los dioses y las piedras
octubre 2, 2025 § Deja un comentario
La estátua —la roca— es la representación perfecta del dios. Y la piedra, cuanto más gigantesca, mejor. La piedra es inmortal. Como el dios.
Hoy en día, la crítica profética a la idolatría nos parece evidente —¿hay aún quién, en su sano juicio, se arrodille ante un tótem?—, digna de una mentalidad ilustrada, aunque todavía sensible a la trascendencia. Sin embargo, solemos pasar de puntillas sobre el hecho de que dicha crítica apunta directamente a la línea de flotación de lo que espontáneamente se experimenta como divino. Y lo hace situándose en la perspectiva de la eternidad. Nada sobrevive, ni siquiera los dioses, al paso del tiempo. Tan solo e Eterno. Sin embargo, la crítica profética no apunta únicamente a la fugacidad de cuanto existe, sino también, y quizá sobre todo, al carácter ilusorio de la experiencia natural de la trascendencia, la que el homo religiosus padece hallándose sometido a los poderes que atraviesan el mundo.
Ciertamente, desde la óptica de la eternidad, no somos más que polvo. Pero ante el dios, la sensación no es exactamente la misma. Ante el dios, somos simplemente menos. Hablamos, por tanto, de una sensación relativa a nuestra posición. De ahí que un dios sea tan solo aparentemente divino. Si cabe lidiar con un dios —si es posible tratarlo, negociar—, entonces aún no es Dios. Y donde la diferencia es relativa —donde esta es, en definitiva, de grado— siempre será posible lidiar.
Dios en verdad —el exceso verdadero o absoluto— se manifiesta como el silencio que abraza por igual los campos de la muerte como la belleza de un amanecer. De ahí que aún está por decidir de qué lado se decantará Dios. Aunque, cristianamente, Dios ya tomó su decisión.
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