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abril 10, 2025 § Deja un comentario
La intención con la que hacemos lo debido no cuenta —ni tiene que contar— a la hora de valorar la integridad moral de quien cumple con su obligación. Pues dicha intención tampoco es que sea transparente. Al fin y al cabo, no hay intención o propósito que sean químicamente puros. Aunque, por eso mismo, también podríamos decir que no hay nadie moralmente íntegro. Ciertamente, podríamos decir que la buena voluntad es lo que no podemos evitar exigirnos unos a otros, incluso a nosotros mismos. Pues es el presupuesto desde el que condenamos a la amiga interesada. Sin embargo, teniendo en cuenta lo dicho, a saber, que no hay modo de determinar hasta qué punto nuestra intención es pura, el único criterio efectivo de valoración moral es el que tiene en cuenta las consecuencias de nuestros actos o decisiones. Si estas resultasen beneficiosas para la mayoría, entonces no habría nada que condenar… aun cuando lo que tuvimos que hacer para alcanzar dichas consecuencias, se supone que buenas, fuera desagradable o, incluso, intuitivamente inmoral. Pero ¿es así? Y si lo fuese, ¿podríamos deducir que la moral, en definitiva, el bien no tiene nada que ver con la integridad? ¿Cómo podríamos sostener lo contrario?
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