a vueltas con Buber
septiembre 10, 2020 § Deja un comentario
Es conocida la distinción que plantea Buber entre una divinidad concebida como Ello y el Dios que se revela como un Tú. Sin embargo, denominar Dios a la primera es lo de menos. Al fin y al cabo, se trata de un arjé, aunque se vista con los oropeles del amor o el espíritu de interconexión. Y lo que exige un arjé es una adecuación, un ponerse en sintonía, un cierto saber… en modo alguno, una respuesta. Desde la óptica judía, un dios-arjé no puede ser realmente divino. Tan solo vale como Dios aquel al que podemos invocar y que, sobre todo, nos invoca. Pues, si cabe hablar de Dios es porque en su palabra se decide el sí o el no de nuestra entera existencia. Esto es, ante Dios permanecemos sub iudice. Otro asunto es bajo qué situaciones podemos admitirlo.
Así, no es casual que, en la Biblia, Dios aparezca como la voz que interpela a Caín por el lugar de Abel. De ahí que fácilmente lleguemos a imaginarlo como una especie de abuelo espectral o como una variante del amigo invisible de la infancia. Y este es el problema. Un Dios que coincidiera con nuestra imagen de Dios no sería mucho más que un dios, un ente con el que deberíamos negociar o, si se prefiere, un misterio episódico o circunstancial. Ciertamente, aquí podríamos hablar de la analogia entis, esto es, de que cuanto quepa decir analógicamente de Dios —por ejemplo, Dios es como un padre— es siempre superado por una mayor desemejanza. Pero de ello hablaremos en otro momento.
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