sin perspectiva

agosto 9, 2025 § Deja un comentario

Un paisaje siempre es contemplado desde una perspectiva. Un paisaje es un hecho. O mejor dicho, todo hecho es, al fin y al cabo, paisaje. Pues un hecho es una relación entre cosas, una textura —y, por eso mismo, puede dar pie a un texto. La perspectiva se dibuja desde el lugar en el que nos encontramos en medio de un paisaje. No hay, por tanto, algo así como una única visión del paisaje. No puede haberla. Cada perspectiva genera un mapa mental, una representación del conjunto en la que la mayoría de las piezas encajan y, consecuentemente, hace posible una orientación. Ahora bien, de lo anterior se deduce que, en cada perspectiva, por el simple hecho de serlo, siempre habrá puntos ciegos.

Sin embargo, con respecto a lo que hay ahí, no todo es perspectiva. No me refiero a los enunciados de la matemática. Pues si bien proporcionan una descripción de la estructura subyacente a las diferentes perspectivas —y por eso mismo, pueden darnos a entender que han dado en el clavo del en sí—, presuponen igualmente un punto de vista, aunque sea distante. Y porque sigue siendo una perspectiva, a pesar de la distancia, lo que no ve el matemático —lo que se ahorra, su punto ciego— es, precisamente, el compromiso con el paisaje de quien se encuentra en medio.

El prejuicio del cientifismo moderno es que este compromiso impide el acceso a lo real —a su en sí—… cuando lo cierto es lo contrario. El precio de la objetividad cientifica es que el sujeto del conocimiento permanece fuera de lo que conoce o cree conocer y, en definitiva, del mundo que cuantifica. Se trata de la moderna escisión entre sujeto y objeto a la que da pie el pensamiento de Descartes. Ahora bien, al permanecer fuera o más allá del mundo, la realidad del sujeto del conocimiento solo podrá afirmarse como distinta del mundo objetivo, esto es, al margen de su pertenencia a un mundo. Desde esta posición, el exceso de lo real —su trascendencia— solo podrá pensarse, por consiguiente, en relación con la propia finitud. Esto es, relativamente. Así sucede, por ejemplo, en Descartes cuando demuestra la existencia de Dios. Pero también, en quienes llegan a Dios desde la constatación de nuestra común impotencia. Y aquí el creyente, como el cogito cartesiano, permanece en el centro de la experiencia… aun cuando diga, pongamos por caso, que la iniciativa es de Dios o que nos hallamos expuestos a su trascendencia.

Sin embargo, lo real es uno. De ahí que la escisión entre el cogito y la exterioridad solo pueda resolverse desde el lado de lo real… lo que solo es posible lógicamente. Es lo que hizo Spinoza y, posteriormente, Hegel. Aunque antes lo hiciese el cuarto evangelista, aunque con la lógica de la intuición simbolica, dando por sentado que la realidad de Dios es lo real par excellence. De hecho, el pensamiento de Hegel sería algo así como poner en abstracto lo que Juan expone en clave mítica. Y lo que sostiene Hegel es, cogiendo el lápiz grueso, que lo primero es la nada que se niega a sí misma —una doble negación, actus primus, el hágase. Y de estas lluvias, la carne en los huesos.

¿Qué se desprende de lo dicho hasta ahora? O mejor ¿qué, con respecto a la idea de que no todo es en perspectiva? Pues que antes de que perteneciéramos a un mundo —antes de formar parte del paisaje—, tuvo lugar la aparición. Y la aparición acontece desde el fondo de una nada que es no siendo nada. Quiero decir que todo, en verdad, nos ha sido dado. Y lo dado es sin porqué. Como la rosa del Silesius. Ante la aparición, como es obvio, no cabe la perspectiva —y por tanto, tampoco la pregunta por el criterio de verdad de esta verdad. Únicamente, el heme aquí.

Ahora bien, la aparición es, precisamente, lo que tuvimos que dejar atrás al integrarnos en el mundo —y, por tanto, al vernos obligados a negociar. Me atrevería a decir que esta constatación es la raíz de la vida del espíritu.

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