Sócrates y la fe
junio 7, 2016 Comentarios desactivados en Sócrates y la fe
Uno no cree en lo que sostiene una determinada religión porque posea determinadas razones, sino que cree en la medida en que interioriza, por decirlo así, una visión religiosa del mundo, y esta interiorización puede deberse a una infinidad de motivos: desde la autoridad de los mayores hasta la irrupción de un determinado acontecimiento que es visto, precisamente. desde la óptica de la cosmovisión interiorizada. Las razones, en cualquier caso, son siempre posteriores a dicha interiorización y, por lo común, suponen un intento de racionalizar lo que, en última instancia, no depende de la razón. La creencia en la que se concreta una fe constituye el mundo en el que uno se encuentra, en el doble sentido de este «se». Pues uno se encuentra a sí mismo, encontrándose inserto en un determinado mundo. De ahí que las razones que cuestionan la fe como credulidad o ilusión no terminen de hacer mella en aquel que posee una típica sensibilidad religiosa. Y es que, como decía Nietzsche, si no recuerdo mal, lo que no se ha obtenido por la razón difícilmente puede ser abandonado por medio de ella. De ahí que el filósofo no haga buenas migas con los acólitos de una determinada religión. Pues, la actitud fundacional de la filosofía es, de hecho, la de poner bajo sospecha la creencia en la que uno se encuentra y, por tanto, la de distanciarse, cuando menos, del juego que se está jugando, del mundo que se habita. En este sentido, no es casual que la reflexión del filósofo termine donde la dejó Sócrates, constatando que, en el fondo, nunca acabamos de saber de qué estamos hablando, sobre todo cuando empleamos grandes palabras. Por eso, mientras que el creyente es aquel que arraiga en el mundo a través de su creencia, el filósofo termina siendo una especie de desarraigado.
Aquí conviene, sin embargo, distinguir entre el seguidor de una religión dada y el creyente bíblico, pues éste último acabará más cerca de la suspensión socrática que el primero, aunque no sea por medio de la reflexión sobre los lugares comunes que constituyen el mundo como hogar. Y es que aquel salir del juego típico del filósofo, en el caso del creyente bíblico viene de la mano de un sufrimiento indecente. La fe, desde el punto de vista bíblico, fue en última instancia un asunto de aquellos que no cuentan para el mundo. Ahora bien, a diferencia del filósofo, el creyente bíblico, aun cuando ponga a Dios bajo sospecha —aun cuando se atreva a gritarle a un Dios que está por ver—, permanece de algún modo a la espera de Dios, pendiente de su respuesta.