Leningrado
julio 1, 2020 § Deja un comentario
El hambre te somete a la tiranía del cuerpo. Cuando llevas días sin comer, no eres más que tu estómago. El hambre fácilmente nos deshumaniza, nos transforma en bestias, revelando como impostura cualquier elevación. En las grandes hambrunas de la historia, el prójimo se presenta, por lo común, como el que quiere devorarte. A ti y a tus hijos. De ahí que la invocación de Dios en tiempos de hambre sea el clavo al que se agarra el último resto de humanidad. Sin embargo, esa invocación no se dirige a un Dios que aún quepa imaginar. En realidad, se trata de un pedirle a Dios por Dios, o en clave mesiánica, de la pregunta por el quién de Dios: ¿quién saciará nuestra hambre? Y la respuesta nunca será el deus ex machina de las tragedias griegas, sino aquellos hombres y mujeres que responden a la invocación de los hambrientos como la invocación misma de Dios.
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