maranatha

marzo 3, 2020 § Deja un comentario

Muchos cristianos se dirigen a Dios como si no hubiera habido encarnación. Esto es, como si siguiera siendo el ángel de la guarda de nuestra infancia, aunque cargado de esteroides espirituales, por decirlo así. Sin embargo, Dios —el Padre— no tiene otro rostro que el de un crucificado en su nombre. Así, tener presente a Dios es, cristianamente, lo mismo que tener presente al que sobrevivió a la cruz. Por otro lado, tampoco es que un Dios encarnado se encuentre en los cielos, sino en un futuro escatológico. Pues la resurrección fue una irrupción en el presente del final de los tiempos —una especie de tráiler. Ciertamente, es posible que el creyente, a la hora de dirigirse a Dios, no pueda incorporar en el día a día su hallarse expuesto a dicho futuro de otro modo que como lo hace: imaginándolo como cielo. Sin embargo, la esperanza cristiana no apunta a los cielos, sino a un reset de dimensiones cósmicas. De ahí que el Nuevo Testamento se cierre con la que acaso constituya la mejor expresión de la oración cristiana: maranatha. Esto es, ven Señor Jesús —o siendo más estrictos, el Señor viene. Al menos, fue así como los primeros cristianos se dirigieron a Dios. La cuestión es si los últimos aún son capaces de invocarlo del mismo modo. Pues, de no serlo, quiza sea porque han convertido a Dios en el motivo de su necesidad de Dios.

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