la invisibilidad de Dios
junio 23, 2025 § Deja un comentario
Leemos en Isaías 45 15-7: Sin embargo, tú eres un Dios invisible. ¿Cómo entender esta invisibilidad? Hay dos modos. O bien —y este sería el modo religiosamente común—, como si el carácter invisible de Dios fuese solo circunstancial, esto es, relativo a nuestra incapacidad. Así, no podríamos ver a Dios al igual que no podemos ver el infrarrojo… —y, por eso mismo, damos por sentado que podríamos verlo si tuviésemos otros ojos. O bien, Dios sería de por sí invisible. Pues, con respecto al en sí de Dios, no habría nada que ver. Como apuntó Karl Rahner en su momento, incluso en los cielos, Dios seguiría siendo un misterio.
En el primer caso, Dios es un ente misterioso. Esto es, un dios, pero no Dios. En el segundo, el misterio —el resto invisible de lo visible, la alteridad avant la lettre. Desde la primera óptica, la Encarnación solo puede comprenderse o bien, a la doceta, es decir, como si Jesús de Nazaret fuese Dios mismo con aspecto —un disfraz— humano; o bien a la platónica, es decir, como si Jesús representase a la perfección, se supone, la esencia o el modo de ser de Dios. En cambio, desde la segunda, Jesús de Nazaret es el quién de Dios, esto es, el modo de ser de Dios, y no únicamente su ejemplificación sensible. En el primer caso, Jesús sería una ilustración de Dios. En el segundo, el cuerpo sin el que Dios en sí —el Padre— aún no es nadie, sino nada más, aunque tampoco nada menos, que el acto —la voluntad— de salir de sí hacia lo otro de sí. Y esto último, sin duda, supone una brutal distorsión de lo que entendemos espontáneamente como divino. Pues nadie admitirá como quien no quiere la cosa que Dios sea el Dios que quiso depender del hombre que depende de Dios. Y desde el principio. En realidad, la dogmática cristológica nos habla antes de Dios que de Cristo. O mejor dicho, nos habla de Dios al hablarnos de Jesús de Nazaret como el Cristo.
Desde el primer modo, la Trinidad es un galimatías. Desde el segundo, la manera más clara de exponer la revelación. Sobre todo, si no cometemos el error de identificar naturaleza y esencia.
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