el sueño de Escipión
agosto 24, 2025 § 1 comentario
Una de los leitmotivs de la espiritualidad antigua consiste en observar cuanto nos sucede desde la óptica del dios. Así dice Cicerón, por ejemplo: miramos desde arriba los asuntos humanos y, al contemplar las cosas superiores y celestes, despreciamos dichos asuntos como mezquinos y limitados. O Séneca: sabré que todo es pequeño cuando haya tomado la medida de Dios. Desde arriba, el lujo, el anhelo de poder, las guerras, nuestros deseos, la búsqueda de renombre… se tornan ridículos. Al fin y al cabo, se trata de vivir desde la perspectiva de la caducidad, por no decir de la propia muerte. Y es que, únicamente de este modo, cabe reconocer el valor del simple hecho de existir y, de paso, llegar a distinguir entre lo que importa y lo que no. Asentados mentalmente en la atalaya del dios, la sociedades humanas se muestran como colonias de hormigas.
Salta a la vista el paralelismo entre lo anterior y el libro de Job. ¿La diferencia? Job cae de rodillas, mientras que el griego se mantiene en pie.
Spinoza y, posteriormente, Nietzsche darán, sin embargo, una vuelta de tuerca: sub specie aeternitatis, nada importa. No hay bien, no hay mal. Tan solo, cosas que suceden. La pureza de la infancia y los genocidios de la historia se encuentran en un mismo plano.
Con todo, la pregunta que permanece en el aire es si los asuntos humanos son en verdad ridículos —o, más bien, solo es lo que nos parece… desde otro punto de vista. En definitiva, si es posible dar en el clavo de lo real más allá de las apariencias. O mejor, teniendo en cuenta que no podemos evitarlas —pues todo lo real aparece o se hace presente—, la pregunta sería, más bien, si hay alguna perspectiva de la que podamos decir que es verdadera.
Ciertamente, no la hay con respecto a los hechos. Pero, por eso mismo, la cuestión sobre la última verdad apuntará inevitablemente al conjunto de la existencia y, en definitiva, a la posibilidad de un valor adherido a cuanto es… lo que, por otro lado, conduce a la distinción entre hecho y acontecimiento. Pero este sería otro asunto.
Gracias por esta reflexión sobre el Sueño de Escipión. Me ha resonado mucho la idea de mirar “desde arriba” para relativizar nuestras preocupaciones. Me recuerda a la perspectiva de Agustín cuando en las Confesiones dice que el corazón está inquieto hasta que descansa en Dios: como si la verdadera medida de la vida solo se alcanzara al situarnos en lo eterno, no en lo inmediato.
También pienso en Pascal, cuando advierte que la miseria del hombre se comprende mejor desde la grandeza, y la grandeza desde la miseria. En el fondo, la atalaya “celeste” no elimina lo humano, sino que lo sitúa en su justo lugar.
Quizá la pregunta que queda abierta es: ¿cómo sostener esa mirada “desde arriba” en la vida cotidiana, sin que se convierta en una evasión del presente?