sentir a Dios
octubre 26, 2025 § 1 comentario
La fe hay que vivirla. Dicen. Y en cierto modo es así. Sin embargo, en la promoción de la fe se insiste en el sentimiento. Así, solemos aplaudir a quienes manifiestan sentir a Dios. Y quien dice aplaudir dice poner como ejemplo. También tiene que ser así. Pues es una mala idea comenzar la casa por el tejado. No se les puede exigir a quienes comienzan a salir, pongamos por caso, que se amen de verdad. Pues el amor, de darse, siempre se dará a mitad de trayecto o, lo que es más común, en la tercera fase, cuando los amantes tienen algo que hacerse perdonar y no, meramente, disculpar. En los inicios, prevalece la ilusión del unboxing, la excitación corporal, el enamoramiento que pasa por amor —y es bueno utilizar esta palabra antes de tiempo… para que, precisamente, pueda haber amor, con el paso de los años.
¿El problema? Detenerse en el sentimiento. O creer que la experiencia consiste en el sentir que existimos bajo el amparo de Dios. Pero el sentimiento es frágil… salvo que sea terminal. De ahí que el sentir de los satisfechos poco tenga que ver con el de quien ha experimentado realmente a Dios. Al menos, porque la experiencia de Dios divide la existencia en un antes y un después. Nada volverá a ser como antes.
De hecho, la experiencia de Dios, la que nos obliga a dar el salto de la fe, tiene lugar, precisamente, cuando no hay sentimiento que la apoye. O mejor dicho, cuando el sentimiento es el de una profunda desolación o desamparo. Oscar Romero, antes de morir asesinado dando el pan de cada día a quienes no tienen pan, hacía meses que se sentía incapaz de sentir a Dios. Y es que Dios no pronunciará su Palabra, si antes el creyente no ha cargado sobre sus espaldas el peso de su silencio. Ninguna fe mientras no nos sangren las rodillas.
Al igual que los amantes que no superan la decepción que sucede al unboxing nunca sabrán qué significa amar, el creyente difícilmente podrá dar el paso de la fe donde siga creyendo que el sentimiento de hallarse bajo la presencia de Dios es el no va más de la experiencia de Dios.
Simple. Pero, a la vez, tan difícil. Pues tampoco es algo que podamos humanamente preferir: que pase de mí este cáliz.
Totalmente de acuerdo. Por eso creo que pensadores como Javier Melloni, que nos invitan a sentirnos (y nos entrenan para sentirnos) permanentemente en la presencia reconfortante de Dios, tienen mucha razón en lo que dicen… Pero es una razón penúltima.