el profeta y el terruño
septiembre 22, 2025 § Deja un comentario
Nadie es profeta en su tierra, dijo el de Nazaret. Y esta certeza sintoniza, de algún modo, con la sentencia de Napoleón: nadie puede ser un héroe para su ayudante de cámara. Como también con aquella que dice que en casa del herrero, cuchara de palo. La patria del profeta es el extranjero. Al igual que ningún héroe puede sentirse como en casa en su propia casa. En casa —en Nazaret— pesa más el ad hominem, la cojera, el desmentido que supone cualquier biografía: ¿no es este el hijo del carpintero? El hidalgo de la Mancha nunca fue don Quijote para Sancho.
Sin embargo, Alonso Quijano no se equivocó al ver gigantes donde, para cualquiera, solo había molinos de viento. Como no se equivoca quien ve devoradores de almas, pongamos por caso, en los móviles que tienen abducidos a nuestros adolescentes. Al fin y al cabo, el más siempre a lomos del menos. Que el profeta sea uno de los nuestros —tan cojo como cualquiera— no invalida su palabra. Y no la invalida porque, en el fondo, no es suya. De hecho, en la Antigüedad los locos eran, por lo común, visionarios. Y no, a pesar de su tara, sino, precisamente, por ella. Es lo que tiene que, modernamente, demos por decontado que no hay nada que ver más allá de lo cuantificable —que cualquier visión corre a cuenta del visionario.
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