aporías del tiempo

agosto 19, 2025 § Deja un comentario

Decimos: el tiempo puede dividirse en infinitos instantes. ¿Qué presupone esta afirmación? En primer lugar, que el tiempo es algo así como una línea continua. En segundo lugar, que hay el instante. Pero ¿cómo este podría hacerse presente? ¿Acaso el tiempo no implica que no haya, precisamente, el instante? El instante no puede suceder. En cualquier caso, el instante es lo dejado atrás por el tiempo —y por eso mismo, no cabe constatarlo y, por extensión, medirlo. Si, de hecho, medimos el tiempo es porque hacemos de un valor mínimo el trasunto convencional del instante.

El instante sería, por tanto, como el punto geométrico: una noción. Pues, al igual que el punto geométrico no ocupa ningún espacio, el instante no dura. Por consiguiente, el tiempo estaría formado, no ya por unidades de tiempo, sino por lo que no es tiempo. Esto es, por lo eterno.

Así, la noción de instante, como la del punto geométrico, presupone la idea abstracta de una unidad absoluta, es decir, indivisible, una idea que va adherida al lenguaje. Pero también la relación entre un todo y sus partes. Así, nos imaginamos la línea continua del tiempo como si fuera un salsichón: podemos cortarlo potencialmente en trozos cada vez más pequeños. No hay nada compuesto —y toda cosa es compuesta— que no pueda descomponerse. Ahora bien, ¿con qué toparíamos al final? De hecho, no toparíamos. Y es que si este final fuese algo en concreto —algo material—, aún cabría seguir cortando, como quien dice. La idea de una unidad absoluta es, en realidad, una noción cuyo referente —el instante, el punto geométrico— carece de la concreción de lo palpable. Nada más real que la idea, decía Platón. Y no lo dijo por decir. Hay lo absoluto. Pero su haber no es el de presente. Al fin y al cabo, lo Uno solo puede hacerse presente como lo múltiple —como aquello que lo confirma al negarlo. O por decirlo de otro modo, la eternidad es el instante. Pero el haber de la eternidad no es el de lo presente, sino el de lo que debe ser o realizarse. Pero el instante solo puede hacerse presente como momento. En definitiva, como tiempo —como lo que niega el instante, la eternidad.

Por tanto, al final, lo eterno. Sin embargo, eterno no pueda, de hecho, realizarse… como tal. Hay tiempo porque la eternidad fue dejada atrás en su realizarse. Porque la eternidad es lo que debe ser, la eternidad es su tener que hacerse presente —y por eso mismo, es en su negación de sí. Nada habría —nada sería— si lo irrealizable como tal no debiera ser. Y quien dice irrealizable dice imposible.

Hay momentos. Como, también, podemos dibujar un punto. Pero ni el momento, ni el punto que dibujamos son instantes o puntos simples, sino siempre su re-presentación. Así, el instante o el punto se hacen presentes en lo que no es estrictamente ni instante, ni punto. Es decir, relativamente.

Paralelamente, el paso del tiempo es indisociable de la metamorfósis de cuanto es. Todo cambia de forma. Si las cosas no modificaran su forma —en general, si nada se moviera—, no habría tiempo. Ahora bien, las cosas se mueven en relación con lo que no se mueve. Pero ¿qué es lo que no se mueve? Por definición, lo sustancial, el substrato de cuanto es, en definitiva, su base o fundamento. Y, como decíamos, lo substancial, tradicionalmente, es lo eterno. O por aquello de elevarse a lo paroxístico, hay lo que hay porque (la) nada se mueve — y solo puede moverse hacia lo que no es nada. Se trata del movimiento inherente a la nada.

Pues bien, con respecto a este asunto, ¿en qué consistió la operación originaria de la Modernidad? Por decirlo brevemente, en transferir el poder de lo sustancial al ego cogito. Este sería el espectadorque, permaneciendo en su posición, constata la transformación de cuanto es. Hay tiempo. Pero porque lo que permanece inmóvil, en primer lugar, es la conciencia de sí como res cogitans. Y si decimos en primer lugar es porque la conciencia, tarde o temprano, llegará a la conclusión de que la materia, en cuanto tal, también es sustancia.

Sin embargo, la unidad del ego cogito , el envés de su carácter sustancial, depende de la memoria —de su capacidad para reunir el pasado y presente en un momento dado. Este momento depende, por su parte, de que el ego cogito pueda decirse a sí mismo que sigue siendo el mismo que el que era hace un momento. Pero ¿podría decírselo sin recurrir, cuando menos, a lo que recuerda? Esto es, sin verse a sí mismo —y por tanto, sin diferir de los recuerdos… con los que, por otro lado, se identifica. Ciertamente, la Modernidad piensa la temporalidad desde la sustancialidad del ego cogito. Pero el ego cogito no funda la temporalidad, sino que la presupone. Absurdo. Podríamos decir que la Modernidad se inicia con una especie de juego de manos.

Las consecuencias teológicas saltan a la vista… siempre y cuando no suframos de miopía.

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