misión

julio 9, 2025 § Deja un comentario

Ante Dios, obediencia. Cuesta comprenderlo. Por no decir, incorporarlo. Estar en el mundo, ya sin otra inquietud que la de hacer lo que debes —un deber nace de una deuda—, cumplir con el papel asignado. Tu obsesión, tu delirio. Tu pasión. Y como quien esculpe la piedra. Lo debido, con todo, no es tuyo porque lo hayas elegido frente a otras opciones, sino porque lo asumes. ¿Adónde ir, si no? El resto es distracción. O te enfrentas a la maldad. O eres su siervo. No hay otra. Y la maldad tiene muchos rostros, uno de los cuales, el más común, es el de la indiferencia.

La ironía es un salvavidas, un salvoconducto. Un modo de retraimiento: nadie podría soportarte de saber quién eres. Pero una vez se impone lo serio —y lo serio sucede cuando hay quien quiere tu muerte o la de los indefensos— no hay ironía que valga. O mejor, si la hubiera, entonces sería a costa de la integridad.

Sócrates. O también, el crucificado. Aquí no hubo un eppur si muove.

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