rodillas que sangran

junio 15, 2025 § Deja un comentario

Es así: la revelación de Dios nos pone de rodillas. De lo contrario, no estaríamos hablando de Dios. Sin embargo, también es verdad que lo gigantesco doblega nuestra espalda, a la vez que nos fascina. Y por eso mismo, solemos equiparar su exceso al exceso de Dios. Pero ambos excesos no tienen nada que ver. Pues con la revelación, caemos en la cuenta de que, con respecto a la radical trascendencia de Dios, no hay, precisamente, nada que ver. Al menos, porque Dios, en sí mismo, es no siendo nada. Literalmente, negación de sí en favor de lo otro de sí. Esto es, voluntad —acto creador, big bang.

No es anecdótico que Jakob saliera cojeando de su encuentro con el ángel. En realidad, el arrodillarse va con el enfrentarse. Y este enfrentarse muestra dos lados. El primero, tiene que ver con la resistencia a admitir lo que se nos revela. El segundo, en cambio, con la posición creyente: heme aquí, qué quieres que haga. Tan solo hay una voz: la que escuchamos sepultados por el silencio de Dios. El resto es hablar por hablar.

Ahora bien, lo cierto es que la mayoría de los que aún creen no se hallan en la situación de Jakob. Por eso, su fe —su arrodillarse— debería apoyarse, no en la costumbre, sino en el tener muy presente a quienes se hallan en el desierto, bajo un cielo tan inmenso como inaccesible. Y con sed. Con mucha sed.

Al fin y al cabo, no rezamos donde no reza nuestro cuerpo. Y si este aún no es capaz, quizá lo mejor sería arrodillarse cerca de esas viejecitas que, en aquellas iglesias que todavía huelen a sacristía, ya no pueden hacer mucho más que implorar. Ellas rezan por nosotros. Es decir, en nuestro lugar.

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