los justos de Sodoma

julio 28, 2025 § Deja un comentario

Quien lea Gn 18,20-32, el fragmento en donde Abraham intercede ante Yavhé por los justos de Sodoma, quizá se pregunte por qué Abraham considera que basta con diez para liberar al pueblo de la devastación… una devastación que, dicho sea de paso, vendrá por si sola. Pues Yavhé, debido precisamente a su altura, no va hacer, precisamente, nada. La pregunta, por tanto, es si acaso con nueve ya no valdría la pena.

Esta pregunta, sin embargo, revela lo que tienen las lecturas más espontáneas de los viejos textos, a saber, que arrastran los prejuicios de nuestro tiempo. Y es que estas lecturas probablemente olvidan que, en ese momento, lo que contaba no era el individuo, sino la tribu. ¿Un justo a solas? Inconcebible. O nos salvamos todos, o no se salva nadie. El individuo, de hecho, es un invento relativamente reciente. En el fondo, la pregunta que Abraham le dirige a Yavhé sería algo así como la siguiente: ¿y si la comunidad de los justos fuera insignificante?

Me atrevería a decir que una manera de entender este fragmento —y por extensión, la parábola del grano de mostaza— sería recordando aquello que contaron algunos de los que sobrevivieron a Auschwitz: que, aun cuando el lager los hubiera convertido en alimañas, si pudieron mantener una cierta esperanza —si pudieron creer que la aniquilación no sería la última palabra… a pesar de las evidencias— es porque hubo algunos hombres buenos en medio del infierno. Hombres sagrados, para los embrutecidos. Es decir, intocables. El Mal no alcanzó su corazón. Aunque terminasen muriendo a manos de los demonios. Al fin y al cabo, su presencia fue, antes que algo constatable, un acontecimiento vertical. Como todo acontecimiento.

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