el niño y el no tan niño
febrero 23, 2025 § Deja un comentario
Tanto el niño como el ha dejado de serlo pueden vislumbrar lo verdadero. El niño por medio de la imaginación. El adulto, a través de la interrogación de sí. O del sufrimiento. Pues lo que en verdad acontece —y nada acontece si no procede de (la) nada— es el carácter dado de la existencia. El niño se imagina, y siente, que el don —la gracia— viene del papá que está en los cielos, el que siempre le acompaña. Quien dejó atrás infancia, en cambio, sabe que ya no puede imaginar lo que imaginó durante tanto tiempo. Que la verdad —lo que en verdad acontece— no admite las imágenes de la fantasía. Sin embargo, si aún es capaz de permanecer abierto al misterio es porque el niño, de algún modo, sigue ahí. Y quizá por eso mismo su vida apunte a un porvenir que ni siquiera se atreve a soñar.
El Jesús de Galilea fue un niño. No pudo seguir siéndolo en Jerusalén. Mejor dicho, en Jerusalén ya no pudo seguir siendo tan solo un niño. Pues si no abjuró fue porque, de algún modo, el niño sobrevivió al desmentido del mundo. Esos sí, sin sus dibujitos.
El problema de seguir siendo unos niños cuando ya no deberíamos serlo es que, al tomarnos al pie de la letra las imágenes de la infancia, la realidad deja de perturbarnos. Y así, nos volvemos insensibles al realismo de las historias que hay tras las declaraciones de la fe. Aun cuando las sigamos oyendo en las reuniones dominicales. Ahora bien, la tradición bíblica posee una palabra para esta situación: idolatría.
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