filosofía política

octubre 28, 2025 § Deja un comentario

La filosofía política o es católica o no es política. Pues la cuestión de la política es qué debemos hacer donde lo que debemos hacer en nombre del bien común no es posible llevarlo colectivamente a cabo. Donde no tenemos esto en cuenta, la politica se muda en adanismo. Es como el arquitecto que debe erigir un edificio sobre arenas movedizas: que se equivocaría si comenzara a construir creyendo que la construcción, por si sola, transformaría las arenas en tierra firme.

Este tipo de política, típicamente revolucionaria, da por descontado que el cambio de las estructuras —diseñadas desde arriba— implica la modificación de la naturaleza humana. No hace falta decir que este tipo de política conduce al terror. Si la realidad no se adapta, entonces peor para la realidad. Hay una versión naïve: aquella que pone encima de la mesa una situación ideal… con el propósito de aproximarnos en la medida en que sea posible. Y aquí, ciertamente, nos ahorramos el temblor de piernas.

El problema de este tipo de planteamientos es que, al presuponer que la naturaleza humana es perfectible, no tiene en cuenta que, por las rendijas de las instituciones o leyes justas, tarde o temprano se colara la corrupción. Al final, dichas instituciones o leyes acabarán siendo la excusa de un poder que se ejerce invisiblemente desde la trastienda. Es como aquel que pretende adelgazarse haciendo dieta sin tener en cuenta que su exceso de peso es de origen endocrino… para el que no hay solución.

Por eso, lo de católica. Pues el catolicismo tiene muy presente que solo Dios puede remediarnos. Massa damnata. Hay que levantar el edificio con materiales defectuosos. La falta de realismo, como decía, lleva al desastre.

¿Qué diferenciaría, sin embargo, el realismo católico del realismo de Maquiavelo o Hobbes? A la hora de pensar la política, Maquiavelo, como sabemos, deja a un lado el bien o la justicia. Pues en política no hay más que lucha por el poder. Y el poder siempre se ejerce contra los más débiles. La referencia al bien o a la justicia estarían únicamente al servicio de la racionalización del ejercicio del poder. Desde la cruda realidad, el filósofo político no puede más que aconsejar sobre cómo conquistar el poder o preservarlo. Hobbes, por su parte, tampoco se hará muchas ilusiones. Pues la humanidad, teniendo en cuenta cómo es, no puede aspirar a mucho más que al orden. De ahí que, según Hobbes, debamos elegir entre la libertad o la paz social —y nos equivocaríamos si eligiéramos lo primero.

El realismo católico, sin embargo, cree que es posible que el ejercicio del poder, al fin y al cabo, de la violencia política se realice en nombre del bien y la justicia. Como si fuera necesario marcar líneas rojas —y hacerlas respetar— para que los drogadictos pudieran dejar atrás la droga que los degenera. ¿El problema? Que esta política exige un sacerdote al mando. Y el sacerdote, en política, no constituye una tercera vía. O está más cerca de Leviathán o del revolucionario. Es lo que tiene que el sacerdote también sea humano.

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