teodicea básica
octubre 9, 2025 § Deja un comentario
Todavía hay creyentes que se preguntan por qué, habiendo Dios, hay tanta maldad y sufrimiento injusto. Aquí, las respuestas suelen ser desconcertantes, por no decir ridículas. Que si Dios, con todo, nos acompaña siempre, como la enfermera que le da su mano al que agoniza en el hospital; que si Dios prefiere dejarnos libres, antes que intervenir; que si Dios sufre con los que sufren,,, Y digo desconcertantes, porque no diríamos de una madre, pongamos por caso, que es una buena madre… si dejara que su criatura se arrojara desde un balcón porque decidió arrojarse o si sufriera junto al hijo que sufre… sin hacer nada para que dejase de sufrir.
Siendo más sofisticados, algunos teólogos recurren al libro de Job para simplemente decir que ignoramos el porqué —y no puede ser de otro modo, tratándose de Dios. Sin embargo, al sostenerlo, acaso demuestren tener poca perspicacia. Pues una lectura más penetrante del libro de Job nos haría caer en la cuenta de que, ciertamente, hay bien —o gracia— porque hay Dios… pero también de que hay desgracia porque hay Dios. La luz y la oscuridad son debidas al mismo Dios (Is 45,7). Pero no porque Dios lo quiera, sino porque tanto el don como el horror se desprenden de la extrema trascendencia de Dios, un trascendencia que, siendo extrema, anda rozando la inexistencia.
El problema de la pregunta de la teodicea tal y como habitualmente se entiende —¿por qué Dios lo permite?— es que apunta al Dios que espontáneamente concebimos como Dios, algo así como un ángel de la guarda big size, … y que nada tiene que ver con la realidad de Dios. Así, la cuestión teológicamente relevante es si la historia tendrá o no un final. Es decir, si al final se separará el trigo de la cizaña o si, más bien, no cabe esperar más que la eterna reiteración de lo mismo. En definitiva, hablamos de quién podrá más, si el Dios de la Justicia, el que decidió tomarse un descanso tras el sexto día, o el príncipe de este mundo. Y, evidentemente, no es algo que sepamos. Creer antes de tiempo, dando por descontado que la película terminará bien, más que una ingenuidad es un tomar el nombre de Dios en vano. Pues creer no es suponer.
De ahí que la pregunta no sea si hay o no hay Dios, sino si lo habrá. O mejor dicho, si regresará. No es casual que el dirigirse a Dios propio de un crisitiano sea un clamar no ya por la presencia de Dios, sino por la vuelta de aquel sin el cual Dios no es aún nadie. Maran atha.
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