la sabiduría y sus tautologías

agosto 25, 2025 § Deja un comentario

Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, dejó escrito que los amigos son el único refugio ante la desgracia —y aquí podríamos añadir cualquier frase de este estilo: una madre nunca abandona a sus hijos, el amor es libre, etcétera. La pregunta sería si esto es verdadero. Y la respuesta es que es tautológicamente verdadero. No hay posibilidad de que haya una madre por ahí que abandone a su hijo… pues, de hacerlo, no sería, propiamente, una madre. No es esto lo que hace una madre, decimos. Así lo que es una madre —su esencia— va con el tener que ser una buena madre. Lo mismo podríamos decir con respecto a lo que es un amigo o el amor.

Sin embargo, aquí la referencia a lo bueno no implica un compromiso estrictamente moral. Y es que también cabe una definición de, por ejemplo, el maligno. Un psicópata es quien debe comportarse conforme a su esencia, naturaleza o modo de ser. Con todo, nunca sabremos hasta qué punto el amigo siempre estará ahí o nuestra madre no nos abandonará bajo ninguna circunstancia.

¿Qué se desprende de lo dicho? Pues que la definición de lo que es un amigo —o una madre, o el amor…— va con una exigencia, un deber ser, una tendencia a realizarse como tal. Ahora bien, esto significa que, como posibilidad, la esencia es, en cierto modo, anterior a la existencia. De hecho, esto es lo que sostuvo Platón. Pero, en ese caso, el problema es del tránsito de la posibilidad a la existencia o, en términos Aristotélicos, de la potencia al acto.

Platón, como es sabido, lo resolvió apelando a un creador, un demiurgo. Sin embargo, Platón fue consciente de que esta era una solución mítica, es decir, una que suponía abandonar la necesidad para regresar al relato de hechos que hubieran podido no suceder.

La respuesta a esta dificultad la dio, de algún modo, el mismo Platón en sus últimos diálogos y la afinó su discípulo Aristóteles. Posteriormente, la redondearon con Spinoza y Hegel. Grosso moso, consiste en comprender la posibilidad como dinámica, en definitiva, como energía o poder. Esto es, la posibilidad es su realización. Así, no es que, por un lado, haya posibilidades —esencias, formas…— y, por otro, las cosas que las realizan. El carácter real de la esencia no trasciende su realización —y por eso mismo, no chorismos, hiato. Hay un movimiento interno a la esencia que la empuja a darse en lo concreto.

Ahora bien, la realización supone que la esencia es dejada atrás, como quien dice. Pues nada se realiza como debiera. No hay nada que sea por entero lo que muestra ser. Y esto —y aquí ya topamos con Hegel— es lo que tiene que ser. La ambigüedad atraviesa cuanto es. Hablamos, por descontado, del ser como tiempo, y, por eso mismo, de la dialéctica entre el aparecer y el desaparecer.

La traducción teológica surge sin esfuerzo. Así, o bien Dios es al margen del acto creador; o bien Dios, en sí mismo, no se diferencia del acto creador —de su voluntad. En el primer caso, tendríamos religión. En el segundo, monoteísmo. Y en su perspectiva, la bondad de Dios acaso debiera comprenderse como el envés de su retroceso o altura. Pues hay mucha piedad en un Dios que sea niega a sí mismo para que haya criatura. El hágase, en realidad, siempre fue una kenosis, un séptimo día.

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