intimissimi (2)

enero 7, 2020 § Deja un comentario

Un cristianismo centrado en la interioridad corre el riesgo de terminar siendo una terapia al servicio de uno mismo, de su desarrollo espiritual. Pero siendo honestos deberíamos admitir que en lo más profundo no encontramos más luz, sino más oscuridad. Cuando estamos a solas, no estamos solos, sino con nuestro mal olor. La soledad nos hace tocar fondo. Y desde este fondo difícilmente podemos evitar sentir asco por ser quienes somos. De entrada, somos los que existimos de espaldas a la bondad —en el rechazo de la bendición. Sin embargo, es desde dicho fondo —vaciados de cualquier motivo de orgullo— que el hombre se abre a la falta de Dios o, mejor dicho, a un Dios en falta (y, por ende, a la espera). La voz interior en modo alguno nos confirma en nuestra posibilidad. Al contrario: nos arroja fuera de los límites del hogar. Pues lo que escuchamos en lo más íntimo no es nuestra voz, sino el eco del clamor de los desposeídos. No es casual que la devoción cristiana tradicionalmente se haya centrado en la contemplación del crucificado. Las viejecitas oran ante  la cruz.

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