerse presente.
En realidad, todo lo que debiera decirse ya fue dicho.
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