retrasada verdad

marzo 27, 2025 § Deja un comentario

El estar en deuda con alguien, en el sentido no monetario de la expresión, es uno de los vínculos más estrechos que podemos llegar a tener. Así, por ejemplo, estamos en deuda con nuestros padres, con el amigo… con nuestros hijos. En el fondo, la pregunta es a quién le debemos la vida que vivimos.

Ahora bien, podemos estar en deuda y no sentirlo. Y este es, precisamente, el asunto. De hecho, por ahí van los tiros de la escisión que nos apartó del chimpancé —la que divide cuerpo y alma, por decirlo a la manera tradicional. Sin embargo, no hay que haber leído a Hume para constatar que los motivos que nos impulsan son siempre corporales. Así, aun cuando sepamos que estamos en deuda con aquel o aquella a quien le debemos la vida, podemos vivir como si no lo estuviéramos. Y más, con el paso del tiempo. Pues el tiempo erosiona cuanto alcanza. El mundo nos obliga al trato. Y cualquier trato no deja de ser un contrato, un intercambio comercial (y por eso mismo, un maltrato). Existimos, por tanto, como los que fueron apartados de lo verdadero.

Con todo, hay momentos epifánicos en donde el cuerpo sigue a la visión. Es decir, momentos en los que lo verdadero —lo que es o tiene lugar en cuanto simplemente pasa— es incorporado. Se trata de un caer en la cuenta de lo que quizá ya sabíamos o dábamos por descontado, en este caso que nos hallamos en deuda. No obstante, estos momentos suelen ser terminales. Quiero decir que suelen presentarse cuando el otro ya no está —una vez deviene el ausente. Será cierto que hay verdad, pero no para nosotros. Para nosotros, su eco —su espíritu, su hálito. Y lo que acaso constituya su envés: la penitencia, la responsabilidad, la obediencia.

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